La consejera de Igualdad, Justicia y Politicas Sociales del Gobierno Vasco sigue la exhumación de los muertos en la prisión franquista de Orduña. Foto: IREKIA
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El ADN de las víctimas del campo de concentración franquista de Orduña

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De 1937 a 1941 pasaron alrededor de 4.000 presos políticos por el campo de concentración de la única localidad de Bizkaia con título de ciudad. Fallecieron 225 personas dentro de sus muros, la mayoría procedentes de Extremadura. Se conocen sus nombres y apellidos pero aún queda lo más difícil: tratan de identificar los restos localizados en las exhumaciones, 71 hasta la fecha. Crónica Libre visita el cementerio municipal donde están apareciendo los huesos de las víctimas, a muchos kilómetros de sus casas.

Ochenta años después de esas muertes, el Gobierno Vasco quiere realizar pruebas genéticas a los descendientes que siguen buscando a sus seres queridos para devolverles parte de su historia y para que cierren definitivamente el ciclo del duelo familiar. A simple vista, debajo del hormigón sobre el que se levantan los nichos de la entrada se aprecia el terreno escarbado donde fueron enterrados los fallecidos. Sus restos quedaron cubiertos por la tierra y el barro del cementerio de Orduña, primero, y por el pesado manto del olvido después. Permanecieron sepultados sin una lápida o inscripción alguna que los recordase hasta que, muchas décadas más tarde, han sido exhumados.

Campo de concentración de Orduña. Foto: Diana Rosell Cigarran cortesía de Joseba Egiguren

Hasta el año 2013 no se supo dónde estaban ni si era verdad que estaban

Desde entonces, en el cementerio aún se puede leer una placa desgastada que recuerda  « a los cautivos fallecidos en el Campo de Concentración y en la Prisión Central de Orduña, cuyos cuerpos fueron enterrados en algún lugar de este cementerio, y de quienes perdieron la vida en defensa de la libertad y en contra del fascismo entre 1936 y 1941».

“Cada  día caían muertos de cuatro a cinco individuos”, rememora María Belén Badillo, vecina de Orduña y testigo directo del horror que se vivió en el municipio al ser preguntada por los represaliados del franquismo. Más de la mitad de los casi 4.000 reclusos procedían de Extremadura y alguno de los encarcelados nunca volvería a su hogar. Les echaron a una enorme fosa donde, olvidados, han permanecido escondidos hasta  que los han encontrado.

Vista aerea del campo de concentración de Orduña. Fuente ayuntamiento de Orduña

Además de sus restos, el equipo de arqueólogos y voluntarios liderado por la antropóloga Lourdes Errasti ha encontrado “algún que otro elemento interesante”: botones de pantalones o camisas, tiras de cuero para sujetar pantalones y anillos de latón. Los expertos que han hallado estas piezas están sorprendidos por el orden y la distribución en la que eran colocados los cadáveres. “Al contrario de lo que hemos visto en otras fosas comunes, cada preso está enterrado en su féretro de madera, separado del resto y en filas”, concretan. Son varones de edad adulta, en posición de cúbito supino, con la cabeza orientada hacia el Oeste, a la misma cota de profundidad (entre 0,60 y 0,80 m). No se han encontrado mujeres, y se estima que tenían más de 30 años, lo que responde al perfil de prisioneros de cárcel.

Las exhumaciones que se están llevando a cabo desde diciembre dan continuidad a la labor iniciada en 2014 en el mismo cementerio, cuando se rescataron los restos de 14 víctimas, que hoy por hoy  no han podido ser identificadas, por lo que actualmente descansan en el Columbario de la Dignidad inaugurado el verano pasado en Orduña.

«No les vamos a devolver la vida, pero sí su derecho a descansar en paz entre los suyos, su derecho a la dignidad. Dignidad que pretendieron arrebatarles, pero que nunca perdieron». Son las palabras que pronunció Beatriz Artolazabal,  la consejera saliente de Igualdad, Justicia y Políticas Sociales del Gobierno Vasco en Cascuera (Badajoz) el pasado 28 de enero en memoria de quienes dieron su vida, quienes cayeron en el frente, quienes fueron tiroteados en una cuneta, quienes parecieron los rigores de la cárcel y de los campos de concentración, hasta encontrar muchas veces la muerte. La consejera recordó a los 3.981 presos que estuvieron registrados en la prisión de Orduña entre 1937 y 1941. “Se merecen tener quien les llore y quien les deje flores sobre sus tumbas”, solemnizó  Artalozabal.

