Retrato de Isabel Muñoz realizado por ©Ximena y Sergio.

«Ahora sé que he contado historias de una manera que un hombre no habría podido»

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La fotógrafa Isabel Muñoz es luz, humildad, dulzura, fragilidad y fortaleza. Sus imágenes son reflejo y continente de todo ello. Hay poesía en sus luces y sombras. Son indagación e inmersión en esa realidad porque sus proyectos son investigación antropológica, denuncia y belleza, sobre todo, belleza. Su forma de trabajo le lleva a mimetizarse, sumergirse literalmente en una realidad que solo puede ser captada si es comprendida. Acaba de ingresar en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, es la primera fotógrafa después 270 años de existencia. Ha sido Premio Nacional de Fotografía y ha ganado dos veces el World Press Photo.

El blanco y negro es el lenguaje materno que hablan sus fotos. En algunos casos, atravesados por trazos de color que no hacen sino subrayar la fuerza del contraste bicromático. Isabel Muñoz es una mujer que acoge, que conecta. Su trabajo es también así, da un zarpazo pero es balsámico, armonía y equilibrio aunque muestren dolor. Como la vida.

Es una gran artista con la sencillez que solo las grandes personas alcanzan. Crónica Libre conversa con la fotógrafa tras su ingreso en la Academia de Bellas Artes de San Fernando. Mujer entre otra media docena, frente a casi 300 hombres académicos. Charlamos con la artista de asuntos de la vida y de su arte. Un arte que está en todo, incluso en el tono de su voz, en sus movimientos, en su mirada. Esos ojos que miran y tejen el hilo invisible entre ella y la persona retratada que solo el papel baritado y los químicos pueden revelar.

Su sensibilidad se expresa a través de la cámara que recoge lo que hay enfrente, pero también lo que aporta la artista. La cámara como extensión de la persona que a veces capta y expresa el dolor que rezuman los lugares. “Pasan cosas muy raras con la tecnología, sobre todo cuando hay mucho dolor», dice.

En Camboya, en el primer viaje que hizo, justo cuando Pol Pot acababa de dejar Phom Pen. «Todavía no habían limpiado el campo de exterminio de Toul Sleng, estaban hasta los trajes de los últimos tres ajusticiados. Y cuando llegamos allí la cámara dejó de funcionar. Pero es que me dejó de funcionar a mí y a otro fotógrafo, Amador, con el que iba».

Algo inexplicable que luego le volvió a pasar. «Un año después del terremoto horrible que hubo en Bam (Irán, 2003).  Había un barrio desaparecido un barrio entero, todos sus vecinos. Las dos veces la cámara se estropeó. La segunda vez, también el fotómetro. No hubo forma de arreglarlos. Y cuando llegamos a Madrid, estaba perfecta. La cámara capta el dolor”, cuenta la artista.

Una de las fotos emblemáticas de la fotógrafa, esta mano de una joven camboyana, Piseth Pilika. El primer ministro Hun Sen se encapricho de ella. Contra su voluntad, a los 17 años, la hizo su amante y la mujer de esta la mandó matar. Foto Isabel Muñoz.

Crónica Libre: Los sitios están cargados de lo que allí ha sucedido y la persona lo percibe y tal vez lo transmite a los aparatos que manipula…

Isabel Muñoz: Sí, yo creo que sí. Yo siempre he pensado que era la cámara y ahora que me lo dice, reflexionando, es posible, que seas tú quien de alguna manera transmites ese dolor ajeno a los aparatos…

C. L.: Habla mucho del dolor ajeno, lo fotografía en muchos de sus proyectos ¿Cómo se prepara o protege,  tanto antes como después de ver esas realidades?

I. M. : La forma de protegerme… En el momento en que me di cuenta del poder de la palabra y del poder de cambio que tiene lo que fotografías… El pensar que lo que estás haciendo y el dolor que sientes sirve para algo, eso me ayuda.

