«La transición energética no se ha producido, solo se van sumando nuevas fuentes sin descartar las viejas»

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Cuando Rodrigo Sorogoyen recogió su Goya por la película As bestas hizo una mención al movimiento ‘Renovables sí, pero no así’, puso sobre el escenario y ante una audiencia de 2’6 millones de espectadores un movimiento algo ignorado. Sin embargo, por toda la geografía hay movilizaciones que enarbolan este eslogan. Jaume Franquesa, antropólogo, es autor del libro Molinos y gigantes, manual imprescindible para entender nuestra civilización y nuestro momento analizado desde el punto de vista de la energía. El autor reflexiona con Crónica Libre sobre este momento y el modelo energético que publicamos el mismo día en el que se cumplen 18 años de la entrada en vigor del Protocolo de Kioto.

No es casualidad que dos de las películas más premiadas de la cartelera actual en España, As bestas y Alcarrás, aborden el tema de la energía y de la influencia de las renovables en la vida de gentes de la llamada España vaciada. Esas dos cintas catalizan una realidad presente en nuestras días.

La energía, en contra de lo que ocurría hace una década, llena informativos y abre periódicos. Eso es precisamente, lo que ha llevó al antropólogo catalán Jaume Franquesa, profesor en la Universidad de Buffalo, a escribir Molinos y gigantes. Fue publicado en 2018 en inglés y acaba de salir al mercado hispano (Editorial Errata Naturae).

El protocolo de Kioto cumple hoy 18 años

Es un manual imprescindible para entender nuestra actualidad, vista desde el punto de vista de la energía y de cómo la generación, producción y transporte de esta ha marcado nuestra existencia. Ahora mismo, sigue haciéndolo.

El Protocolo de Kioto cumple 18 años de su entrada en vigor aún queda mucho por alcanzar sus objetivos de lucha contra el cambio climático con la reducción de los gases de efecto invernaderos. Sí es cierto que han cambiado cosas y que se habla de transición energética; Europa anuncia que se prohibirá fabricar coches no eléctricos a partir de 2035…. pero aún falta mucho.

Franquesa escogió el sur de Cataluña, las comarcas de Terra Alta, la zona de La Fatarella, en el límite con Aragón, como ‘laboratorio’ de estudio. Sus conclusiones son extrapolables a otros lugares. Allí, la nuclear de Ascó, la central de ciclo combinado, embalses… se concentran en muy poco espacio. Allí han ido llegando nuevas ‘invasiones’, eólica y solar. Eso es lo que lo hace tan apasionante para estudiar a sus gentes y cuál es la relación con esta generación de energía para abastecer a grandes ciudades. Son las llamadas zonas de sacrificio, que, por cierto, muy a menudo son las mismas.

El concepto transición energética

CRÓNICA LIBRE. Dice en su libro que no se ha producido la transición energética, sino una suma de fuentes, no una sustitución.

JAUME FRANQUESA. Hay que ser un poco cauteloso, es verdad que el impacto climático de poner un parque eólico con poner una central térmica de carbón. Pero el concepto de transición energética es tramposo, pero cuando uno mira este proceso a nivel global, lo que ves es que después de la Segunda Guerra Mundial, el petróleo pasa a ser el primero, pero el carbón sigue subiendo. Se da porque esta transición se da en un contexto de crecimiento de consumo.

Habría que partir de la idea de que solo podría haber transición energética si se rompe el mito de la necesidad de crecimiento económico. No se puede crecer y ser ecológico.

No es habitual un análisis antropológico que escoja como punto de enfoque la energía para analizar la realidad, la historia reciente. Es sorprendente su punto de partida.

Comienza a ser común el punto de vista de la antropología analizada desde el punto de vista de la energía. Durante muchos años se ha tratado como algo invisible, que se daba por descontado. Solo nos acordábamos de la energía cuando algo fallaba, cuando dábamos al interruptor y no se encendía la luz. O cuando el recibo de la luz sube.

