Mel Supernova el cisma del orgullo
Mel Supernova, columnista experta de Crónica Libre.

El silencio de los protocolos trans

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Estudié arqueología y me apasiona el estudio de la historia. Por eso mismo nunca caigo en la trampa de, siquiera, insinuar que algún tiempo pasado fue mejor. Pero estas épocas convulsionadas y retrógradas me llevan a afirmar sin ambages que sí hay algo en el pasado que fue mejor y eso es el cuidado y tratamiento de personas transexuales.

El protocolo de atención y terapia para “cambio de sexo” (como se le denominaba entonces, aunque -verdad sea dicha- nunca un humano ha cambiado de sexo en toda la historia) desde los años setenta y hasta casi el final de los noventa era el siguiente: Se sometía al paciente a un reconocimiento tanto endocrinológico como psiquiátrico exhaustivo.

La razón del estudio endocrinológico era determinar si el organismo del paciente podría ser capaz de resistir los cambios hormonales, que conllevan riesgos de cáncer testicular, hipertensión arterial y desbalances glandulares que, mal atendidos, pueden causar -en el mejor escenario posible- depresión nerviosa crónica, y -en el peor de los casos- enfermedades hepáticas crónicas. Cabe recalcar que todos estos riesgos de salud para el paciente que quiere someterse a una terapia de reemplazo hormonal siguen siendo riesgos probables hoy día.

El libro El silencio de los corderos, de Thomas Harris, ha servido de inspiración para esta columna

Protocolo: Vivir seis meses en su «papel elegido«

El tratamiento psiquiátrico estaba orientado a que el paciente comprendiera lo que estaba por hacer, establecer metas realistas para la transición, y muy especialmente descartar patologías mentales como esquizofrenia, psicosis o trastorno de identidad disociativo que pudieran provocar la idea que “no se es uno mismo”, así como el monitoreo y reporte de ideas que pudieran representar daño físico y/o mental para el propio paciente o terceros.

Uno de los pasos más importantes en los protocolos de este tipo de terapia era animar a la persona a vivir determinado tiempo, seis meses, un año entero, en su “papel elegido” -lo que se denominada “Prueba de vida real”- antes que se le aprobara el acceso a hormonas o cirugías. La idea era tener un periodo de observación para ver si el paciente se adaptaba a su nuevo papel, si podía afrontar y superar la frustración y entendiera la realidad de sus decisiones y nuevos retos. Esto era crucial porque en efecto disuadía a personas que lo hacían por confusión sexual, por insatisfacción corporal o por puro fetichismo. De esta forma el índice de arrepentidos era nulo.

Riesgos para la salud

En la novela El Silencio de los Corderos de Thomas Harris se describe precisamente que el antagonista, Buffalo Bill, fue rechazado para terapia hormonal y cirugías porque su problema no era con su rol sexo-genérico, sino que se tenía un fuerte autoodio que proyectaba en fantasías de transformación que podían ser bastante violentas. Ese hubiera sido un diagnóstico real en la época en que se escribió y publicó esta obra (mediados de los años 80).

Lo que debe quedar claro es que todos estos riesgos siguen existiendo. Sí existen hoy riesgos de salud que pueden volverse crónicos e incurables provocados por las cirugías y hormonización. Sí existen individuos que se aproximan para solicitar terapia de reemplazo hormonal motivados por dismorfia o fantasías irreales. Sí existen patologías de enfermedades mentales que pueden confundirse con insatisfacción sexo-genérica.

El problema es que la corriente hegemónica y consumista de lo trans ha decidido que la “identidad” es un producto y necesita ser adquirido universalmente, denunciando todo riesgo de salud física como inexistente o irrelevante y la preocupación de personas que no podrían calificar como trans de mantenerse los protocolos estrictos de décadas anteriores de “estigmatización” y “patologización”. Consideran todo tipo de salvaguardas para la seguridad como un “literal genocidio”, y, como resultado, el índice de arrepentimientos y detransiciones ha crecido hasta el 14% y sigue aumentando.

La ausencia de protocolos actuales

En los protocolos -o ausencia de ellos, más bien- actuales, el paciente Buffalo Bill conseguiría tratamiento hormonal, cirugías y cambio de documentos tras solo pedirlo, y sus patologías psicopáticas y violentas nunca serían atendidas, porque el solo sugerir que quizá la transición no sería el camino más adecuado en su caso sería calificado de “discurso de odio”.

¡Que caray! Es muy posible que a sus siguientes víctimas se les atacara y se les revictimizara públicamente desde el discurso transactivista hegemónico porque “no lo validaron ni lo aceptaron”, que es como han justificado los crímenes de varias personas autoidentificadas trans en países como Canadá, Estados Unidos, Reino Unido y, por supuesto, España.

El silencio de los corderos acusada de ser transfóbica

Thomas Harris lo dice en su novela con todas las letras: Buffalo Bill no era un transexual real. Eso no ha impedido que haya voces que denuncien El Silencio de los Corderos como una obra “transfóbica”.

Las salvaguardas, por todas las razones que enumeré arriba, son irrenunciablemente necesarias. Sabemos que existen -por confesión espontánea en redes sociales- personas que presumen orgullosos haber mentido para obtener acceso al tratamiento de reemplazo hormonal de inmediato porque los estudios para no arriesgar su salud les parecían “absurdos”; porque de no recibirlo cuando lo quieren de la manera en que lo quieren entonces amenacen con suicidarse o hacerles daño a terceros porque “las salvaguardas matan”.  

Entonces puede sospecharse que estos mentirosos confesos quizás no cumplan con los protocolos necesarios para acceder al mismo tratamiento. Tal vez su problema es otro y lo que necesitan es terapia psiquiátrica para ayudarse a comprender y superar esos pensamientos violentos e ideas narcisistas que sus caprichos deben ser cumplidos si o sí. Si a ti no te preocupa tu salud física o mental, el médico si hizo un juramento al respecto. Por eso mismo se rechazó a Buffalo Bill.

Personas que detransicionan

Hay temas que me hacen ver la aterradora inmadurez del movimiento de las “identidades de género” y este es uno de los principales. Ninguno cree que a ellos les vaya a afectar la salud a largo plazo, nadie cree que la depresión crónica o males hepáticos vayan a ser un tema, nadie cree que vaya a detransicionar, pero aquí estamos. Estas cosas pasan con una alta ocurrencia y, entre más pacientes haya sin salvaguardas ni filtros, estas serán más comunes.

En poco tiempo una de cada cuatro personas que haya iniciado tratamiento de reemplazo hormonal estará detransicionando, pero nadie de los nuevos pacientes quiere creer que será esa persona porque les han asegurado que toda preocupación y reparo y mecanismos terapéuticos son “literal violencia” o “genocidio”. Hasta que les sucede.

En ese sentido los testimonios y relatos de las personas que detransicionan son de vital importancia para entender los problemas y partes oscuras del enfoque “afirmativo de género”. El avivar y cuidar el crecimiento de un trastorno de percepción corporal bajo la guisa de pensar que eso ayudará al paciente es la causa del creciente número de desestimientos y arrepentimientos que se reflejan en las detransiciones.

No importa como lo quieran hacer ver: todos los detalles de los casos que salen mal se necesitan incorporar al discurso público para ver dónde está el error, y afrontar que existen personas que actualmente se identifican como trans pero que no cumplirían con los protocolos clínicos en primer lugar.

Pero eso lo hubieran entendido si hubieran puesto atención a El Silencio de los Corderos.