La ministra de Igualdad, Irene Montero, celebra la aprobación de la Ley Trans. Alejandro Martínez Vélez / Europa Press
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El lado oscuro del tratamiento afirmativo de género

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Una de las principales críticas que le hacemos al transactivismo hegemónico identitario desde las disidencias trans es que mantiene a propósito sus definiciones ambiguas y tautológicas. No pueden explicarse sin sus propios conceptos y muchas veces sus definiciones son circulares y, por ende, vacías como «una mujer es toda persona que se identifica como mujer”. ¡Oh! ¿Y cómo es eso. Entre otras cosas, confunden consciente y maliciosamente los conceptos de sexo y género.

Como hemos repetido, nosotros definimos el sexo como la capacidad y la potencialidad del papel que se desempeña en la reproducción. Hay personas que tienen la capacidad de inseminar, las cuales llamamos varones. No todos los varones son capaces de inseminar, pero toda persona que tiene la potencialidad fisiológica de inseminar es un varón. Así mismo, hay personas con capacidad de engendrar, las cuales llamamos mujeres. No todas las mujeres son capaces de engendrar, pero toda persona que tiene la potencialidad fisiológica de engendrar es una mujer. Para abreviar, un varón es un macho humano adulto y una mujer una hembra humana adulta. Todo esto está en nuestra anatomía, en nuestra fisiología. De eso se trata nuestro sexo, el cual es inmutable en tanto está impreso en cada célula de nuestro cuerpo, en los huesos, en la química misma. El sexo en humanos es binario. No existe un tercer o cuarto sexo. Las variaciones cromosómicas de intersexualidad se explican mejor como síndromes que afectan a varones o hembras.

El género es en efecto una construcción social

Por otro lado, hay una serie de normativas y de parafernalias estereotípicas que se le imponen culturalmente a uno u otro sexo, con el objetivo único de crear una desigualdad entre los mismos y garantizar la subordinación de las mujeres y una posición social privilegiada para los hombres. A esto lo llamamos género. El género es en efecto una construcción social que se transforma y se adapta a través del tiempo y que se expresa de distintas formas en las diversas culturas, pero siempre con una serie de opresiones a las mujeres y condicionamientos y/o privilegios a los hombres. El género impuesto a los hombres se llama “masculinidad” y el impuesto a las mujeres, “feminidad”.

En la sociedad, ambos conceptos se concatenan: para poder controlar las capacidades biológicas reproductivas de las mujeres, se les imponen una serie de opresiones sistémicas que se expresan en la feminidad; mientras que, debido a las capacidades sexuales de los varones, en tanto no llevan en su vientre, y su cuerpo no alimenta, al producto reproductivo, se les otorga socialmente esa serie de privilegios que es la masculinidad.

Los fundamentalistas del transactivismo hegemónico, anclados en la corriente queer, aparentemente apoyan esta noción de diferenciar ambos términos por principio. “Aparentemente” porque hemos encontrado demasiados individuos que usan ambos términos como si fueran sinónimos, en el más puro estilo puritano anglosajón. Entendamos que en Estados Unidos (que es coincidentemente de donde proviene la mayoría de la corriente queer), el puritanismo de los medios de comunicación desde mediados del siglo XX utiliza el término “sexo” refiriéndose exclusivamente a las relaciones sexuales, mientras que “género” va dedicado a describir las diferencias entre mujeres y hombres. Tal vez por ello los teóricos queer (entendiendo que si existen diferenciación de ambos términos) pueden afirmar tajantes que el GÉNERO -diferencias entre hombres y mujeres- define y conforma el SEXO -las relaciones sexuales que puedan llevarse a cabo entre mujeres y hombres, mujeres y mujeres u hombres y hombres-. En total, aceptan que el género es en efecto una construcción social para concluir entonces que el sexo -en tanto que es la relación entre lo que entienden como “género”- es también una cuestión social y, por ende, modificable culturalmente e intercambiable, y de ahí -apoyándose en la existencia de las mencionadas variaciones intersexuales, lo cual sería cómico de no ser peligrosamente desinformador- a negar que el dimorfismo sexual exista o que es también cultural, lo cual es una postura peligrosa.

