Julio Llamazares ha escrito de la España menguante, como a él le gusta referirse a la España vaciada, despoblada a la fuerza, desde mucho antes de que el concepto se tuviese en cuenta siquiera. También ha escrito de su Naturaleza, personaje que siempre aparece en sus tramas. Acaba de publicar Vagalume, novela que habla de escribir y de quienes se ven abocadas a hacerlo inexorablemente. De la identidad que esto confiere y de cómo la dictadura arrancó a personas de sus profesiones y la escritura les dio un espejismo de existencia.
Cuando una se pone a escribir sobre la obra de un escritor, sobre su literatura, surge un abismo de cómo intentar contarla compitiendo con sus palabras. Julio Llamazares tiene algunas frases que a mí me llevan a cerrar el libro y respirarlas, tal es su profundidad. Algo que me ocurre también con Antonio Lobo Antunes o Raymond Chandler, sin tratar establecer comparaciones entre uno y otros. Así que no he podido reprimir la tentación de comenzar esta entrevista con una de esas frases, redondas, tan sugerentes que bien valen toda una novela. Es la mejor fórmula para invitar a leerla.
“La calle resplandecía como un espejo abrillantado por la velocidad de los automóviles”.
Julio Llamazares fue periodista y lleva en la escritura media vida. En 1981 publicó su primera novela, El entierro de Generín. Después llegarían otros muchos títulos, entre ellos La lluvia amarilla, Distintas formas de mirar el agua… Libros de poesía y de viajes, además de ser articulista en prensa, son otros géneros por los que ha transitado.
De su última novela habla con Crónica Libre, Vagalume (Alfaguara) un libro sobre la soledad del escritor, de la noche y las penumbras de la vida. Es una novela con una trama atravesada por el suspense y que homenajea a tantos escritores secretos, ocultos tras seudónimos o géneros ‘populares’, que hallaron en escribir una forma de existir y subsistir. Como él mismo, que habla de la literatura como “su vida”, “su patria”, el lugar en el que siempre estará.
Esta novela habla del periodismo y de la literatura, están entrelazados en los personajes. Usted que ha sido redactor, ¿hay mucho de sus inicios en la prensa provincial?
«Algo hay, aunque no soy periodista de carrera, he trabajado mucho en periodismo. Esta novela habla de algo fundamental para mí, porque la escritura ha sido mi vida, tanto de periódicos como de libros.
Esta novela es una reflexión de algo tan sencillo como el pensamiento que a veces me invade, sobre todo cuando estoy escribiendo y me asomo a la ventana y veo que la vida sigue, que la gente va y viene, va de fiesta… Y muchas veces pienso ‘¿y yo por qué he dedicado mi vida a algo tan extraño como contar historias, contar con palabras mis pensamientos y mis sentimientos’.
Todas las novelas son respuestas a preguntas y esta es una reflexión sobre algo esencial en mi vida. Por lo tanto, es autobiográfica no porque cuente anécdotas personales, sino porque reflexiona sobre el núcleo de lo que ha sido mi vida. Que es vivir la vida para contarla o que es escribir la vida para entenderla. Esa es la dicotomía».
«Escritor es aquel que seguiría escribiendo aunque no le leyeran»
Julio Llamazares
Uno de los personajes que crea deja de escribir, el otro deja de enseñar por imposición, la dictadura como fondo, y vive de la escritura anónimada… ¿Imagina su vida sin volver a escribir? ¿Y sin publicar?
«No [rotundo e inmediato]. La novela está construida de personajes que, como yo, han dedicado su vida a escribir y que son escritores ocultos, por necesidad, que se han negado a sí mismos. La reflexión final la hace un personaje cuando dice: ‘Escritor es aquel que seguiría escribiendo aunque no le leyeran’.
Esto es algo muy importante y creo que hay que precisarlo en este mundo en el que todo el mundo escribe. En estos tiempos en los que se ha trivializado tanto, por exceso y abundancia, el ejercicio de la escritura. En estos tiempos de tanta abundancia de libros, de ferias, de youtubers, tiktokers… De tanta gente que publica. Una cosa es publicar libros y otra ser escritor. Esta bien recordarlo de vez en cuando».
