La defensora de los derechos de las mujeres con discapacidad, Cristina Martín. Foto: Carlos Luján / Europa Press

Info-exclusión: la enésima forma de dejar fuera del sistema a las mujeres con discapacidad

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La pandemia supuso un punto de inflexión en nuestras vidas en todos los ámbitos, especialmente en lo relativo al papel de la tecnología en nuestro día a día. Teletrabajo, teleformación, pero también procesos administrativos que, desde entonces, solo pueden realizarse de forma telemática, sin menospreciar, cómo ha cambiado la forma en que nos relacionamos socialmente, pese a la vuelta en su momento a la llamada normalidad. Cambios que llegaron para quedarse y que ponen de manifiesto una realidad:  la falta de capacitación digital se convierte en un factor de riesgo para procesos de exclusión social que afecta de forma específica a grupos especialmente vulnerables como es el de las mujeres con discapacidad en general, y que resulta especialmente severa cuando hablamos de mujeres con determinados tipos de discapacidad, en particular.

Las mujeres con discapacidad están sometidas a procesos de discriminación interseccional. En ellas confluyen múltiples factores de discriminación que se van solapando y afectan a todos los ámbitos de su vida, y que parten de dos circunstancias: ser mujer y tener una discapacidad. La tecnología –o la falta de acceso a ella—es sin duda un factor de discriminación más a sumar a su lista, pese al potencial que tiene por sí misma, y que resulta indiscutible. La diferencia va a depender de las barreras de acceso que pongamos en torno a ella.

Cuando algo adquiere tanta importancia como dejar fuera del sistema a un grupo social, hemos de hablar de posible factor de discriminación. Es lo que pasa con la capacidad de acceso a la información y su manejo, que determinan la posición social de las personas y los grupos sociales que conforman. Así lo indicaban ya en el año 2009 el catedrático Miguel Ángel Vázquez Ferreira y el profesor de la Universidad de Alcalá y experto en discapacidad, Eduardo Díaz Velázquez, señalando la correlación entre información y posición social.

Info-exclusión, la brecha digital

En esta línea también han ido muchos de los trabajos del profesor de la Universidad de Valencia, José Manuel Rodríguez Victoriano, cuyo término “info-exclusión” pone en relieve la brecha digital y sus consecuencias, señalando dos dimensiones sobre el concepto: los derivados de los procesos sociales de desigualdad que impiden el acceso material a las TIC y al conocimiento de ellas (necesario para superar el analfabetismo digital); y los que impiden los procesos de socialización que representa Internet (diversidad de fuentes, relaciones sociales, etc.), así como la participación que conlleva su uso en espacios alternativos.

Las mujeres con discapacidad presentan riesgo en ambas dimensiones. Un riesgo que se une al resto de factores de discriminación que enunciábamos antes, y que se materializa en una posición económica más vulnerable, que genera finalmente un círculo perverso complejo de romper.

Discriminación por discapacidad sí, pero sobre todo discriminación por ser mujeres.

Una vez más se pone el acento en la discapacidad y está claro que tiene un peso fundamental en todos estos procesos, pero el hecho de ser mujeres complica más su situación porque las suele condenar a la invisibilidad más absoluta. Si evaluamos los datos disponibles, las personas con discapacidad han visto mejorar su calidad de vida global gracias a la tecnología.

Así lo indicaba el 70% de los participantes de un estudio de la Fundación Adecco sobre tecnología y discapacidad publicado en 2021. La tecnología había supuesto mejoras en todos los ámbitos, en parte porque facilitaban el desempeño de su puesto de trabajo. Ahora bien, y aunque no existen datos desagregados, es fácil extrapolar esto a la realidad de las mujeres con discapacidad y saber que este beneficio repercute exclusivamente en una minoría bien posicionada, que participa en el sistema y que, por tanto, encuentra mejoras en la tecnología en su día a día.

Cuando los recursos económicos impiden acceder a ella, o los puestos laborales no requieren de su uso, poco puede aportar para generar beneficio; sin olvidar, a aquellas mujeres que no han podido acceder a una educación por las barreras que aun encuentran para ello.

Poco trabajo, mucha precariedad

Si atendemos a la radiografía social de este grupo, vemos que además de tener una peor formación y niveles de estudio (o en parte por ello), el empleo es el punto débil de las mujeres con discapacidad y, además, cuando tienen un puesto de trabajo, suele ser en el sector servicios, asociado a la limpieza o al cuidado de terceros.