Más de 2.000 personas fueron desplazadas en trenes a más de 700km de distancia, para ser aislados y a la vez castigados, a ellos y a sus familias por pecados que no sabían ni que habían cometido. Al castigo de la brutal represión le seguiría la crueldad del desarraigo y algunos de los encarcelados nunca regresarían a sus casas; morirían por las condiciones inhumanas que tuvieron que soportar: el frio, el hambre, el hacinamiento y  la enfermedad desde 1937 a 1941.

El forense Paco Etxeberria contempla uno de los restos. Fuente Aranzadi

“El abuelo está en Orduña”

En la última etapa de su vida, a punto de cumplir 87 años, el extremeño Julián Galán puede morir en paz. El hombre ha obtenido la respuesta que buscaba tras preguntarse durante años sobre el paradero de Blas Galán, su padre. A pesar de una memoria cada vez más frágil, no va a olvidar la alegría que le han dado los voluntarios y miembros de la Sociedad de Ciencias Aranzadi al descubrir que los restos del que era su padre se encuentran en Orduña. “. “Yo era muy pequeño, mi hermano mayor nunca nos contó la historia de nuestro padre y de no ser por esto no creo que hubiésemos dado con él”.

En la casa de Antonia del Amo, de Villagonzalo, tampoco han dejado de buscar a su abuelo Manuel hasta que, por fin, han sabido de su destino final. Pedro, el padre de Antonia- todavía vivo y de 94 años- solía repetirle a viva voz que el abuelo estaba en Orduña “aunque no podía ubicar en el mapa exactamente ni donde está”, hace hincapié. Pero el pasado es tozudo y, aunque lo entierren, se empeña en salir a flote y siempre vuelve.

Ahora, una delegación del área de Derechos Humanos del Gobierno Vasco está buscando a los descendientes de los 225 fallecidos en el campo de concentración y posterior prisión de Orduña para animarles a que entreguen  una muestra de su ADN. Quieren cruzar esas pruebas con los 71 restos localizados hasta la fecha en un proyecto que se enmarca en el programa de Búsqueda de desaparecidos de la Guerra Civil en convenio con la Sociedad de Ciencias Aranzadi, y con la colaboración del Ayuntamiento de Orduña.

En total, según cifras oficiales, 53 familias extremeñas se han sometido a análisis para hallar a los padres y abuelos que fallecieron en el penal franquista de Orduña. 127 de esos muertos eran extremeños, de los que 87 procedían de un centro de reclusión en Castura. 41 eran de Castilla-La Mancha, 22 provenían  de Málaga y 7 de Tarragona, aunque también se han recogido datos de muertos nacidos en Andalucía, en Cantabria o en la Comunidad Valenciana.

El tiempo transcurrido desde su muerte, la calidad del ADN que se pueda extraer de los restos óseos y el grado de parentesco del familiar al que se extrae el ADN determinan en gran medida que se pueda llegar a la identificación genética”, indica Aintzane Ezenarro, directora de Gogora, el Instituto Vasco de la Memoria. Añade que “es una enorme sorpresa que hayan recogido tantas muestras genéticas en tan poco tiempo”.

La alcaldesa de Orduña, Itziar Biguri Ugarte,  ha detallado que la del pueblo fue una cárcel de postguerra y que «fue utilizada a modo de venganza». En su gran mayoría, los enterrados en la fosa del cementerio, tenían profesiones variopintas como la de labrador o jornalero pero también había industriales, metalúrgicos, forjadores o personas que desempeñaban otros oficios ligados a la vida de los pueblos.  Por ese motivo, al ser gente común y en muchos casos sin ningún tipo de vinculación política, el ayuntamiento de Orduña ha solicitado una ayuda económica para investigar detalles sobre la vida de los que perecieron en prisión: “Resulta curioso que algunos acabasen encarcelados siendo unos humildes agricultores”, explica. “Acabaron en prisión por el simple hecho de querer ayudar a sus familiares”.

