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Abul Mogard y Rafael Antón Irisarri inauguran Soundset Series, música de vanguardia en Madrid

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El ciclo de música electrónica Soundset Series arranca en el Centro de Arte Conde Duque. El proyecto, que pretende traer a Madrid a varios de los artistas más creativos, vanguardistas y arrojados de la actualidad en el panorama internacional, comenzaba con las actuaciones de Abul Mogard y Rafael Antón Irisarri. La escucha profunda y atenta continuará en marzo de la mano de Space Afrika, Valentina Magaletti & Ylia y Kmru & Aho Ssan. Artistas que nos hacen vivir experiencias.

Rafael Antón Irisarri y Abul Mogard son dos productores son esenciales para comprender el desenvolvimiento del ambient en las últimas dos décadas. Irisarri como uno de los mayores promotores y exploradores de la mezcla entre el drone y sonidos más serenos o clásicos y Abul Mogard, como el seudónimo más abstracto y emotivo del músico italiano Guido Zen. Sendos artistas tocaron igualmente dos sets de unos cuarenta y cinco minutos, para concluir interpretando una hermosa pieza que han compuesto conjuntamente. 

El primero en subir al escenario del auditorio de Conde Duque fue el italiano Abul Mogard. Apenas respaldado por una máquina de humo pertinaz, un foco trasero y sus complejos y cableados sintetizadores (¿modulares?), Guido Zen desarrolló un set hipnótico, evocador y sereno. Sin demasiadas fases de ruidismo, el italiano dio un recital de ambient ecléctico, en el que sí que había espacio para las distorsiones propias de un drone contemporáneo, pero en el que había de hecho mucho espacio para melodías y fases más calmadas, contemplativas y por así llamarlas, vacantes; suaves.

Melodías reiterativas, potentes emocionalmente

Mientras el vapor formaba fijas y opacas condensaciones bajo el metalizado techo del auditorio, las secciones más dulces y dóciles aportaban melodías reiterativas, potentes emocionalmente y de una capacidad evocativa muy singular en el ambient actual.

Abul Mogard es un proyecto que, sin renunciar a las tendencias más vigentes de la música ambiental, es capaz de aportar una idiosincrasia propia. Dicha idiosincrasia es la de un artista que sabe que tiene otros alter egos y perfiles desde los que crear un sonido más convencional, transgresor o tendente a la ruptura, pero que elige conscientemente invocar otras formas más profundas, menos físicas o cerebrales y más emocionales de la escucha. Su set fue, por tanto, especialmente accesible, conciliador e incluso placentero. 

Fue en el turno de Rafael Antón Irisarri donde pudimos sentir una propuesta musical sensorialmente más desafiante. Y es que el concierto del artista residente en Nueva York, peyorativamente hablando, fue más similar a las propuestas a las que estamos habituados en el circuito ambient y desde luego, más ruidista y opresivo.

Aire solemne y trascendental

Su set estuvo marcado por distorsiones sonoras, gigantes fuerzas drone que atravesaban el cuerpo o eran más perceptibles con ciertas partes del cuerpo (tonos agudos en la espalda, pues estábamos sentados) y por su performance con cuerda frotada y amplificadores, que le daba un aire más trascendental y solemne al conjunto.

Encapuchado y ceremonioso, Irisarri pasaba momentos mirando atónito al humo que expedía la máquina, o movía de forma sorprendentemente fresca y desenfadada algunos controles de sus instrumentos. Su propuesta, sin embargo, no fue tan refrescante ni cautivadora como la de su predecesor. El proyecto de Irisarri tiene el carácter inevitable de un artista que lleva décadas dedicándose a un estilo solemne y severo, que tiene una reputación que mantener y la capacidad de llevar al extremo las premisas de dicha propuesta. 

Por eso mismo, el directo del artista tiende a sonar con una intensidad que, sin ser de por sí negativa o cargante, permite muy poco espacio al oyente, implicándolo en una batalla sensible con la pertinaz desfiguración del sonido, en una lucha permanente a la que sólo se puede acceder desde el punto contrario al de Guido Zen; con el cuerpo puesto en una sumisión total.

Un tour de force para el cuerpo

Este factor tampoco debería ser de por sí negativo. Muchas formas de ambient han sido concebidas para acceder a y propiciar distintas formas de escucha, implicando el cuerpo del oyente de manera distinta a la habitual y convencional.

Pero es sin embargo de un productor y músico del calibre de Irisarri de quién se puede esperar que recurra a otra clase de recursos para alterar y transformar la experiencia cognitiva del público. Su concierto, potente y portentoso, un tour de force para el cuerpo y una demostración de fuerza y aleación de capas abrumadoras, no sonó sin embargo demasiado bien organizado, ni con transiciones estimulantes o demasiado bien organizadas; sino como una sucesión de momentos de compleja y extática acumulación, a los que nuestro talle difícilmente podría resistirse. Un wall of sound de toda la vida, pero con un apelmazamiento sonoro algo excesivo.

Foto seudoartística de Abul Mogard

El concierto cerró con la pieza conjunta de ambos autores. Dividida en una fase más flemática y sedosa, la primera parte podía recordarnos a las pesquisas sonoras cósmicas y evocativas de un Apollo, de Brian Eno. La segunda, combinó de manera más clara la propuesta formal de Irisarri y Abul Mogard, en una tautología aún hermosa de lo visto con anterioridad.

Codicia de estímulos

Ello nos conduce sin duda a la conclusión de esta crónica. Parece que al modo mimético de la acumulación mercantil contemporánea, en el ambient de nuestro tiempo se tiende a la acumulación omniabarcante y codiciosa de estímulos, a la suma y aglomerado de capas y capas de potencia sonora, en una demostración ostentosa de que el más es más.

Sin embargo, músicos como Abul Mogard o el propio Irisarri (en algunos de sus trabajos menos recientes) nos revelan no ya que a veces menos es más -pues el minimalismo ya lo conocemos bien-, sino que la experiencia musical dependiente del cuerpo no siempre se rige por la estimulación más extrema. En ocasiones es la sutilidad, el sonido de bajas frecuencias y por así decirlo, la docilidad, la que es capaz de generar experiencias sonoras más complejas, sofisticadas y hermosas. En mitad de la tormenta musical, llega una corriente fresca de notas ordenadas, armónicas y ligeras.

Miguel Pardo Bachiller

Miguel Pardo. Crítico circunstancial. Graduado en filosofía y “especializado” en cuestiones de gestión cultural, crítica y arte. Crítico musical en webs y revistas musicales como Mondosonoro, Binaural o Beatburguer desde hace más de diez años. Seguirán cayendo nuevas inclinaciones e intereses, cada una menos coherente que la anterior. Ermitaño en las redes y community manager.