Manuel Fernández Padín con sus escoltas en una foto de archivo.

Padín, el «traicionado» de la Operación Nécora

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El narcotraficante arrepentido, que hizo que en España Baltasar Garzón creara la figura de testigo protegido, Manuel Fernández Padín, se declara hoy “desegañado y traicionado”. No lamenta haber sido la pieza clave de una de las primeras macrorredadas contra el narcotráfico en Galicia, la Operación Nécora. En su entrevista en Crónica Libre se queja de “maltrato” e “incumplimiento de lo que se le prometió” por su colaboración hace 32 años.

Por Inma Muro

Padín insiste en denunciar el abandono de los gobiernos de España, que no cotizaron ni un día de los 20 años que estuvo protegido y se le prohibió trabajar. Apela a la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, gallega como él y abogada laboralista, para que arregle su situación. Ya ha llamado a las puertas del Ministerio de Escrivá y del de Marlaska. De momento, solo ha logrado un reiterado silencio administrativo.

Manuel Fernández Padín es un personaje principal en la lucha contra el narcotráfico en España. Su historia anda entretejida con el desarrollo de una de las mayores operaciones contra la droga de este país, la bautizada como Nécora. Esta macrorredada, capitaneada por el llamado en su día “juez estrella”, Baltasar Garzón, se llevó a cabo el 12 de junio de 1990. En 1989, se había iniciado la instrucción del caso que desembocó en 1993 en un juicio que duró ocho meses; tuvo 45 acusados, de los que treinta fueron condenados a penas de entre 23 años y seis meses de prisión.

 Padín, junto con Ricardo Portabales, jugaron un papel crucial como arrepentidos y por ello fueron testigos protegidos, “los primeros de España”, recalca Fernández Padín. Sobre sus testimonios pivotó gran parte de la acusación que dio un zarpazo a las familias que se repartían el negocio de la coca en las costas gallegas.

Eran años duros del tráfico de drogas, finales de los ochenta, con poderosos clanes que habían comenzado con el contrabando de tabaco, luego pasaron al hachís y, más tarde, a la cocaína. Aquel episodio contra los clanes cambió radicalmente la vida de Padín. Teinta y dos años después, con un trasplante de hígado y un cáncer de colon, sigue hablando con vehemencia y profusión de datos, nombres, fechas y cifras de aquella época. Sus revelaciones siempre fueron muy consideradas por policías, jueces y el fiscal Javier Zaragoza. “Padín habla de primera mano, no de cosas que ha oído”, decían de él. En la actualidad recalca con orgullo la veracidad de sus declaraciones, de entonces y de ahora, “yo no vendo nada, no tengo por qué mentir, no soy político”, asegura.

Entonces Padín tenía 30 años, hoy, 63. De las últimas tres décadas, pasó más de dos escondido, en comisarías de policía, con escoltas, amenazado y alejado de su tierra. Su vida tenía un precio, aunque confiesa que si está vivo es porque los capos de la droga así lo quisieron. A pesar de haberles desmontado un negocio que les costó más de 30 millones de euros, le dejaron vivo. “Agradezco a los Charlines que no me mataran”, declara y se concede la condición de “testigo protegido más longevo de España”, pero dice que no se siente a salvo.

Acuerdos ignorados

Después de consagrar parte de su vida a esa lucha contra el narcotráfico, ahora dedica lo que le queda a reclamar lo que le prometieron. “Me necesitaban para testificar así que me prohibieron trabajar, mi seguridad les interesaba. Un día el fiscal Javier Zaragoza me llamó a la Fiscalía Antidroga, que entonces estaba en la calle Cea Bermúdez, y me dijo que iban a cotizar por mí como clases pasivas, puesto que no podía trabajar”.

Javier Zaragoza, actual fiscal del Tribunal Supremo, ha declinado hacer declaraciones a Crónica Libre sobre aquel episodio. “Es algo muy antiguo. Ya no es problema nuestro, ya fue testigo protegido muchos años. Por favor, déjelo”, se ha limitado a responder. Tampoco el exjuez Baltasar Garzón atendió a las preguntas que le trasladó este medio.

 Para Padín, su reclamación es algo muy actual, un empeño en el que no cesa. “Tengo un cáncer de colón y un trasplante de hígado que me da poca esperanza de vida. Vivo con una pesión de 400 euros y si no fuese porque mi mujer trabaja, no podría ni comer.  Me siento abandonado. Siento odio porque me han utilizado una vez tras otra. Y de lo prometido, nada”, repite incansable el ex testigo protegido. En su desesperación llega a amenazar con quemarse a lo bonzo ante el Ministerio de Trabajo para ser atendido.