En todas las crisis, los sectores más vulnerables son los más afectados y en esta, cuyas secuelas siguen coleando, no ha sido distinto. Y las mujeres con discapacidad, insisto, es un grupo especialmente vulnerable y la brecha de conocimiento, laboral y tecnológica que las rodea se ha evidenciado en este tiempo.  

El mismo año que se publicaba el estudio de la Fundación Adecco, el Observatorio sobre Discapacidad y Mercado de Trabajo, de la Fundación ONCE-ODISMET alertaba de que el 66,7% de las mujeres con discapacidad en edad de trabajar estaban inactivas, frente al 23,3% de las personas sin discapacidad; pero, además las que tenían empleo, solían tener puestos y salarios caracterizados por la precariedad. Por dar más datos: el salario medio bruto anual de este grupo social era de 3.389,6 euros inferior al de los hombres con discapacidad y 6.183,3 euros menor que el de las personas sin discapacidad.

Menos recursos, menos empleo, más info-exclusión

No hace falta ser economista ni sociólogo para deducir que de una u otra forma, estamos dejando fuera de la transformación digital a las mujeres con discapacidad, y que esto conlleva no solo desaprovechar su talento y su capacidad como fuerza de trabajo, sino también incrementar su posición de vulnerabilidad social. En pocas palabras, las abandonamos socialmente porque miramos hacia otro lado y no promovemos el cambio.

La precariedad que las rodea conlleva a la info-exclusión, la info-exclusión a la que se las condena, impide la inclusión en otros ámbitos y perpetua la precariedad. Otra vez el círculo. Pero no solo es un problema no acceder a través de internet a herramientas para la búsqueda del empleo, por ejemplo. También empieza a notarse en el ciberespacio, algo que emula la forma de establecer las relaciones de poder en el mundo no virtual: los hombres copan los espacios de participación política digital. Un espacio fundamental para reivindicar su posición como ciudadanos aquellos grupos que han sido relegados del sistema.

Alejar a las mujeres de la red, las excluye también del conocimiento generado en torno a la tecnología. Internet es una ocasión estupenda para romper con estigmas y estereotipos, también aquellos que rodean a las mujeres con discapacidad, fruto del desconocimiento la sociedad sobre este grupo social y la invisibilidad que como hemos visto, las rodea. Pero si no pueden acceder a estos espacios, no pueden conformar una identidad real ni romper, aunque sea gracias a la presencia virtual, la imagen irreal que las acompaña.

Desigualdades dentro de la desigualdad y más

Pero si los recursos económicos generan diferencias en el acceso a la tecnología, el tipo de discapacidad también marca contrastes importantes. Los estudios existentes muestran que, cuanto mayor sean los ajustes necesarios para conseguir una tecnología accesible, más difícil es disponer de ella. Como pasa en otros casos, las mujeres sordas, las mujeres con discapacidad intelectual y las que tienen enfermedad mental o discapacidad psicosocial, serán mucho más vulnerables, una vez más.

Pero en este círculo de desigualdades también el patriarcado tiene algo que decir. Las mujeres, cuidadoras por excelencia, tienen –tenemos—menos tiempo libre que los hombres. Son muchas las encuestas que avalan esto.

Nosotras con discapacidad o sin ella, solemos ser las que nos dediquemos a las tareas del hogar, al cuidado de hijos y ancianos… en definitiva las que hipotecamos nuestro tiempo en aras del bienestar ajeno. Eso nos deja menos momentos para “trastear” con la tecnología, si lo comparamos con los hombres. Si además tienes una discapacidad y requieres de más tiempo para hacer las cosas, el tiempo resultante es menor aun. Trasteas menos entonces, accedes menos a la tecnología.

En definitiva, el patriarcado y el capacitismo unen sus perversas fuerzas para poner en evidencia una vergüenza social: no se “invierte” lo suficiente en formar a las mujeres con discapacidad, en dotarlas de recursos para acceder a la tecnología, porque no se les atribuye el mismo “valor social” que, a los hombres con discapacidad, o incluso que a las mujeres sin discapacidad. Un discurso erróneo que desgraciadamente está encima de la mesa, y constituye una fuente de discriminación en sí mismo y cuyas consecuencias son fatales.