CL. Cuando hay una guerra y no llega el petróleo o el gas…

J.F. Exacto, o cuando hay un derrame de petróleo en Galicia, pienso en el Prestige. Pero, obviamente, es una cuestión compleja que marca nuestras vidas. El siglo XX, una de las mejores maneras de entenderlo es como uno en el que el consumo de energía, a nivel mundial y español, ha crecido a gran escala y, por lo tanto, como antropólogo, pensé que era importante tenerlo en cuenta.

Además, nos encontramos con que para algunas gentes, y se entiende en puntos como el sur de Cataluña o en Huesca, esto de tener una central de producción o generación eléctrica cerca de casa, grandes centrales, no es algo nuevo.

CL. Como los grandes pantanos…

J.F. Y en puntos como el sur de Cataluña, en el que centro mi estudio, además de grandes embalses había, y hay, centrales nucleares, gasoductos… Por eso me interesó tanto esta zona, porque ‘llueve sobre mojado’. Es mucha concentración en poco espacio.

Como antropólogo me interesa entender cómo la gente que vive cerca de estas infraestructuras energéticas, cómo lo entiende y cómo se relaciona con ellas. Su opinión y manera de entenderlo, nos da lecciones.

CL. Esas lecciones no suelen tenerse en cuenta su opinión. Si realmente esos proyectos van ahí es porque se tiene poco en cuenta esas opiniones, se espera poca oposición, escasa movilización porque hay poca gente, está atomizada. Y cierta ‘insignificancia’.

J.F. Desde las instancias de poder, se ven como insignificantes. Pero, y eso quiero dejar claro con el libro, es que no son  en absoluto insignificantes.

CL. Ahora, la gente está más preparada, se puede organizar a través de las redes. Así puede entenderse esa ‘oposición’ bajo el eslogan ‘Renovables sí, pero no así’ ¿Cómo ve esta nueva ‘resistencia’?

El movimiento está prendiendo, depende de cómo lo miremos. Sí, está habiendo una movilización en muchos lugares de España y eso es nuevo. Cuando hubo el desarrollo eólico, a principio de la década del 2000, no se oyó esta oposición. Es una novedad y está prendiendo. Tiene que ver con una cierta conciencia de la llamada España vaciada.

También tenemos poca memoria, en el sentido de que movilizaciones en contra de represas en Huesca ya hubo. Además, en el caso del sur catalán, la movilización ya se da ahí, sobre todo en el cambio de siglo, en contra del trasvase. Es muy fuerte, muy fuerte. Se dan movilizaciones, manifestaciones que si pensamos en el porcentaje de población, son muy importantes. Si lo comparamos con los habitantes de Madrid, sería de millones de personas. Ya hay un sustrato de movilizaciones. Lo que pasa es que son difíciles de sostener en el tiempo.

CL. ¿Es posible reproducir ese movimiento, el antinuclear, que sí prendió y llegó a tener mucha repercusión y adeptos?

J.F. . Los riesgos y la complejidad de gestión de una nuclear no es la de un parque eólico. Ni diez parques eólicos, en el sentido de que no va a haber un Chernobyl eólico. Hay que dejarlo claro.

Para entender por qué prendió el movimiento antinuclear en España, hay que ver que, era parte de un movimiento internacional, se oye lo que está pasando en otros países, en Alemania…

Otro factor fue el momento político, se da en la Transición, una época de movilización y politización que ahora no tenemos. Fue un momento en el que había una sensación de que podía haber un cambio, todo era más posible. Esto, hoy, es lo contrario, está instalado el mantra neoliberal de que ‘esto es lo que hay’, guste o no guste. No hay alternativa. Este momento político es muy distinto.

El que tercer motivo, la movilización antinuclear fue capaz de crear puentes, ciudad y campo. A las movilizaciones se unía gente de las zonas que podían ver esto con alarma aunque estuvieran lejos. Era una energía que se había desarrollado para la guerra. Se generó miedo. Esta relación, campo-ciudad es necesario que se rearticule. Está muy erosionada ahora.

CL. Sin embargo, ahora no se da esta implicación ni esa sensación de que las renovables le atañen o le vaya a afectar, ¿sólo les incumbe a quien le colocan a la puerta de casa un parque eólico o una macrogranja solar?

