Ryan Gosling y Rachel McAdams en una escena de amor, sexo y pasión de la película 'El diario de Noa' (2004)
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Sobre el amor y las relaciones

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¿Hombres y mujeres queremos lo mismo en el amor? ¿Entendemos igual las relaciones? El amor ya no es lo más importante en la vida de las mujeres. Estamos en la esfera pública aunque sea a base de dejarnos las uñas para que nos den un sitio. Tenemos éxito laboral sin renunciar a una vida social e, incluso, a una vida sexual plena: podemos satisfacer nuestro deseo sexual sin pasar por el altar ni el confesionario, a veces incluso a golpe de cargador del dildo. ¿Serán malos tiempos para el amor en general o se trata sólo de aprender a adaptarnos a esta nueva forma de entender el amor?

Si algo me gusta de las vacaciones es la posibilidad de sentarme en una mesa, ajena a las prisas, disfrutando de un desayuno al sol, y entrometerme mentalmente en las conversaciones de los que están en la mesa de al lado.

Me autojustifico diciéndome que es deformación profesional, pero en el fondo, es una forma de evadirme de mi realidad y ver la vida con los ojos ajenos; saber de qué habla el mundo que me rodea, y tomarme la licencia de opinar en mi cabeza sobre la vida de terceros a los que no conozco, pero que me permiten sumergirme en su historia al ritmo de los sorbos de mi café.

¿Hombres y mujeres queremos lo mismo en el amor?

En estos días, una de las conversaciones ajenas que más me gustó fue una que mantenían un chico y una chica de unos 30 años, sobre si los hombres y las mujeres queremos lo mismo en el amor. Mi cabeza hizo suya la pregunta, y empecé a darle vueltas a si los hombres y las mujeres entienden igual las relaciones.

Mi primera reacción fue defensiva: En un mundo donde desde el paternalismo más absoluto que rodea a las mujeres, existen grupos de presión, asociaciones, partidos políticos y hasta influencers mediáticos que hablan en nombre de todas las mujeres e intentan apoderarse de la construcción de la ideología de género, generalizar también en esto, me parece espantoso.

Criterio único

Existe una tendencia bastante molesta, de tratar de imponer un criterio único y estandarizado, sobre cómo hemos de comportarnos las mujeres y qué hemos de pensar y sentir. Tampoco me parece correcto cuando hablamos de los hombres, pero estoy aquí para hablar de lo mío, que bastantes espacios nos quitan en este mundo, como para ceder más de forma gratuita.

Además, no creo que para evaluar cómo se asumen las relaciones hoy por hoy, haya que partir en establecer diferencias entre hombres y mujeres sin más. Es reduccionista, simple y algo falaz, pues –si retomamos la pregunta inicial—la diferencia estriba fundamentalmente en qué queremos nosotras ahora y que queríamos (nos permitían querer) hace unos años (tal vez medio siglo, no nos sorprendamos que el pasado fue ayer).

Racionalización del amor

Si partimos de este análisis, lo que sustenta el cambio es la racionalización del amor, o mejor, la racionalización de las emociones amorosas. Esto, vaya por delante, es un avance fundamental en el camino hacia la igualdad, sin obviar, que es una de las medidas más importantes para erradicar la violencia de género, o al menos, el que haya mujeres que se queden junto al maltratador.

Cada vez hay menos espacio para ese amor desgarrador, para el sufrimiento provocado cuando el destino pone en tu camino a una persona con la que vivir y disfrutar de un amor eterno que no termina de cuajar. Ese del que nos alimentábamos de niñas, en parte gracias a los cuentos de hadas, y nos convertía en víctimas del “y comieron perdices”.

Ese amor de telenovela por el que aceptábamos convenciones que nos recluían en el ámbito privado, escondidas y alejadas de espacios públicos que nos permitieran ser realmente independientes en todos los sentidos. Como digo, un mecanismo que ha sido –y es—uno de los principales sostenedores de la violencia contra las mujeres por parte de parejas o exparejas.

Del amor romántico al amor confluente

En el siglo XXI, el amor o cómo entendemos el amor las mujeres, ha cambiado. Si hacemos un breve recorrido sociológico aplicado a esto de las relaciones, la identidad de las mujeres durante la primera modernidad estaba asociada según Giddens al amor romántico.