Luego lo que sí que hago cuando vuelvo hecha polvo, y eso lo he hablado muchas veces con compañeros que hacen guerras, necesito hablar del amor, de la luz… Eso te hace seguir creyendo en el ser humano y te ayuda. A mí, el arte me ayuda a vivir también con mi mochila.

“La fotografía me ha salvado en muchísimos momentos. Me considero una privilegiada de poder sentir la pasión que siento por lo que hago”

C. L.: ¿La fotografía le ha salvado en momentos duros?

 I. M. : En muchísimos momentos. Me considero, de verdad, una privilegiada de poder sentir la pasión que siento. De alguna manera es como un motor. Sí, me ha ayudado muchísimo y me sigue ayudando.

C. L.: Se sumerge en el tema que va a fotografiar, a veces literalmente como en el mar del Japón y la serie sobre los plásticos, ¿cómo es el proceso de preparación?

 I. M. : Depende de cada tema, no hay reglas. Necesito ordenarme las cosas. Lo primero, saber qué es lo que quieres contar. Y entonces documentarte al máximo, sabiendo que por mucho que te documentes, el otro, siempre te va a sorprender. Culturalmente es distinto.

Procuro saber el máximo de lo que de lo que voy a tratar. Y luego me planteo cómo lo voy a hacer. En mis cuadernitos dibujo hago mis pequeños croquis, aunque dibujo muy mal. Pero a pesar de que siempre estoy preparada, siempre me dejo guiar por mi intuición. Y así, cuando ya estoy en el sitio, veo que la idea que yo tenía no es o hay otra, lo cambio. Cada trabajo de alguna manera te da pistas y aprendes de él.

C. L.: ¿Es posible fotografiar sin participar?

I. M. : Depende de lo que llamemos ‘participar’. A mí me cuesta mucho no participar, yo necesito amar lo que hago, entonces te encuentras en momentos duros, amando cosas… Luego te das cuenta que no tenemos que juzgar. Yo necesito sentir algo para fotografiar.

De la serie ‘Mitologías’. El trabajo de la fotógrafa tiene una componente de investigación antropológica. Foto: Isabel Muñoz.

 C. L.: Y de todos estos proyectos que ha hecho, ¿cuál es, si puede elegir uno, el que más le haya marcado?

I. M. : Es que no puedo elegir. Diría a lo mejor, el cambio climático, que estoy ahora obsesionada con él. El agua, el mar, Japón que he tardado 25 años en poder tener acceso a Japón.

Pero si me dices más me han marcado, por un lado UNICEF los veinte años de la firma de los derechos del niño, que hicimos en veinte países, veinte viajes dando a conocer la realidad de los niños.

También El Congo con la mujer utilizada como arma de guerra y todo lo que conlleva, el que no se respeten los derechos humanos de las mujeres.  El tráfico y esclavitud de niños en Camboya. En el tren de La bestia… ¿Cuál eliges? Las minas antipersonales…

Porque, además, todos acaban formando parte de tu vida. Ahora que han pasado los años, me doy cuenta que de la misma forma que envejecemos, todas aquellas historias que forman parte de tu vida y de tu imaginario se quedan fijadas en el tiempo. Es curioso porque ellos no lo envejecen. Lo sigues viendo como la última vez que los viste, como la primera.

C. L.: Ha dicho que lleva casi 40 años investigando al ser humano, ¿qué ha aprendido del ser humano?

I. M. : Es difícil de decir, sobre todo porque me gusta juzgar. Creo que el ser humano es como la vida, con sus luces y sus sombras. Y que para que exista una tiene que existir la otra. Lo que he hecho, no sólo mi vida profesional, si no muy anterior a ella, es, precisamente, observar al ser humano.