J.F. A la gente de ciudad no le afecta a no ser que tenga una segunda residencia. Habría que ‘mapear’ esta relación y hasta qué punto esta existencia de vivienda vacacional da sentido a esa movilización.

CL. Pero, no sé si es una sensación, en España hay poca conciencia fuera de los lugares que están directamente afectados, ¿opina que hay una preocupación extendida, ni social ni políticamente?

J.F. Sí creo que es cierto. Por eso hay que rearticular el discurso, es importante que las plataformas de posición de no simplificar la cuestión. Hay que tratar de crear alianzas y un discurso que no sea ‘no lo quiero y punto’. Hay que ver qué modelo se quiere crear.

En el sur de Cataluña se crea un discurso bastante razonado. No se dice, por ejemplo, no queremos el trasvase, sino que dicen ‘queremos una nueva cultura de agua’.

CL. Es lo que dice en su libro de que no solo hay que oponer, sino también proponer.

J.F. Claro, la oposición tiene que ir con proposición. Es verdad que incluso cuando se propone, muchas veces, la oposición es pequeña, muy fragmentada, cuando llega a oídos del habitante externo, el discurso llega muy simplificado. Eso añadido a estigmas existentes y se traduce: ‘mira estos de pueblo, que no entienden de nada y están en contra del progreso’. ‘No se enteran… Poco menos que piensan que son Paco Martínez Soria, unos paletos. Es un prejuicio que existe y es interesado y ha beneficiado a muchos.

Sería un error partir de que es solo un enfrentamiento campo/ciudad. No hay que pensar que el ciudadano es de ciudad y es el gran beneficiado. Esto no es así. Al final, los grandes beneficiados son los que gobiernan este sistema eléctrico que cuenta con el silencio de aquellos a que no molesta.

Precisamente, hay que tener en cuenta esa necesidad de reducir distancias, crear lazos de solidaridad entre territorios rurales y urbanos más que entrar en guerra de a ver quién tiene razón. A dónde queremos ir es a otro modelo energético y territorial.  

CL. ¿Pero no resulta un poco naif o extremo poner la responsabilidad de las gentes afectadas que propongan alternativas frente a proyectos de grandes empresas, de fondos de inversión? ¿Quién les va a escuchar?

J.F. Pongo como ejemplo la D.O de vinos del Priorat, que tuvo éxito y eso depende de muchos factores, pero tuvo un gran consenso y, además, propuso acoger parte de esos megawatios. Y, dijeron, además, dónde estaban dispuesto a acogerlo.

Se propuso un proyecto que era su prioridad como el vitivinícola. Así que hubo un mix: consenso interno y proponer y plantear alternativas. Se hizo otra cosa allí, se creó una candidatura para promover el Priorat como patrimonio paisajístico de la Humanidad, aunque no prosperó. Ayudó la idea de que el paisaje es básico y hay que promoverlo.

CL. Hay en cartelera dos películas que abordan la instalación de renovables y la oposición de los habitantes detrás, ¿cómo interpreta esta coincidencia?

J.F. Sí, As bestas y Alcarrás, las dos abordan los problemas del mundo rural y que tienen como detonante estos problemas son proyectos de renovables. Esto es muy significativo, recogen una idea que está ahí, en el mundo real, en sus gentes y las películas han puesto el foco en esta situación.

CL. En ‘Molinos y gigantes’ dice que para que la renovación del modelo energético habría que implicar y contar con la gente del medio rural que es receptora de esas plantas de renovables. ¿Cómo vio la creación en 2018 el ministerio de Transición Energética y Reto Demográfico, parece una declaración de intenciones? Parece que sobre el papel se tienen en cuenta estos dos factores.

J.F. El reto demográfico puede enfocarse de muchas maneras, si lo miramos desde el punto de vista del desequilibrio, lo que se debería pensar es que las renovables, por su carácter naturalmente descentralizado, ofrecen la posibilidad de revertir, o frenar, este desequilibrio territorial.

