En España, más de 200.000 mujeres sufren adicción al juego. Sin embargo, es un colectivo invisibilizado que sufre doble estigmatización, por ser mujer y ludópata. Solo una de cada diez busca ayuda y muchas cuando lo hacen acuden solas, sin apoyo familiar, cargadas de culpa e incomprensión. Fomentar el juego responsable es la idea que existe detrás del 17 de febrero, día designado internacionalmente a esta causa. Pero este juego controlado tiene una cruz y es la de aquellas personas que viven una actividad lúdica sin poder controlarlo. Es cierto que la mayoría lo vive sin problema, pero sí que un uno por ciento desarrolla algún tipo de patología asociada a las apuestas, al bingo, máquinas tragaperras o casinos on line y físicos.
Carmen Quintana trabajaba de secretaria en una pequeña empresa, solo eran su jefe y ella. Se encargaba de la contabilidad y llevaba muchos años. Cuando bajaba al desayuno comenzó a echar unas monedillas a la máquina que lucía al lado con un machacón sonido. No mucho tiempo después, acudía al bingo cuando salía de la oficina.
Sus tardes se prolongaban hasta que cerraba el local de juego. Desde las cuatro y media de la tarde hasta las tres de la madrugada, las cuatro los fines de semana. Al día siguiente se levantaba, casi sin dormir y se iba a trabajar.
El día que todo saltó por los aires
Nadie sabía nada de esa realidad paralela en la que vivía, ni su marido ni su hija. Hasta que todo se destapó. “Trabajaba media jornada, pero mi jefe cotizaba el 100 por cien para que me quedara una pensión digna. Cuando él me dijo que no podía cotizar por más de mi jornada, no acepté. Llegamos a un acuerdo de indemnización y me fui al paro”.
Antes de dejar el trabajo enseñó al empresario a llevar su propia contabilidad. “En dos meses le fui diciendo cómo hacerlo porque él no tenía ni idea”, dice Carmen desde Barakaldo. Ella misma, estaba desatando lo que más temía.
“Un día mi jefe me llamó, no lo olvidaré nunca, y me dijo, ‘Carmen tienes que venir”, recuerda. Todo se supo, todos los años que había estado arreglando lo que entraba y salía, haciendo facturas falsas, cogiendo de aquí y de allá para jugar. Lo que no sabía era la suma de todo aquello, 138.000 euros.
Encontrar apoyo
“Mi hija me buscó una asociación pero fui sola. Yo estaba destrozada, no dejaba de llorar, estaba perdida”. Hoy Carmen es vocal de Ekinza Aluviz, (Asociación de Ayuda a Ludópatas de Vizcaya) y ocupa el mismo cargo en FEJAR (Federación Española de Jugadores de Azar Rehabilitados).
“La asociación es mi vida, llego allí y no me acuerdo ni de mis dolores ni de mis penas. Allí ayudo a otra gente, les veo salir y me enfado cuando recaen. Allí soy yo”, explica Carmen con orgullo. Ese mismo que no sintió por sí misma durante tantos años.
Solo una de cada diez mujeres con adicción al juego pide ayuda
De los 170 asociados solo 15 son mujeres. Este es un reflejo de lo que ocurre en toda España. Solo una de cada diez mujeres con adicción al juego pide ayuda. Aunque entre las personas que tienen problemas de ludopatía un 30 por ciento son mujeres.
“Aquí, como en otros ámbitos, también existe la brecha de género. En las mujeres está peor visto y ellas se culpan más por su adicción al juego y se avergüenzan”, explica Rosana Santolaria, coordinadora del Área de Psicología de Fejar.
En más de dos décadas que lleva esta profesional trabajando con personas con ludopatía ha visto como las mujeres, la mayoría de los casos, acuden solas a pedir ayuda. Mientras que el 70 por ciento de los hombres sí cuentan con apoyo y es femenino.
Señales de alarma
“Para un 80 u 85 por ciento de la población el juego, una actividad lúdica, no representa un problema”, reconoce Juan Lamas, director técnico de Fejar. El problema está en ese otro sector de la población que sí desarrolla una incontrolable necesidad de jugar, apostar, menospreciando cualquier consecuencia negativa.
Como representante de los jugadores rehabilitados, Lamas participa, precisamente en el día del Juego Responsable, en el II Encuentro que organiza Fejar. En esta reunión participa el ministro de Consumo, Alberto Garzón, y agentes del juego para «fomentar el ocio responsable, la creación de un marco legislativo y la educación para toda la sociedad”.
El juego vivido desde la adicción que acarrea problemas económicos, sociales, familiares, legales y afecta a la persona psicológicamente y psicosomáticamente. En España, hay en torno 680.000 personas adictas al juego, según cifras del Observatorio Español Drogas y Adicciones, que depende del Ministerio de Sanidad.
Rehabilitados que dan la cara
En la Federación de Jugadores Rehabilitados ofrecen ayuda y participan tanto en la recuperación como en la prevención. “Hay reuniones de grupo, con monitores que son personas que han tenido adicción al juego. Son similares a las de Alcohólicos Anónimos, pero en este entorno no se trabaja desde el anonimato, se pretende dar visibilidad al problema, ser ejemplo para otros en campañas… Y también hay terapia psicológica individual», expone Rosana Santolaria
Detrás de la adicción al juego muy a menudo hay patologías que son la raíz del problema. “En ocasiones hay disforia [desarreglo de las emociones], depresión, ansiedad… Se aprecia una diferencia entre hombres y mujeres: ellos escogen juegos de competividad, de demostrar habilidades. Ellas, más los que entrañan evasión, que no tengan que pensar mucho en su vida personal, sus cargas como cuidadoras… Quieren es escapar de la presión”, explica Rosana Santolaria.
El bingo como medio de huir de la soledad
Así le ocurrió a Carmen. Ella buscaba en el bingo huir de la soledad que la recibía en casa. “Mi marido bebía mucho, siempre estaba con la cuadrilla, nunca hacíamos cosas juntos. Yo encontraba en el bingo un escape a mi insatisfección, buscaba la compañía que no tenía”. En junio de 2026 terminará de pagar su deuda, que abona desde hace once años. Cada mes aporta 830 euros de su pensión y todas las pagas extra.
Esta vizcaína reconoce que nunca ha sentido tentación de recaer, lo tuvo muy claro que nunca volvería a jugar. Lo ha cumplido, ahora ayuda a otros a transitar por esa reconstrucción personal que vivió de cerca y sabe los problemas familiares que puede acarrear.
“En una mujer la ludopatía se ve como un vicio; en un hombre, como una enfermedad. Mi hija se lo tomó así, como si jugara porque quería. Estuvo cinco años que si me veía por la calle me volvía la cara. A pesar de que tiene dos carreras, no me comprendía. Y así es también como nos ve la sociedad. Hay muchas hipocresía y cada vez más peligro para chicos jóvenes que comienzan a jugar on line”, advierte Carmen Quintana. Su ejemplo y su determinación ponen nombre a una realidad tan invisibilizada.