Han pasado ocho años desde Distintas formas de mirar el agua ¿qué ha hecho en este tiempo? ¿Hay momentos en los que le asalta la idea de que no va a volver a publicar una novela?
«Han pasado ocho años desde la última novela pero no he dejado de escribir. Primero porque esta novela, Vagalume, me ha llevado tres o cuatro años escribirla y terminarla.
Y después he escrito otras cosas más, como la segunda parte de mi viaje por las catedrales de España, La rosa del sur que son, nada más y nada menos que 600 páginas. Durante la pandemia escribí un librito, un diario o cuaderno de campo, acerca del paso de la primavera y la pandemia sobre el lugar que yo me aislé cuando llegó la ‘peste’, que se llama Primavera extremeña.
No he parado de escribir, lo que pasa que el mercado ha consagrado la novela como el género por excelencia. Una consagración que yo no comparto. Creo que todos los géneros son igual de importantes que la novela. E incluso alguno más, como la poesía».
“Esta novela es un homenaje a esos escritores que por circunstancias políticas se les prohibió ejercer su profesión y se dedicaron a escribir novelas policíacas o del oeste”
Julio Llamazares
¿En qué medida su identidad, la identidad de cualquiera está en su profesión, en su quehacer diario para ganarse la vida? Como los personajes de Vagalume orbitan en torno a lo que hacen o han debido dejar de hacer…
«A mí me han interesado siempre mucho los escritores que no han triunfado, que no han tenido éxito, que no han sido reconocidos, como el viejo Vagalume de mi novela que no han publicado con su propio nombre.
Hubo muchos en la época de la dictadura. Gente que por circunstancias políticas, por su adscripción política, se les prohibió ejercer su profesión y se dedicaron, como el personaje de mi novela, a escribir novelas policíacas o del oeste.
Como Marcial Lafuente Estefanía, gran autor de novelas del oeste que yo leía, como gran parte de mi generación, en mi adolescencia. Era un ingeniero general del ejército republicano que se vio obligado a ganarse la vida así.
Fernando González Ledesma, un escritor catalán que publicó novelas del oeste con el seudónimo de Silver Kane. Miguel Oliveros, un profesor valenciano que firmaba como Keith Luger. Eduardo Guzmán, el teórico del anarquismo que lo hacía como Edward Goodman.
Digamos que había mucha gente que ha escrito mucho sin que se le conociera y mucha gente que tenía un enorme talento como escritor que no llegó a publicar. O que escribió en silencio, sin darlo a la imprenta o a los lectores.
De todos esos personajes habla Vagalume. Esta novela es un homenaje a esos escritores que por circunstancias políticas se les prohibió ejercer su profesión y se dedicaron a escribir novelas policíacas o del oeste. Es un homenaje a todos esos escritores secretos u obligados por la dictadura, en unos tiempos como ahora en los que parece que todos los escritores pugnan por destacar entre los demás.
La novela es una reflexión sobre la pasión de escribir, la necesidad como vocación, como algo que te llena la vida y por eso es una novela que habla de mi vida».
Dice que su patria es la literatura… ¿qué significa esto para usted? El desarraigo que le agarro adolescente, cuando un pantano le echó de su casa; como en cada lugar se queda una parte de uno y luego otra y ya solo se puede hacer la “recomposición” que permite la literatura… ¿Tiene algo que ver con esto?
«Lo ha dicho muy bien, en cada lugar en el que vivimos o por el que pasamos se queda una parte de nuestra alma. Y a la vez cada uno de esos lugares nos nutre de memoria o de identidad. Digamos que la memoria de un escritor son sus libros.
No entiendo que los escritores escriban sus memorias cuando son mayores… Me parece bien si alguien lo quiere hacer. Pero al final las memorias de un escritor son sus obras. Y lo demás, es un relato de anécdotas cotidianas, biográficas, que seguramente no aporten mucho más que lo que aportan la lectura de sus obras al conocimiento de su vida.