Hace no mucho me di cuenta de que siempre digo que empecé a hacer fotos a los 13 años con mi primera Instamatic, y no, llevaba mucho antes…

“Un buen retrato nace del amor y del respeto al otro, eso lo nota y se es cuando se te da”

C. L.: ¿Qué le llamaba la atención? ¿Qué fotografiaba con su mirada de niña?

I. M. : A los seres humanos. Cuando eres invisible, que muchas veces lo somos, te dabas cuenta de miradas, de relaciones de poder, de amor, de generosidad, de envidia…

‘La vendedora de cebollas’, una de las fotos de su proyecto sobre la mujer en la República Democrática del Congo, considerado por la ONU como uno de los peores lugares del mundo para ser mujer. Foto: Isabel Muñoz

C. L.: ¿Cómo es el contacto que se establece cuando retrata a alguien, cuando el otro ‘se te da’ como usted dice?

I. M. : Eso sí que es maravilloso. A veces me preguntan ‘¿y tú cómo lo haces?’ Pues es que es que no lo sabe, es algo que nace en ti. Y yo analizándolo, creo que nace del amor y el respeto al otro. Eso siempre funciona porque el otro lo capta y se te da. Y lo tú lo notas, ese click. Ese momento no hay forma de explicarlo. O lo sientes o no lo sientes, yo creo en eso.  

C. L.: Ahora mismo,  ¿qué proyecto tiene en la recámara?

 I. M. : Siempre tengo que tener proyectos y soñar. Tengo uno que me ha fascinado y es una exposición en el Pera Museum de Estambul, que la ha organizado, la Embajada de España y el Instituto Cervantes de Estambul. Me ha permitido tener acceso a una civilización totalmente nueva y desconocida que hace cambiar toda la teoría sobre sobre la evolución.

En la zona de Mesopotamia, una civilización que existió hace 9.600 años, cuando el homo sapiens todavía era recolector y cazador.  Construye con sus manos, cuando aún no habían descubierto el hierro, el primer templo de la humanidad. Las primeras construcciones dirigidas a un ser superior.

Y la verdad es que es emocionante. Duró casi 3000 años y son como 100 kilómetros a la redonda, al lado de donde ha pasado la tragedia de este terrible terremoto. Y fue hace 7.000 años, antes de de Stonehenge y de las pirámides.

Me lo he planteado para retratar la emoción de los arqueólogos y de arquitectos, tanto de la parte española como de la turca. Es una emoción muy, muy bonita, la fascinación de descubrir algo, la pasión que sienten, de descubrir algo para la Humanidad.

Esto lo y lo lo vamos a hacer con con Juan Luis Arsuaga, Roberto Ontañón y la arquitecta Blanca Lleó, por la parte española. Por la turca, el arquéologo Necmi Karul

C. L.: No para de viajar…

I. M. : Si, me voy a Costa de Marfil con un grupo de oftalmólogos alicantinos, que dedican una semana del mes a operar de cataratas para devolver la vista. Porque si la ceguera es tremenda, en África lo es más.

C. L.: ¿Hay alguna foto que se le haya escapado, que no la haya podido hacer pero que le ronde por la cabeza?

I. M. : Sí, siempre hay. Y siempre pienso que lo puedo hacer mejor, siempre quiero más. Hice un trabajo sobre la tauromaquia durante cinco años, los años 90, en la época de Joselito. Pensé que se me había escapado algo… Yo no soy taurina y ya no puedo defender la tauromaquia como lo defendía antes.

C. L.: ¿Por qué? ¿Qué le hizo cambiar?

I. M. : Fue en el momento en que me planteo hacer el trabajo sobre los grandes simios, los primates. Cuando me di cuenta de alguna manera que son capaces de amar, de sufrir, de reconocer la muerte, de reconocer societariamente el poder. Cuando vi que son capaces de tener la paciencia, de compartir una comida… Me di cuenta que pueden reconocer la voz de dentro de la selva de su propia madre y hasta de las madres de sustitución. Entendí que ya no podía defender el toreo como lo he defendido…

C. L.: ¿Y el trabajo que más le ha costado?

I. M. : Por ejemplo Japón. Estuve 25 años para poder conseguirlo, fotografiar la danza butho. En aquella época, el hecho de ser mujer, me imagino, y joven, no hubo forma de que pudiera entrar. Pero 25 años después, pude.

