La filósofa y escritora asturiana considera que, tras los dos años de lucha que el Feminismo ha mantenido en solitario, el debate social está abierto y existe ya la suficiente masa crítica para que no pueda legislarse por la puerta de atrás.
Desde hace tres años, el feminismo lucha denodadamente por frenar la Ley para la igualdad real y efectiva de las personas trans y para la garantía de los derechos de las personas LGBTI (conocida como Ley Trans) ante el peligro que supone para los derechos de las mujeres y sus efectos nocivos sobre la infancia y la adolescencia. Alicia Miyares (Arriondas, Asturias, 1963), una de las escritoras y filósofas feministas de referencia asegura que “en este momento, con el debate social abierto y la suficiente masa crítica creada, los legisladores no podrán decir que no lo sabían”. Sin embargo y, a pesar de la lucha que el feminismo ha abanderado en solitario durante los últimos dos años para poner al descubierto un texto que pretendía aprobarse de espaldas a la sociedad, observa con recelo el silencio de la Comisión de Igualdad del Congreso de los Diputados sobre el calendario previsto y las comparecencias de voces expertas “no de un día y medio, sino del periodo que sea necesario porque las leyes conviene hacerlas con cierta pausa”.
Desde que en 2014 comenzaron a aprobarse las leyes sobre identidad de género de ámbito autonómico, la expansión de los postulados queer que defienden la relevancia del género frente a la realidad material del sexo no ha cesado. Todos los partidos con representación en los parlamentos autonómicos votaron a favor de estas normativas “y ahora la clase política está atrapada”, señala Miyares para quien la diferencia entre hace ocho años y ahora es que, en estos momentos, la ciudadanía ha tomado conciencia de lo que supone la ley de ámbito estatal que pretende aprobarse y, frente a lo que ocurrió entonces, esta vez no va a poder legislarse “por la puerta de atrás y sin debate público”. De hecho, la avocación del Partido Popular, aprobada por una amplia mayoría el pasado 24 de noviembre, obligará a que la ley sea aprobada en el Pleno del Congreso antes de pasar al Senado y no supere el trámite sólo en comisión como se pretendía.
Los derechos humanos han sido la tapadera utilizada para penetrar en el conjunto legislativo de los países. La extensión de esta protección universal –de la que no está privada ninguna persona- a colectivos discriminados, ha calado profundamente en todos los partidos políticos “porque nadie quiere que caiga sobre sí el estigma de oponerse a algo que contraviene la declaración universal y, si se logra colar el mensaje de que la vindicación de los postulados queer son derechos humanos, es muy difícil encontrarse a alguien que le plante cara”, explica la filósofa asturiana.
Hacia el transhumanismo
Hace diez años habría sido impensable prever “el delirante cuestionamiento sobre lo que es o deja de ser una mujer y la misoginia existente desde el momento en que todo pivota, en las leyes de identidad de género, sobre las mujeres y no en torno a las personas transexuales, gais o lesbianas porque se utiliza un prefijo –trans- de una gran vacuidad” explica Alicia Miyares quien confiesa no entender que alguien se defina como una identidad trans que realmente es “un cajón de sastre que incluye variedades absolutamente divergentes en cuando a expectativas vitales”. Se pregunta, además, “qué hay de similar entre una persona transexual, un travesti, una drag queen, un agénero o un género fluido.” Sin embargo y, al margen de lo que cada persona pueda sentir en relación con su propio cuerpo, ella misma apunta en su libro Delirio y misoginia trans. Del sujeto transgénero al transhumanismo (Catarata, 2022) una posible deriva hacia el transhumanismo “para superar los límites impuestos por nuestra herencia biológica y genética”.
“Una cobertura misógina y delirante para no abordar las verdaderas causas de problemas de identidad que pueden tener las personas”
Alicia Miyares
El razonamiento de esta escritora y filósofa sobre el fin último de la fuerte penetración de las ideas transgeneristas en las democracias occidentales podría detectarse ya entre la infancia y la adolescencia “a las que se está utilizando como cobayas”, afirma. Expuestas a los planteamientos queer en videojuegos, series de televisión o plataformas de contenidos audiovisuales, literatura infantil y talleres que organizaciones privadas transactivistas imparten en los centros educativos con la aquiescencia de las administraciones autonómicas, niñas y niños a edades cada vez más tempranas se autodefinen como trans, “una cobertura misógina y delirante para no abordar las verdaderas causas de problemas de identidad que pueden tener las personas”. Alicia Miyares, al igual que otras reconocidas feministas, está convencida de que dentro de diez años “veremos demandas de padres y madres o de menores, que ya han dejado de serlo, porque en el momento en el que ellos tenían problemas de vulnerabilidad normales en determinadas edades, se les enfocó por un camino que ha sido irreversible”.
Menores sanos sometidos a tratamientos farmacológicos en un intento imposible de cambiar de sexo, que dependerán toda su vida de hormonas sintéticas y padecerán problemas de salud irreversibles podrían estar cumpliendo con las tesis transhumanistas del “cuerpo ciborg” que Miyares expone en su libro y al que define como “un sujeto revolucionario, ya que al superar las categorías de sexo, raza y clase o cualesquiera otras identidades sustanciales como nación, religión o cultura funda su identidad en el cuidado de sí o la imperiosa necesidad de hacerse a sí mismo”. En esta deriva, las mujeres serán las más perjudicadas y se detecta ya en una ley trans que, de aprobarse, permitirá el cambio de la mención registral del sexo sin ningún requisito previo y sólo con la voluntad manifestada de quienes así lo declaren en el registro. Esta posibilidad podría comprometer muy seriamente toda la legislación que protege los derechos de las mujeres y el propio sujeto político del feminismo. “El cuerpo ciborg lo representa en el momento actual la persona transgénero invocada por el credo queer/trans: un cuerpo híbrido que discursivamente declara su insumisión respecto al sexo, que activamente reniega de la categoría ‘sexo’ como dato biológico y que cuestiona abiertamente cualquier referencia a un sujeto político ‘mujeres’”.
Vulneración de derechos
La presión que los grupos transactivistas ejercen contra cualquier persona o movimiento crítico con sus planteamientos alcanzan a conferencias o libros cuyas presentaciones, en ocasiones, tienen que ser canceladas por las amenazas dirigidas hacia quienes incluyen estos actos en sus programaciones. El libro de Alicia Miyares no ha sido una excepción y la charla programada en la Casa de las Mujeres de Santiago de Compostela el pasado 12 de noviembre fue suspendida. “Las mujeres estamos siendo expulsadas de los espacios públicos y vamos a ver, cada vez, más fraudes en las competiciones deportivas, las estadísticas o las investigaciones médicas” si las categorías hombre y mujer comienzan a desdibujarse, explica.
Los derechos, esgrimidos continuamente por el colectivo minoritario queer/trans, chocan frontalmente con los del resto de la ciudadanía en aspectos como la total ausencia de un mínimo de garantías certificales para el cambio de la mención del sexo en el Registro. “Si a 47 millones de españoles y españolas, para cualquier paso ante la Administración, nos exigen todo tipo de certificados ¿por qué en nuestro caso hemos de aceptar que se vulneren nuestros derechos y a un colectivo minoritario no?”, concluye Miyares.