La llamada “autoidentificación de género”

Lo dijimos antes y lo sostenemos: la idea que el sexo es mutable y que por pensamiento mágico, la llamada “autoidentificación de género”, una persona cambia de sexo -como si fuera capaz de mutar todo su cuerpo y fisiología a voluntad-, únicamente proclamando una pretendida identidad es perniciosa y es parte de una narrativa falsa. Ésto nos lesiona a las personas que sufrimos disforia de género o que estamos inconformes con nuestro rol genérico. Los partidarios de las ideas de “identidades de género” afirman que una vez que te identificas como trans, tu sabes mejor que nadie tu identidad y lo único que se necesita es validación, apoyo y afirmación de que tu sexo es lo que tú quieres ser. Cualquier otra aproximación a este enfoque es “odio” o “terapia de conversión”.

Nosotros mantenemos que el afirmar que el sexo cambia por pensamiento mágico y la adopción de “identidades” solo promueve falsas expectativas de transición, que se traducen en una creciente insatisfacción al no alcanzar dichas expectativas. El tratar seguir lo que dicta la disforia solamente trae mayor insatisfacción con el propio cuerpo, como si se pensara que la solución a la anorexia fuera una buena dieta. Las personas trans maduras sabemos que el transicionar no es una solución en si misma, no es una panacea, sino que incluso puede traer un mayor rechazo al propio cuerpo al nunca lograr cuadrar con lo que esperamos lograr. Nuevos estudios sobre el aumento de la disforia tras hormonización y cirugías, publicados este 2023, confirman esta idea.

Pero el argumento chantajista del transactivismo hegemónico es que si las personas con disforia no transicionamos, entonces moriremos, insistiendo monotemáticamente que hay un alto índice de suicidios en la comunidad trans. Lo que evitan decir es que  las evidencias señalan que el más alto índice de suicidios de personas trans ocurre en personas que llevan de 10 a 15 años de tratamiento hormonal y/o cirugías mayores: o que está ligado a expectativas irreales en la transición y a falta de atención psicológica o psiquiátrica porque se asume que la transición era lo único que se necesitaba. De esta manera, el slogan que el tratamiento psicológico de la disforia es “patologizante” y que lo que requerimos desesperadamente las personas trans es “afirmación” resulta hasta criminal.

La transición médica

La transición médica (química y/o quirúrgica) no debería ser vista como el camino inequívoco. Debería ser la última alternativa tras una serie de análisis clínicos, fisiológicos y psiquiátricos. La creciente tendencia de detransicionadores nos deja claro que el enfoque afirmativo está llevando a personas que solamente están inconformes con las normativas estereotípicas que se le imponen a su sexo, a creer que su vida se solucionará si adoptan el set de reglas y normativas sociales que no se les aplican, cuando el mismo género es el problema para empezar.

Queda claro que la corriente transactivista hegemónica insiste que toda salvaguarda, toda precaución para evitar sufrimiento al paciente con disforia, todo elemento que pueda ayudarnos para proteger nuestra salud mental debe ser ignorado porque les urge ver las transiciones médicas aplicadas universalmente en toda persona inconforme con el género, porque para ellos “toda persona inconforme con el género es trans” y “el género es identidad”, pero eso equivale tanto a ignorar qué es el género, confundir los términos “personalidad” e “identidad” y decidir por todas las personas trans que solo tenemos una manera de abordar nuestros propios problemas, cambiando nosotros mismos y no nuestro entorno, en efecto condenando a nuevas generaciones de personas inconformes con el género a rascarse con sus propias uñas si la transición médica no les ayuda a encontrar paz mental.

Como lo mencioné desde un principio, esta postura hegemónica solo tiene sentido porque no le interesa tener claras sus propias definiciones ¿Por qué siguen asumiendo que todas las personas trans estamos en esa misma línea?