 Butoh es una danza que surge después de la Segunda Guerra Mundial y surge de manos de él tres intelectuales, Mishima, Tatsumi Hijikata y Kazuo Ohno. Antes pensaba que era un baile, ahora me he dado cuenta que es un movimiento sociopolítico. Era una forma de canalizar lo que fue el desastre y el dolor de esas dos bombas atómicas y un país que nunca había sido vencido. De hecho, hasta creían que su emperador era un dios.

Era la primera vez en Japón que se bailó desnudos, cubiertos con cenizas. La primera vez que se muestra la homosexualidad en un teatro. Rompieronn con todo, de hecho usaban las músicas de los vencedores.

 Hay otro tema que sí me gustaría, llegar a las tribus que que viven de espaldas al progreso en la Amazonia. Necesito tener sueños. Con la japonesa Ai Futaki, queremos fotografíar a las belugas en su hábitat.

C. L.: Ai Futaki, especializada en apnea y en fondo submarino, a la que han llamado ‘mensajera de los océanos’ o ‘mujer pez’

I. M. : Sí. Cuando me planteo hacer Japón, quería hacerlo a través de la mitología y en su mitología está la diosa de la luz, que es Amaterasu. Yo quería hacerlo debajo del agua. Entonces me presentaron a Ai porque tenía tiene dos récords Guiness de apnea y es embajadora del medioambiente de Japón.

Pero a mí no me interesa ella como apneista, es una forma que tiene el ser humano de demostrar que puede más en un medio que no es el suyo. No, es por la relación que tiene esta mujer con ese fondo marino. Yo he visto cosas alucinantes de cómo la acogen como uno más.

Desde que la conocí, hace siete años, hemos empezado a hacer estos trabajos sobre el mar del plástico. Tenemos otro proyecto de unas ballenas en el sur de Argentina, que es la ballena que más se caza porque es una ballena que se queda parada. Quiero mostrar su interacción con un humano.

C. L.: Sus proyectos le exigen mucho físicamente, ¿no?

I. M. : Hay trabajos que ahora, después de los accidentes que he tenido, no podría hacer. Yo no podría hacer la bestia [tren que cogen los migrantes ilegales para entrar en Estados Unidos. Isabel Muñoz hizo una serie en la que se le ve subida al techo de los vagones, sacando foto de la gente].

C. L.: ¿Sintió miedo? Se viaja en unas condiciones terribles, muchas personas caen y acaban arrolladas por el tren, mutiladas…

I. M. : Muchísimo. Se pasa miedo. Aunque no lo demuestres en el momento, que no se debe mostrar nunca.

C. L.: ¿Y alguna vez ha corrido peligro?

I. M. : Sí, sí. Pero también tienes que conocer tus limitaciones. Correr riesgos te pasar en cualquier sitio, pero hacerlo sin necesidad, tampoco. No soy una inconsciente .

Físicamente sí que hay cosas duras, como trabajar debajo del agua o, sobre todo, debajo del hielo, sigo haciendo porque es una necesidad. Para contar cosas no lo puedes hacer a través de un cristal. Ahora que se pasa un frío horrible y que luego sales llorando del frío, eso también.

C. L.: Y psicológicamente, ¿cómo se prepara?, porque ha hablado abiertamente de acudir a terapia, de salud mental, cuando no era tan frecuente reconocerlo.

I. M. : Sí, con mi psicoterapeuta he estado 17 años. Lo que hace es darte las armas, te prepara para que cargues y bailes, como yo digo, con tu mochila y te aceptes. Pero yo creo que hay cosas ante las que no te puedes proteger.