Para que suceda, debería pasar que se sientan partícipes, las zonas rurales, de ese desarrollo. Cuando hablábamos de los pantanos, el que vive allí siente que sobra. Y, literalmente, sobran. Lo que debería pasar con el desarrollo renovable es que las gentes de estos territorios donde se implantan, que para empezar habría que plantearse si siempre deben ponerse allí.

Pero si se decide que sí que es allí donde tienen que estar, se debería hacer participantes a los habitantes. Que no sientan que sobran. A la empresa le gustaría que no hubiera nadie. Si pensamos en el real lo que hace es desproteger estas zonas y sus habitantes. Y cuando desproteges a unos, proteges a otros, al capital, sus intereses.

CL. Pero la forma de proceder ante un nuevo proyecto y cómo se dirigen a los vecinos no es así. No se les dice como antes que va a hacerse una fábrica de chocolate pero sí que se presenta como algo inocuo. Se presentan a vacas pastando, cultivos que siguen como siempre, cuando es algo que no es así. Separando y atomizando a los propietarios para alquilar sus tierras…

J.F. Lo de la fábrica de chocolate es muy simbólico. En Ascó cuando antes de construir la central nuclear se dijo que se iba a hacer una fábrica de chocolate. De repente, tenemos el sastre que se va a Réus que se va a la consulta del médico y en la sala de espera y ve la revista Triunfo y ve que hay un artículo de Mario Gaviria en la que habla de que se va a hacer una nuclear y que esto tiene sus peligros.

Si vas a Ascó, sigue muy presente y muy arraigado. Duró poco pero se recuerda porque es la metáfora perfecta de la queja que se quiere hacer, ‘nos trataron como a niños a quien se podía engañar’.

Esa sensación de ser tratados como personas que no son capaces de decidir. Eso duele mucho, cuando se le trata como persona que no puede gobernar su propio destino. Eso en el territorio rural, que lo queda es decir, al menos lo trabajo yo.

CL. La solución ¿por dónde pasaría?

J.F. Estamos en una situación, general, en la que no conocemos cómo será el mañana, en la transición energética. Habrá dos opciones, o planificada o sin planificar y más vale planificar. En el libro digo que la cuestión energética es una cuestión social, sociocultural y no es solo económica.

No sé a dónde vamos porque se va construyendo sobre la marcha pero sí hay ideas obvias. Hay que mirar de atajar la idea de que no se puede salir del crecimiento, que todo lo que sea salir de allí es malo. El crecimiento, como lo definen los economistas, como crecimiento del PIB.

Hay que planificar territorialmente. ¿Hacen falta grandes centrales eólicas, solares…? Quizá sí, pero dónde. Miremos de distribuirla, de abrirla a participación. Y también de favorecer el autoconsumo, que ha crecido notablemente en España, sobre todo después de la eliminación al impuesto al sol, y también promover las comunidades energéticas, cooperativas… modelos de participación local en la generación de electricidad, en el negocio.

Debería tratar de desligarse el modelo energético del beneficio económico, si no, mal vamos. El beneficio económico no entiende de Justicia ni de sostenibilidad. El capitalismo no es sostenible. No hago un llamamiento a la revolución pero como se dice en catalán ‘no te puedes poner pan en los ojos’.

CL. Como optimista que se confiesa, ¿cree que vamos hacia ese camino que quizá suene como utópico?

J.F. Hay señales de todo tipo. Veo que hay optimismo en el sentido de que la voz de los territorios rurales que alertan de que esto no debería ser así, se está haciendo notar. Es muy relevante lo de estas películas, As bestas y Alcarrás, porque indica que no solo contribuyen a hacerse notar, sino que es algo que ya está pasando, que está calando.

Hay señales que invitan a un optimismo moderado (autoconsumo, comunidades energéticas…). También se ve  las grandes energéticas están asumiendo proyectos de hidrógeno verde… aquellos que sacaron más beneficio del modelo energético. Es como poner el zorro a cuidar las gallinas.

Inma Muro

Periodista especializada en temas de denuncia social. Más venticinco años de trayectoria en medios de información general e investigación. Entre ellos las ediciones digital y en papel de la revista Interviú. Gabinetes de prensa, comunicación institucional y agencias de publicidad.