Pasó de tener casa pagada, escolta y de codearse con “personajes importantes”, a ser ignorado y “defraudado”.  En 2010, le quitaron la escolta sin aviso previo. Avezado en luchas desde joven, no se resigna a su nuevo papel. “Éramos buscados por todos los medios de comunicación, abríamos los telediarios. De eso, a ser una figura que ha caído en el olvido y que ya no importa”. Lo dice con un asomo de nostalgia por un pasado de cierto esplendor. “Cuando dejas de interesar y de ser noticia, te entierran”, lamenta.

Ha llamado a todas las puertas: la del ministerio de Interior, del ministro de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, José Luis Escrivá y de la ministra de Trabajo. Apela al origen gallego de Yolanda Díaz y a su ideología política y su carrera como abogada laboralista para que le ayude a que se reconozcan los años de cotización que no abonaron.

Ese periodo de su vida laboral es esencial para percibir una pensión de jubilación que le permitan, a él, su mujer y su hijo, con una discapacidad, vivir dignamente. “Si no aprovecho un gobierno algo progresista, sé que con Feijóo no conseguiré nada. Ya me ha ignorado cuando era presidente de la Xunta”, mantiene Padín. Así argumenta el este nuevo empujón que ha dado a su propia causa para tener una jubilación “merecida”.

Superviviente

El gallego, natural de Villanueva de Arousa –epicentro del narco gallego en los años 80­-, vivió bajo la sombra de la droga desde muy joven. A los 17, hacía pintadas contra el narcotráfico y le granjeó sus primeras amenazas. Después llegó el consumo, al que sobrevivió. No así la mayoría de sus coetáneos del pueblo. “De veintitrés amigos, solo vivimos tres. La heroína se los llevó a todos, por sobredosis, sida…”, recuerda. Era una época en la que la droga hizo estragos. Cayeron generaciones enteras de jóvenes por toda España. De un equipo de fútbol que montaron Padín y sus colegas, ya no quedan testigos de su único triunfo deportivo en las fiestas de Vilanova de Arousa. Irónicamente, a aquella formación le pusieron el nombre de “Dejadnos vivir”.

Luego, la droga se convirtió en su medio de vida. Pidió a los Charlines que le metieran en el  contrabando de tabaco, “aunque soy el único gallego de mi generación que no ha tocado una cajetilla”, bromea. Sin saberlo al principio, dice, le metieron en el tráfico de fardos de hachís. La noche que lo fueron a buscar para descargar lo que resultó ser coca, decidió que en lugar de enriquecerse y seguir el juego lo iba a denunciar en la televisión gallega. En una noche, por descargar un barco podía cobrar el equivalente a unos 5.000 euros. “Pero yo no quería seguirle el juego a la droga que se llevó a buena parte de mis amigos –asegura–. Opté por denunciar”.

Colaboró con su testimonio para delatar al clan de los Charlines. “Garzón me hizo testigo protegido, una figura que no existía, porque le interesaba”, asegura. Se le prohibió volver a Galicia y trabajar, tenía que llegar vivo al jucio, así lo cuenta Padín.

El extestigo protegido reconoce su participación en la trama de narcotráfico: “Tanto Portabales como yo éramos imputados, dos delincuentes que pasamos a ser condenados. Yo salí prácticamente absuelto por la colaboración, pero no estábamos en condiciones de exigir nada, fueron ellos quienes nos prometieron protegernos y arreglarnos el futuro. A mí me inventó Garzón, yo no pedí nada”, aclara este gallego. A pesar de su enfermedad, los fuertes dolores que sufre y los años mantiene la lucidez en el relato de aquella época y la fuerza para denunciar la “hipocresía” en torno al negocio de las drogas.

“Desde el principio quise trabajar, les pedía que en la comisaría de Canillas me dejaran limpiar furgonetas antidisturbios, lo que fuera… Me contestaban que me relajase hasta el juicio. No me dejaron trabajar los mejores años de mi vida, entre los 30, 40, los 50. Luego trabajé de lo que fuera, de mensajero, de repartidor. Hasta que la ley raider me dejó sin empleo”. Mantiene que ya no quiere ser noticia ni pretende publicidad, solo pide lo que considera que le corresponde, “estoy orgullosísimo de mi papel, lo hice en conciencia, pero estoy muy decepcionado, mucho”.   

Inma Muro

Periodista especializada en temas de denuncia social. Más venticinco años de trayectoria en medios de información general e investigación. Entre ellos las ediciones digital y en papel de la revista Interviú. Gabinetes de prensa, comunicación institucional y agencias de publicidad.