‘El Imperio de la luz’, Sam Mendes al desnudo

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Éste ha sido el año del metacine. Después de Spielberg con Los Fabelman y Damien Chazelle con Babylon, otro oscarizado director nos cuenta una historia que tiene como telón de fondo el séptimo arte: Sam Mendes. El que fuera pareja de Kate Winslet lleva una carrera exitosa pero muy ecléctica, y ahora nos presenta su cita más personal desde American Beauty, el film que le dio la fama o Revolutionary Road. Sorprendentemente, El imperio de la luz llega ahora a España a pesar de haberse estrenado hace casi un año antes, e, incluso, de haber competido en la pasada edición de los Oscar en la categoría de mejor fotografía que es, sin lugar a dudas, su punto fuerte. Interpretada por la gran Olivia Colman, ¿qué ha salido de esta cinta tan esperada?

Sam Mendes, nombre propio, titán de la industria, nos traslada la acción a los años 80 a un cine de los de antes, de los de una sola sala, con una pantalla grandiosa y con un enorme patio de butacas. Era aquella época en la que el cine era un espectáculo, si cabe, más sensacionalista de lo que lo es ahora.

Había menos producciones y éstas eran todo un acontecimiento cuando las bombillas y los carteles brillaban de forma gigantesca en las fachadas de los mayores puntos de encuentro familiares.

El argumento, medio caballo entre la enfermedad mental y el racismo

En una ciudad costera inglesa, un gran cine acogerá la premier de Carros de fuego, con visitas de las grandes estrellas del momento a este evento de gran magnitud. Antes del gran día, seguiremos la vida de Hilary (Colman), una empleada madura de este cine con una vida muy monótona y solitaria que lucha contra una enfermedad de salud mental.

Su rutinaria vida cambiará cuando entre a trabajar un chico mucho más joven que ella de raza negra (interpretado maravillosamente por Michael Ward) con el que empezará una relación especial de amistad y de amor.

Como veis, el director pone encima de la mesa varios temas muy conflictivos para la época y de los que, al menos, hoy día somos más conscientes aunque estemos aún tratando de luchar contra ellos. Al tema de la salud mental de Hillary, se le suma otro que es el supuesto abuso de poder, dado que Hillary mantiene relaciones con su jefe casado, interpretado por un Colin Firth en horas bajas, además del racismo que sufre este nuevo integrante de la plantilla por parte de los clientes, y las relación con tanta diferencia de edad por la que pasan nuestros protagonistas.

Son demasiados temas muy potentes que tratar en tan solo dos horas y alguno queda desdibujado por otro que le eclipsa temporalmente, pero no interactúan a la vez. Iría bien la frase de quien mucho abarca poco aprieta, y aunque la película es eficiente y agradable, menos focos de conflicto y mejor tratados le hubieran sumado lo que le falta al film.

La gran prueba de Sam Mendes

¿Aun así estoy diciendo que la película no vale la pena? Rotundo no, sí vale la pena. El director te transporta a aquella época de manera magistral, con unos planos espectaculares y cargados de información (de ahí su justa nominación al Oscar) y, aunque la primera hora de película es muy costumbrista, en la segunda hora te mete de lleno en el foco de conflicto hasta el final. Ésta era una prueba de fuego para Sam Mendes, un director de carrera, de momento, impecable y que ha demostrado ser eficaz en muchos géneros.

De la dirección de teatro se estrenó por todo lo alto con la exquisitez ácida de American Beauty, donde ahí trataba temas como la pederastia, las relaciones tóxicas y la homosexualidad de manera mucho más eficaz, para pasarse al cine de gangsters con Camino a la perdición y, más tarde, centrarse en dos de las mejores entregas de la saga más longeva de la historia del cine, la de James Bond, dándonos las muy entretenidas Skyfall y Spectre.

Una vez salió de dirigir al espía inglés, siguió cosechando éxitos con el drama bélico 1917, género que ya había tratado, también con éxito, en su aclamada cinta de 2005 Jarhead, el infierno espera. Entre tanto blockbuster, efectos especiales y grandes producciones, Mendes ahora se atreve con algo más íntimo y actoral, cosa que no hacía desde 2008 con su casi olvidada Revolutionary Road, la cinta que volvió a reunir a Kate Winslet y Leonardo Dicarpio una década después de Titanic.

¿Dónde estaba el reto entonces? Es la primera película que Sam Mendes escribe completamente en solitario. Tan solo en su anterior film, 1917, lo había intentado pero con una compañera guionista profesional. En este aspecto aprueba, pero no con nota, pero tampoco raspado.

Olivia Colman, sustento de la película

En cuanto a las interpretaciones, Olivia Colman (a la que siempre tendré especial manía por haberle robado injustamente el Oscar que la Academia hace tantos años que le debe a Glenn Close) siempre está perfecta. Es una grandísima actriz, pero, no se sabe por qué, su nombre no es suficiente para atraer al gran público a las salas de cine como sí pasa con Meryl Streep o Cate Blanchett, por ejemplo. Ella lleva el peso de todo el film y, aunque los secundarios la apoyan bien, esta película sin una buena actriz principal se habría hundido.

Estamos hablando de un film que apunta maneras, pero que una reescritura de guion no le hubiera venido mal para poder acaparar premios y buenísimas críticas.

Richard Pena

Actor, guionista y comunicador. Crítico de cine y series en Crónica Libre.