Cuando digo que la patria de un escritor es su obra, es el sentido que lo decía usted, en el de cada lugar que situamos una novela, y por lo tanto, ese lugar lo pensamos, lo vivimos, lo sentimos pasa a formar parte de nuestra identidad y se convierte en nuestra patria y en nuestro patrimonio.
Por ejemplo, tengo una parte de mi alma es las montañas de sobrepuerto, en el Pirineo y Prepirineo altoaragonés donde se desarrolla una de mis novelas, La lluvia amarilla».
«El periodismo, la literatura, el arte… forman parte de la condición humana, de la necesidad de experimentar más de lo que nos proporciona la vida, de saber más y siempre existirán»
Julio Llamazares
El periodismo, que es el escenario en el que transcurre Vagalume, está en crisis, una crisis de modelo, de credibilidad, de poco valorado y mal pagado muchas veces. Hoy cualquiera puede ser o parecer periodista, o emisor de información, abundan los fakes, noticias rápidas, no contrastadas que se acaban por creer. ¿Cómo ve estos tiempos?
«Desde que tengo uso de razón el periodismo está en crisis; la novela está muerta; el teatro se acabó; el cine ya no es lo que era… Creo que no es así. El periodismo, la literatura, el arte… todo forma parte de la condición humana, de la necesidad de experimentar más de lo que nos proporciona la vida, de saber más, y siempre existirán.
El periodismo no es más que la necesidad, tan humana, de contar lo que tú sabes y de que te cuenten lo no sabes. Lo que cambian son los tiempos, los modos pero esa necesidad humana, como la literatura. Un niño lo primero que pide a sus padres o a sus abuelos es que le cuenten un cuento. Eso forma parte de la condición humana, nació con ella y desaparecerá con ella.
Y el periodismo, igual. La necesidad de transmitir noticias y de conocer noticias está en la base del ser humano. Es verdad que las tecnologías modernas contaminan mucho lo que es la información pura, pero en el fondo la gente sabe qué es periodismo y qué no lo es.
De la literatura también dicen que ahora con las plataformas audiovisuales o con el ebook desaparecerá la novela. Cambiará el soporte pero no desaparecerá. Igual que desapareció el papiro egipcio o las tablillas de barro de Mesopotámia; o los pergaminos medievales cuando llegó la imprenta… El libro como objeto, como lo conocemos hoy, probablemente desaparezca. Pero lo que no desaparecerá será la literatura que es la necesidad de transmitirnos unos a otros pensamientos o sentimientos.
Y el periodismo, lo mismo, solo que en clave de inmediatez. Como decía Rosa Montero, a propósito de esta relación entre periodismo y literatura, que cuando hacía periodismo escribía de lo que sabía y cuando hacía literatura escribía de lo que no sabía que sabía. Es una definición perfecta. Periodismo y literatura gozan de una buenísima salud aunque vivan en un mundo contaminado por la abundancia de posibilidades que propicia la tecnología».
La inteligencia Artificial, ¿acabará con los escritores?¿Es de los que firmaría esa moratoria para su implantación o cree que es imposible parar el progreso?
«Si miramos hacia atrás pensamos siempre que vivimos en el momento cumbre de la Humanidad. Que lo que estamos viviendo es lo más importante. Si se lee a autores de principio del siglo XX, o lo que decía la zarzuela ‘hoy los tiempos avanzan que es una barbaridad’, ahora nos hace gracia.
Igual a los que vengan en cincuenta años les parecerá gracioso que estemos preocupados por si el ebook acaba con el libro o la inteligencia artificial con la humana. La Humanidad avanza, unas veces para bien, otras para mal, pero en el fondo lo que va a sobrevivir mientras sobreviva la especie humana es esa necesidad de saber, pensar, sentir, enamorarse, desenamorarse, el miedo a la muerte, a lo desconocido…
Eso es igual en Homero, que en Dante, que en lo que yo pueda escribir… (Perdón por ponerme en el mismo ámbito) [sonríe]… Es lo mismo sobre lo que se escribirá dentro de cien años».