Centro de represión

A tenor de los documentos de la época, en 1937 el colegio de los Padres Jesuitas de Orduña fue reconvertido en campo de concentración de prisioneros de guerra y posteriormente, en octubre de 1939, en una prisión central. Los presos eran clasificados dependiendo del grado de responsabilidad que tenían en favor de la República y los utilizaban como trabajadores forzosos en  diversas obras de construcciones- públicas y privadas- de la zona.

La red española de estos campos – eran más de 180 en los primeros años de la Dictadura Franquista- fueron clausurados en 1939 salvo en algunos casos como en el de Orduña, que finalizada la guerra,  pasó a ser una prisión para aquellos que perdieron la contienda.  Se estima que pasaron unos 50.000 prisioneros por estas instalaciones, muchos de ellos combatientes del Ejército Vasco, tanto de la propia ciudad y pueblos alaveses cercanos, como del resto de Bizkaia y Gipuzkoa.  

La vida en el campo era una lotería. Entre estacadas, castigos sin sentido, vejaciones e insultos, los vencidos empezaron a vislumbrar cuál sería el precio a iban a pagar por haber «traicionado a la Patria», y el lugar que ocuparían en la «nueva España de Franco»  que había surgiendo. No tenían otra alternativa que resistir o morir.   Eran unos despreciables apestados que merecían todo aquello que les había pasado y a ojos de sus captores sus vidas no tenían ningún valor.

El pan de cada día

Una jornada en el Campo de Concentración de Prisioneros de Orduña se caracterizaba por la estricta y repetitiva rutina, el tedio y la falta de actividad de los cautivos. Día a día, su único quehacer  se limitaba a deambular de aquí allá en el patio o a encontrar una esquina para resguardarse de la lluvia y el frío, matándose los piojos, huyendo de los golpes e intentando engañar al hambre de cualquier manera. El ritmo diario  estaba marcado por el ingreso o la salida de prisioneros, los discursos clandestinos, las palizas recibidas, las formaciones, y los Cara al sol  de rigor.

Los arqueólogos colocan una rosa en cada fosa que ocupan . Fuente Ayuntamiento Orduña

 Contra el silencio

En 2012 el Ayuntamiento de Orduña reprobó lo ocurrido y se comprometió a rehabilitar su memoria, así como a difundir este terrible y desconocido episodio de la historia de la ciudad. Lo que se sabe sobre éste siniestro Campo de Concentración es gracias al trabajo de investigación del periodista Joseba Egiguren. Siendo empleado del ayuntamiento de la localidad, Egiguren ha publicado “Prisioneros en el campo de concentración de Orduña (1937-1939)”un libro que saca a la luz documentos civiles y militares, junto con los estremecedores testimonios de los últimos ex prisioneros.

Orduña no fue un campo de exterminio convencional, como sí lo fueron los campos nazis al uso de la segunda guerra mundial. Su finalidad no fue la eliminación masiva del enemigo, sino su alejamiento del frente y su clasificación, para depurar sus supuestas responsabilidades militares, políticas y sociales y para “reconstruir un nuevo país”.

Los restos de los muertos hallados constituyen una pequeña parte de los que se encuentran aún sin exhumar en esa misma parcela. Tras su exhumación alguien va colocando en señal de respeto una rosa roja  en cada fosa que ocupaban, una por cada rescatado ocho décadas después.

Si quieren más información sobre las exhumaciones y el proceso de recogida de muestras de ADN o ponerse en contacto con el Instituto de la Memoria Vasca, pueden hacer llamando al teléfono  944 032 845 o escribiendo al correo electrónico gogora@euskadi.eus

El objetivo es llegar a contactar con el mayor número de familiares posibles que puedan donar ADN para llevar a cabo la identificación genética de los restos.

Ibon Pérez

Periodista. @ibonpereztv