la ley del deseo Crónica Libre
Irene Montero. Foto: Juanma Serrano / Europa Press

La ley del deseo

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Cuando tenía 22 años, vivía sola y vestía “de traje” para trabajar, a los niños del ático les cayó su pelota en mi jardín. Eran mellizos, monísimos y muy educados. Llamaron al timbre de mi planta baja y con voces de ángel y exquisita sonrisa me dijeron: “Señora, sería tan amable de devolvernos la pelota. Nos cayó sin querer en su jardín”. En ese instante me desapareció la sonrisa y les contesté: “Esta vez os la devuelvo, pero si me volvéis a llamar señora reventaré la pelota”.

Con gran cara de susto se llevaron la pelota. Al día siguiente llamé al ático y su padre me permitió entrar. Hablé con ellos y les expliqué, como pude, el porqué del enfado del día anterior. Claro, tenían seis años y en realidad, para ellos, yo era una SEÑORA, por muy quinceañera que yo me sintiese y me sienta ahora que estoy más cerca de los cincuenta que otra cosa.

Imagínense que ahora eso me ocurre a diario, y no con infantes, con personas adultas. Yo no me siento muy diferente que con aquellos 22 años. Y ahora piensen que cualquiera que me esté llamando señora, pueda ser denunciado por un delito de odio.

Esto está ocurriendo y hace días hay una mujer de baja laboral, en tratamiento médico, en su casa, por haber llamado a un señor que vestía con una falda, caballero. ¿Kevin Costner en Braveheart es una señora?

La realidad tangible y material de la rosa

Voy a hacerlo muy fácil. No voy a ponerme a citar a ilustres feministas y compañeras. Quisiera que cualquiera que leyese estas líneas, fuese capaz de comprender a dónde nos puede llevar todo esto. El peligro que representa para la sociedad admitir que, el hecho que os he narrado, constituya un delito, porque una ley así lo declara.

Una rosa lo es cuando está en estado de capullo, cuando se abre, sea del color que sea, en el rosal, en un ramo, pachucha, seca e incluso aplastada dentro de un libro, veinte años después. Aunque la pintásemos con spray, le cortásemos las hojas, le arrancásemos el tallo, seguiría siendo una rosa. ¿Alguien en la sala que no esté de acuerdo con esto? Bien. Podremos ponerle un adjetivo como «rosa seca» o «rosa tuneada o customizada», pero sin duda, jamás cambiará su condición: ser una rosa. Nació siéndolo y así desaparecerá. Esto es una realidad tangible y material. Impepinable.

Un varón lo es desde el momento mismo de la fecundación. Cada uno de los despliegues que hará ese óvulo fecundado ya llevarán en cada célula los cromosomas XY y así será en cada célula de su cuerpo, incluso después de su muerte. Millones de años después podremos saber si ese resto óseo era de un hombre o de una mujer con absoluta certeza. De nuevo otra realidad tangible, material, además, científicamente probada. El sexo se determina en el momento de la concepción y es inmutable. Impepinable. En todos los mamíferos ocurre lo mismo: las especies se diferencian en hembras y machos, con características anatómicas y fisiológicas propias. ¿Ninguna duda sobre esto, no?

Género es eso que dice que las niñas son princesas y los niños guerreros

Si todo esto es tan claro y cristalino, como que la ley de la gravedad atrae a los cuerpos hacía el centro de la Tierra, ¿qué es lo que ha pasado? Ha pasado algo que se llama género y que, como constructo inmaterial y opresivo que es, solo ocurre en la especie humana. Género es eso que dice que las chicas llevan falda y los chicos pantalones, las niñas son princesas y los niños guerreros, que una mujer con canas es una vieja y un hombre con canas, un maduro interesante. Lo del rosa y el azul. De toda la vida.

Una losa que se nos pone encima a las mujeres, y no sólo, para que nos comportemos de determinada manera coartando nuestra libertad y, sobre todo, evitando la igualdad y equidad, entre mujeres y hombres. Cuando dije “y no sólo”, ¿a qué me refería?, pues que el género también oprime, aunque no principalmente, a algunos varones: los hombres no lloran, no hables así que pareces mariquita, te pegan porque eres un flojo. Estoy segura, muchos de los varones que se están molestando en leer este artículo se han visto reflejados en la frase anterior.

Quedando claro que el género es no material, ni tangible, opresivo y cultural, ¿cómo se atreven a realizar una ley en la que se sustituye el sexo por esto?, en mi humilde opinión, con muy poca cultura y mucha soberbia. Una ley que ampara deseos e ideaciones individuales sin ninguna base material y que pretende que comulguemos con ruedas de molino. La autodeterminación de género. Uno es lo que dice sentir que es, obviando la realidad material.

La puerta al medievo legal

¿Ahora es cuando digo el peligro que supone esto para los derechos conseguidos después de siglos de lucha feminista por la igualdad? Pues no, mira por dónde. Eso ya lo han hecho cientos de compañeras y lo han explicado muy bien. Ahora es cuando digo el peligro que supone que se pueda legislar según deseos y no según derechos, según sentimientos y no hechos, según lo inmaterial e intangible, y no según lo material y demostrable.

¿Recuerdan ustedes aquellos años en que se gobernaba por la Gracia de Dios? Pues esa es la tremendamente peligrosa puerta que ha abierto esta ley: que quien gobierne pueda hacer leyes basadas en deseos personales, creencias religiosas o mágicas, incluso alucinaciones colectivas. Es la puerta al medievo legal y a una especie de futuro transhumanista donde valga como ley, todo lo que se pueda una imaginar. ¿Qué ustedes no van a tragar con eso? Háganlo, les llamarán tránsfobos, odiadores y encima les multarán. Hasta con 300.000 euros. Válgame.

Una ley que otorga “materialidad” a un deseo o sentimiento, es un fraude de ley. No, que nadie me diga que “esto es mucho más complejo porque”… la diferencia entre el resto de mamíferos y nosotras, las personas, es que hablamos, tenemos un sofisticado sistema de comunicación con millones de años de evolución, que nos ha permitido plantearnos preguntas sobre nosotras mismas, nuestra existencia y determinar lo real, lo tangible, lo material, de lo que no lo es. Y de todo eso, acabar estableciendo un orden en la especie, otorgándole a los individuos que la componen unos derechos, basados de nuevo es esa materialidad: derechos humanos.

Vivir en el caos

Legislar según los deseos y no los derechos destroza siglos de evolución humanista y de ilustración. Pone en peligro el futuro de la especie, el futuro de las personas. Aumenta la incertidumbre del ser humano y cuando eso ocurre, históricamente recurrimos al “orden” (dejar que nos gobiernen, perdiendo la democracia) porque llevamos muy bien la libertad, pero fatal vivir en el caos; entonces la HISTORIA cuenta sus peores episodios acontecidos, los que jamás debería repetir la humanidad. Jamás. Esos que hicieron que concluyésemos unos derechos humanos y nos rigiésemos y legislásemos, atendiendo a ellos.

Espero no haberles aburrido. Si me ven por la calle y me llaman señora prometo no reventarles nada, no recibirán denuncia alguna, ni crítica, solo una sonrisa de vuelta ya que es la realidad, pero me pondré tan contenta como Kevin Costner con falda, cuando grita ¡Puede que nos quiten la vida, pero no la libertad!, si me llaman, aquello que cantaba Seguridad Social ¡Chiquilla!.

Mar Benavent-Ramón

Neurocientífica. Experta en salud y género. Feminista Al Congreso.