Cristina Súarez Pérez, alias 'Tachis', mujer de 35 años con discapacidad intelectual.
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Estigma, prejuicio y mujeres con discapacidad

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Mi nombre es Pilar. Soy licenciada en administración y dirección de empresas, licenciada en periodismo, doctora en sociología, profesora en la universidad, periodista eventual, madre, hija, pareja, ama de casa, cocinera (o eterna aprendiz a ello), contable, administradora, gestora, organizadora de fiestas de niños o mayores –según corresponda—chófer, enfermera, jueza en litigios infantiles, a ratos psicóloga, costurera (aunque sea desastrosa y solo en casos de emergencia), peluquera de una preadolescente, lectora de prensa, ciudadana interesada en asuntos de política, personal-shopper, agenda y secretaria de todos los que viven conmigo, y alguna que otra cosa más que no añado porque tengo tasado el espacio de escritura.

Pese a distribuir mi tiempo en todo ésto, siento que, como parte de la sociedad en la que vivimos, recibo mensajes en los que con más o menos sutileza, se me pide que encuentre tiempo para mantenerme “guapa”, hacer ejercicio (en parte por salud, pero fundamentalmente para modelar mi cuerpo, porque “ya he pasado de los 40”), pelear contra la celulitis, hacer algo contra las arrugas, tener una oratoria interesante, demostrar reiteradamente mi capacidad intelectual, resultar “atractiva” (según el modelo imperante en la sociedad), ser graciosa, ser comedida… en definitiva, ser una mujer, o mejor dicho, cumplir con lo que la sociedad aspira a que seamos las mujeres.

La superwoman del siglo XXI

Si no lo hago –o mejor—aunque lo haga, siempre hay alguien dispuesto a decirme lleno de buena voluntad que debería no descuidar mi aspecto; que debería trabajar menos; que soy demasiado ambiciosa; que delego más de la cuenta; que delego poco; que me organizo mal en la casa…  Por supuesto que, cualquier penalización en el trabajo se imputa al hecho de que “dedico demasiado tiempo a mis hijos” a la vez que me cuestionan si llego 5 minutos tarde a recogerlos o si me olvido del material para la manualidad de turno; me “aconsejan” que dedique más tiempo a mi marido; me recuerdan que si me comporto de determinada forma o si visto de aquella manera, se pueden poner en duda mis logros en el trabajo o atribuirlos a mi condición de mujer, menospreciando de forma natural el esfuerzo que hay detrás de todo ello; me echan en cara que no atiendo como debería a mi madre; o asumen que descuido a mis amistades simplemente por mi incapacidad para organizar mi tiempo…

Paro aquí para no aburrir y porque, seguramente llegados a este punto, puede que más de una lectora se vea identificada en esta presentación o haya recordado cuándo fue la última vez que recibió este tipo de mensajes paternalistas, que son una fragante intromisión en nuestra libertad individual y una falta de respeto a nuestra capacidad de decidir y realizar nuestro proyecto vital.  Se ha normalizado que siempre estemos siendo juzgadas y nada de lo que hagamos sea suficiente en este cuento de la superwoman que nos hemos comido con ‘papas’ las mujeres del siglo XXI. 

¿Qué sucede si tengo una discapacidad?

Ahora bien, ¿qué sucede si no cumplo con todo? ¿Qué sucede si tengo una discapacidad y la falta de apoyos o adaptaciones me complica el día a día? ¿Si la falta de ajustes por parte de la sociedad hace que tarde más en hacer las cosas, que sea menos “eficiente” para este mundo donde se cuantifica el rendimiento (también el personal) en términos de productividad/hora? Es más, ¿cómo asumo mi papel en la sociedad si desde pequeña, debido a mi discapacidad, me han repetido hasta la saciedad que no soy una mujer como el resto, que nunca voy a tener una pareja, o no me voy a casar, o no voy a tener hijos…independientemente de que quiera o no hacerlo? ¿Qué pasa si no cumplo con las expectativas que la sociedad espera de mí por ser mujer? O mejor, ¿si lo que se espera de mí por tener una discapacidad entra en conflicto con lo que se espera de mí por ser mujer? ¿si no cumplo con ese canon de belleza que nos venden hasta la saciedad porque mi discapacidad se evidencia en algún rasgo físico que me hace parecer diferente a la norma impuesta? Parece un trabalenguas…, ¿verdad?

Pues es la realidad en la que viven las mujeres con discapacidad, la realidad a las que se enfrentan en su día a día. Una realidad marcada por la discriminación interseccional: es decir, por el solapamiento de la discriminación que va asociada a su condición de mujeres y la discriminación que va asociada al hecho de tener una discapacidad en una sociedad capacitista. Un solapamiento que se va extendiendo a todos los aspectos de su vida, amplificando las variables discriminatorias que rodean a ambas condiciones, y que camuflan una realidad impepinable: las mujeres con discapacidad son sobre todo mujeres y es desde esa perspectiva desde la que hay que avanzar en el cumplimiento de sus derechos fundamentales, y para ello hemos de trabajar en consolidar un feminismo inclusivo que salde la deuda pendiente que el movimiento tiene con ellas.

Dejemos ya las etiquetas  

Para avanzar hacia una Ciudadanía inclusiva es vital defender, reivindicar… exigir que se eliminen las barreras que la sociedad impone a las personas con discapacidad (no se trata de demagogia sino de hacer cumplir una ley ya aprobada). Barreras físicas (algunas nos surgen en la cabeza a todos, pero otras nos resultan imperceptibles porque nunca nos las hemos planteado como tales) pero, sobre todo, barreras intangibles. Acabemos con el desconocimiento, sin duda la principal traba que se encuentran las mujeres con discapacidad a la hora de construir sus proyectos vitales.

La sociedad desconoce lo que implica ser una mujer con discapacidad, desconoce sus necesidades, pero, sobre todo, desconoce sus capacidades; a cambio, se ha construido de ellas una imagen irreal basada en prejuicios y estigmas, que las condena al ostracismo y las hace vulnerables. Una vez más, solo nos queda la educación como motor de cambio social para generar una sociedad para todos y todas, más allá de las diferencias. Visibilicemos y pongamos en valor lo que las mujeres con discapacidad pueden aportar a nuestra sociedad y dejémoslas decidir sobre sus vidas.

No quiero generalizar, porque hay tantos tipos de discapacidad como personas con discapacidad, y tratar la discapacidad y a las personas con discapacidad como un todo es una forma más de discriminar. Pero más allá de eso, hay una necesidad por dar a conocer la realidad de estas mujeres que nos obliga a aplaudir proyectos como Fácil, la serie de ficción que está siendo cuestionada por no contar en el elenco con actrices con discapacidad y por otras tantas razones.

Rodeando el debate en el que no voy a entrar, y reconociendo los fallos –algunos garrafales—que presenta (especialmente la falta de conocimiento de muchos de los aspectos que expone, que la convierten en una oportunidad perdida para mostrar la realidad de estas mujeres) resulta fabuloso que se ponga encima de las conciencias asuntos como la esterilización forzosa, el aborto coercitivo, la ausencia de lenguaje accesible para mujeres con discapacidad intelectual, la negación del derecho a elegir libremente su maternidad, la falta de comprensión del entorno y el paternalismo con las que se les trata. Avancemos en ese camino y demos luz a estas realidades que se mantienen ocultas porque solo lo que se ve produce interés, se estudia, se atiende… y es el único camino para construir una sociedad justa, equitativa e inclusiva.