Una vez superadas las sociedades tradicionales, las mujeres nos libramos del yugo de la tradición, del que imponía el interés económico o de posición social a la hora de casarse, y del peso de la religión como variables determinantes para elegir (o someterse a una) pareja.

La segunda modernidad

El amor atendía y entendía entonces, de razones asociadas al corazón y a partir de ahí, se elegía al hombre de tu vida (y sin mucha dilación, que lo de ser solterona estaba muy mal visto). Sin embargo, la segunda modernidad acaba con esto y el amor se caracteriza por la creación de determinados acuerdos que atienden a otras razones y que no sólo están asociadas a la emoción o, al menos, no de forma gratuita.

Esta segunda modernidad sustituye el romanticismo por una especie de pacto donde ambos han de querer que confluya ese amor, que en ningún caso debe ocupar todo el espacio. Esto ha ido evolucionando –a la par que las aplicaciones para ligar en Internet—y las parejas ahora deciden sus propias normas, empezando porque ya no se asocian únicamente a un hombre y una mujer, sino que hay una redefinición del propio concepto y se debate cualquier convencionalismo.

Poliamor

Esto ha dado lugar a nuevas relaciones, incluidas el poliamor (origen del debate de mis vecinos de mesa, por cierto). En un escenario con tantas opciones, la relación solo se mantiene si ambos quieren mantenerla y, para querer mantenerla, la relación ha de generar bienestar.

Está claro, que luego hay múltiples condicionantes que hacen que este axioma no siempre pueda mantenerse. Pongo solo un ejemplo, porque considero que es fundamental: si las mujeres dependen económicamente del hombre, es difícil romper la relación; de ahí que la brecha salarial, la precariedad laboral de las mujeres o el hecho de que el cuidado tenga rostro femenino, tengan un peso tan importante a la hora de hablar de poner fin al sometimiento derivado del patriarcado, pero eso es tema para otro artículo.  

En el siglo XXI, y en condiciones ideales, hablamos de relaciones líquidas, como diría Bauman, basadas en el bienestar de las partes. Y ojo, que una relación líquida no quiere decir que las personas ya no queramos estabilidad. La estabilidad, en general, es razón de bienestar, pero no estabilidad a cualquier precio. Es más, conscientes de las opciones, se valora el coste de oportunidad de la relación estable que se tiene y, si no compensa, se cambia y se prueba con otra persona.

Éxito laboral y vida social y sexual plena

De ahí la liquidez. A esto hay que sumar que el amor ya no es lo más importante en la vida de las mujeres (al menos no de una forma impuesta) porque ya estamos en la esfera pública (aunque sea a base de dejarnos las uñas para que nos den un sitio). Ahora podemos experimentar el beneficio de la autorrealización en el éxito laboral, sin renunciar a tener una vida social (salimos y entramos como queremos) o, incluso, una vida sexual plena (podemos satisfacer nuestro deseo sexual sin pasar por el altar ni el confesionario, a veces incluso a golpe de cargador del dildo de turno).

Puede pasar –y de hecho pasa—que las nuevas generaciones –y algunas en reválida—no tienen interés en tener pareja y, a veces, tenerla les supone una carga o incluso una barrera; así que ha de merecer mucho la pena lo que te ofrece la relación para entrar en ella y, sobre todo, para mantenerte ahí, porque generalmente implica un peaje que no siempre compensa pagar.

¿Malos tiempos para el amor?

Es decir, ahora buscamos –creo que hombres y mujeres—respeto, bienestar y equilibrio en nuestra relación. Movernos desde la libertad con unas normas comunes aceptadas que no mermen opciones a nuestras vidas. Vamos, que cuando estás con alguien ha de ser para que te sume, que restar, ya te restan muchas cosas que no puedes controlar.

Si a la ecuación le añadimos la velocidad y la inmediatez con la que nos movemos y la escasez de tiempo que caracteriza nuestros días, no sé si hay espacio para que las relaciones crezcan, se desarrollen y se asienten, es decir, si hay opción para saber si pueden sumar.

Aquí mis pensamientos vuelven a la casilla de salida y de nuevo aparece en mi mente Bauman y su sociedad líquida y mi razón pone el acento en las relaciones efímeras que, si no salen bien, son fáciles de deshacer, aunque haya consecuencias y aunque renunciemos a la complicidad de lo consolidado. ¿Serán malos tiempos para el amor en general o se trata sólo de aprender a adaptarnos a esta nueva forma de entender el amor?