Y, además, es que no debes de protegerte. En el momento en que te proteges ya estás viendo todo con distancia y yo necesito tocar. No puedo ver las cosas con distancia, porque no son reales. Hace mucho tiempo que me di cuenta eso, que la fotografía tiene que ser real.

“Espero poder irme, morir acariciando una cámara”

C. L.: Recientemente ha ingresado en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, ¿qué ha supuesto para usted ser la sexta mujer en ser académica y la primera fotógrafa?

I. M. : La verdad es que nunca, nunca, pensé que formaría parte de la Academia. Y me hizo ilusión pensar que tienes una edad en la que llega el momento de dar a la fotografía algo de lo mucho, mucho que me ha dado.

Y el hecho de ser mujer, que solo había seis en el momento que entré, frente a unos 300 hombres, también es un orgullo… Y tengo ganas de hacer cosas con la fotografía en la institución.

C. L.: ¿Podrá dejar de tomar fotos algún día, aunque sea sin cámara?

 I. M. : Espero poder irme, morir, acariciando una cámara. Es verdad lo que dice, si físicamente llega un momento que igual no puedo, pero los ojos y el corazón siguen funcionando. Cuando he tenido los accidentes, hasta en esos momentos sigues encuadrando y fotografiando.

C. L.: ¿Qué parte de todo el proceso de sus proyectos es la que más le gusta?

I. M. : Es que es me gusta todo el proceso. Hay partes que a mí no me gustan, la parte de gestión, porque yo soy caótica… Pero el resto, todo. Fotografiar es como cuando haces el amor, lo disfrutas cuando lo preparas, lo haces y cuando te acuerdas… Pues es un un poco lo mismo, es la ilusión de preparar un tema, aunque a veces sea para hablar del dolor, pero entraña ilusión.

Luego cuando lo realizas. Y, después, una postproducción grande. Cuando ya lo cuelgas, es como que has dado a luz. Son muchos momentos, el momento en el que se te entrega a quien retratas, el momento que estás acariciando la cámara.

«Hacer que el que el otro se emocione ante algo, es una forma de lograr algo, de cambiarlo»

C. L.: ¿Qué pretende con su trabajo? Ha dicho que quiere dar voz a la gente que no la tiene; denunciar, dar a conocer injusticias…

I. M. : He tenido la suerte de constatar que eso es así, que hay una labor de denuncia, de dar a conocer ese tipo de realidades. También hay otros trabajos donde compartir la emoción del otro es importante. Creo que el hacer que el otro se emocione ante algo, es una forma de lograr algo, de cambiarlo. No tengo ninguna duda de que hacemos una labor contando historias.

No te llega siempre el feedback de lo importante que es, de la trascendencia que puede tener esa denuncia. Pero sí puedo decir que hay muchas veces que ha funcionado esa historia. Eso sí que te da un empuje para seguir. Uno de mis trabajos que tiene trascendencia es lo tremendo que es ser mujer en el Congo…

C. L.: El hecho de ser mujer, ¿le hace mirar el mundo de otra manera?

I. M. : Si me lo hubiera preguntado hace unos años, hubiera dicho que creo en los individuos, que no era un tema de género. Sigo pensando por un lado eso. Pero por otro lado, tocar algunos temas me ha demostrado que hay temas que no ve igual una mujer que un hombre.

Me di cuenta además en la República Democrática del Congo, cuando me enfrenté a una realidad tremenda, mujeres violadas, utilizadas como arma de guerra. Me di cuenta que eso no, no lo podía contar de la misma forma que lo haría un hombre.

Inma Muro

Periodista especializada en temas de denuncia social. Más venticinco años de trayectoria en medios de información general e investigación. Entre ellos las ediciones digital y en papel de la revista Interviú. Gabinetes de prensa, comunicación institucional y agencias de publicidad.