Hoy somos analfabetos, no como en los años 50 que abundaban quienes no habían podido aprender a leer. Aahora no sabemos que ese árbol que hay en nuestras calles es una catalpa (como la que domina el jardín de Vagalume); o no sabemos leer el paisaje que discurre a través de la ventanilla del tren. Esa Naturaleza que sí está presente en tus libros, es un personaje más… ¿Nos es ajena más que nunca pero nos reclama según envejecemos?
«La sociedad ha cambiado, cincuenta años atrás era más agraria, vivía de cara al campo, a la naturaleza… El paisaje urbano también es paisaje. Y depende de cada persona que vuelva o no a la Naturaleza, pero esa añoranza del paraíso perdido, que tampoco era tal pero lo evocamos así, esa añoranza está en el fondo del alma de la sociedad actual.
Eso explica que el viernes haya una estampida desde las ciudades o en las vacaciones. Al fin al cabo, la especie humana vivía en la Naturaleza, la ha abandonado en una gran parte pero la añora».
La España vaciada por embalses (como le ocurrió a su familia y tantas otras), por falta de oportunidades, por salidas a estudiar sin retorno posible… de hace décadas, ahora vuelve a ser asaltada. Son las mismas zonas de sacrificio por la macrogranjas solares, eólicas… en pos de la transición energética. Siempre en los mismos lugares sobre los que usted ha escrito tanto. Se habla mucho de la España vaciada pero ¿se crean oportunidades para cambiarla?
«El cambio fundamental respecto a 20 años atrás, no digo ya más cuando yo escribía La lluvia amarilla [publicada en 1988], es que ahora se habla más de ello. Ya es un giro fundamental.
Cuando escribí La lluvia amarilla y otros escribieron otros libros, nadie hablaba de estos temas. Y ahora está en la conversación de la gente, de los políticos… Independientemente de que le luego se haga algo por corregir esa deriva, ya se habla.
Soy muy pesimista en el sentido de que no se va a cambiar esta deriva porque tiene que ver con muchos factores: economía, cambios sociales, con los intereses de las personas… Y no solo pertenece a España sino a toda Europa y a todo el mundo, los países son cada vez más urbanos. En el futuro, puede que se produzca un efecto, no digo contrario, pero sí diferente.
Sí es necesario corregir los efectos colaterales y perniciosos de esa deriva. Sobre todo, que quienes viven en esa España menguante, que es como me gusta llamarla, frente a la España creciente, hay que tratar de paliar los efectos perjudiciales. Es de justicia social, todos tienen los mismos derechos, pagan los mismos impuestos… Tienen derecho a los mismos servicios y oportunidades.
Respecto a las zonas de sacrificio, no se puede convertir la España vaciada en una nueva África colonial, que es lo que está ocurriendo. No se puede sacrificar esa España que ya ha sido usada por la reciente historia, convirtiéndola en granero de mano de obra barata, de materias primas como en las zonas mineras… No se le puede volver a pedir otro sacrificio de agua ni más sacrificio en pro de la España rica.
No puede ser que la España pobre siempre pague las consecuencias del desarrollo y el progreso. Pongo un ejemplo: la segunda comunidad autónoma que más consume energía es Madrid y la única en España que no tiene un molino de viento en su territorio. No puede ser que para que Madrid, Cataluña o el País Vasco crezcan, las demás comunidades se empobrezcan aún más. Esto es una nueva forma de injusticia y la conversión de la España pobre en nuevo continente colonial al servicio de la España rica«.
C. L. Para finalizar, no puedo dejar de plantearle una pregunta que usted mismo plasma en el libro, ¿para quién escribe? ¿Tiene a alguien en mente cuando escribe en la penumbra de la noche, en ese momento solitario cuando quizá parece que no hay nadie al otro lado?
«Se escribe en primer lugar y principalmente para ti mismo. El primer lector es el propio escritor. De hecho, intento escribir las novelas que a mí me gustaría leer. Otra cosa es que lo consiga.
Tampoco hay que ignorar que detrás de uno hay muchísima gente que también espera tus historias. Pero cuando yo escribo no pienso en nadie, solo en escribir lo que me gustaría leer».