El periodista y escritor José María Calleja, fallecido el 21 de abril de 2020 por coronavirus. Foto: Universidad Carlos III.
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Subjetividades inflamadas

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Durante mis años en la Facultad de Periodismo, tuve la suerte de que me diera clase el tristemente desaparecido José María Calleja. Él venía a clase con sus escoltas, pues estaba amenazado por ETA, pero nunca nos impuso una realidad, pese a que él conocía la peor cara de buscar la verdad, de hacer información de la buena.

Calleja nos enseñó, entre otras cosas, las claves del periodismo, del buen periodismo de investigación; pero también nos habló de la profesión, desde una sinceridad absoluta. Recuerdo que decía que ser periodista no es una profesión, sino una manera de ser, de comprender el mundo; hablaba de los riesgos personales que tiene amar demasiado al periodismo y explicaba desde la sensatez que da la experiencia, cómo la profesión te acompaña a lo largo de tu vida sin poder deshacerte de ella: “Uno nace periodista. O se es, o no se es; y si se es periodista, trabajes de lo que trabajes, mueres siendo periodista”.

Años más tarde coincidí con él en un acto organizado por la Fundación ONCE. Él dio una charla magistral, como todas las que daba, sobre violencia contra las mujeres con discapacidad, y yo participaba hablando de la maternidad o los problemas para ejercerla de estas mujeres. Tuve el valor de acercarme a él (el respeto que sentía por él aun contenía mis pasos) y le conté que varias de sus frases, que todavía conservaba en los apuntes de su asignatura, me habían acompañado de forma especial después de acabar la carrera, porque fue entonces, con los años, con mis años, cuando entendí el verdadero significado que escondían sus palabras y su transcendencia.

No existe la objetividad en el periodismo

La frase en cuestión rezaba así: “No existe la objetividad en el periodismo. Uno es sujeto y, por tanto, escribe desde el yo, con los ojos con los que concibe la vida, con los que ve la realidad. No se puede separar el yo que observa del objeto observado. El buen periodista será el que busque el rigor, el que quiera contrastar lo que ve o lo que le cuentan, el que sea neutral en la exposición, pero no el que renuncie al yo, porque sin él, el texto está muerto, no hay alma, no hay realidad”.

Sólo cuando te enfrentas a la responsabilidad que implica transmitir con tu trabajo el dolor ajeno, la injusticia o la crueldad, entiendes la transcendencia de las palabras de Calleja. Sin embargo, el subjetivismo ha de tener un límite y, como casi siempre, los límites vienen de la mano de la ética y de eso no vamos sobrados en estos tiempos. La explosión y el auge de las redes sociales nos convierten a todos y todas en “periodistas”, pero de esos que se hacen a partir del alma de cotilla inherente al ser humano y, sobre todo, del ego y la necesidad de notoriedad que se ha consagrado en la sociedad de consumo en la que nos movemos.

El pseudoperiodismo

Las profesiones inherentes a la persona han perdido relevancia, porque se ha dejado de valorar el criterio, y se prima el número de likes y los seguidores. Pasa en el cine (las actrices y los actores se quejan de que los contratos ya no van por talento, sino por cuán importante eres en redes); pasa en los productos audiovisuales que consumen nuestros hijos e hijas (vivan los youtubers); pasa en la estética (las influencers marcan los ritmos del mercado), y pasa también en el pseudoperiodismo.

El principal problema es que en esta nueva forma de generar opinión y desdibujar la línea que la separa de la información de verdad, existe un exceso de ego y sesgos cognitivos importantes. Sesgos como el de confirmación, es decir, la tendencia a favorecer, buscar, interpretar y recordar la información que confirma nuestras ideas y creencias y, sobre todo, reduce las posibilidades de considerar como probables o ciertas, alternativas contrarias a ellas. Por este sesgo solemos creernos más aquello que corrobora nuestra forma de ver el mundo, que aquello que no nos da la razón y nos obliga a reflexionar e, incluso a pensar, que puede ser que estemos equivocados.

La política también ha hecho suya esta forma de entender el mundo y en la batalla del desprestigio sobran opinadores con una subjetividad inflamada en exceso que únicamente entienden que la verdad es la suya y desprecian cualquier tipo de entendimiento. Señoras y señores, bienvenidos al mundo de “la verdad es mi verdad”. Les ruego que estén atentos y abran la mente, porque el riesgo de explotar empieza a ser demasiado alto y las consecuencias, no lo duden, serán fatales.