Me pregunto cuántas mujeres víctimas de violencia machista, habrán cantado, como yo, una, dos, tres o infinitas veces, tu “Se acabó”…
Desde niña yo te escuchaba y me pegaba a la tele como hipnotizada. Tenías ese poder. Quien te iba a decir a ti, una chiquilla sevillana de Triana, que limpiaba casas, pasando hambre, como bien decías, desayunando achicoria y chuscos de pan duro, ibas a convertirte en una de las estrellas de la copla en este país, donde se creía que ya estaba todo inventado, en ese género folklórico dramático.
Tú llegabas con esa fuerza imparable de quien tiene ansia de vida, de triunfar y tener la nevera llena. Porque tú eras tan guapa y tan lista que te merecías un príncipe o un dentista. Y te llegó un príncipe bandolero y estudiante, a caballo, para salvarte de tus dragones escondidos, para ser tu media naranja y poder estrujarte mejor.
La vida enseña a base de palos
Nadie interpretaba como tú, eras nuestra Chavela española. Porque para cantar así, tienes que, como tú bien decías, sentir dolor. La vida enseña a base de palos, y algunas, tenemos una cátedra, y tú, querida maestra, tenías un doctorado cum laude. La muerte tan trágica de tu hija, paró tu mundo, aunque no tu vida. Y seguiste cantando, desde “el coño”, como decías, porque sólo una mujer puede cantar así. Tú ya venías de vuelta en dolores, nadie, nadie, podía darte clases.
Los medios te boicoteaban, pero a ti te daba lo mismo, y le parabas los pies a cualquier reina de las mañanas que intentara doblegarte. Porque sólo te quedaba eso: La Verdad.
«Hasta siempre, querida superviviente, guerrera, valiente entre las valientes»
Quienes hemos pasado por el proceso de ser víctimas, sabemos que nuestra cárcel está en nuestra mente, el miedo, la falta de autoestima, el aislamiento social, las armas del maltratador, y aunque te repetías una y otra vez que “Se te estaba acabando lo buena que eras”, también eras consciente de que eras capaz de quemarte con él en el mismísimo inferno. Y por eso nos criticarán siempre, quienes no conocen ese ciclo que parece no tener fin.
Hasta siempre, querida superviviente, guerrera, valiente entre las valientes; tengo tantas cosas que contarte el día que me llegue la hora; tú que sobreviviste, al maltrato, al ostracismo, a la pérdida de tu hija, y dos veces al cáncer. Cuando llegue el momento, y espero tardar mucho, espérame en la puerta de la mancebía, diecinueve días y quinientas noches, o en un hotel de lujo, con dos camas vacías, para descansar tranquilas, fuera de las ciudades impías; porque pagamos siempre al contado, y jamás, jamás nos faltarán besos, y te quedarás a mi lado, para que este mundo me parezca más amable, más humano y menos raro.
Gracias, gracias, gracias querida tocaya. “Se acabó”, el luchar contra la muerte, porque seguro que la muerte, estará cantando contigo. Y brindo por ti, porque ahora ya… ¡Tu mundo es otro!