banalización revolución amaral
Eva Amaral, en el escenario del festival Sonorama 2023 en Aranda de Duero. Foto: redes.
/

Banalización de la revolución

2 Min. lectura

Con el permiso de Hanna Arendt cuando hablaba de la “banalización del mal”, traigo a colación esta idea porque hoy día en una sociedad de un individualismo exacerbado como la nuestra, narcisista y desnortada, todas las palabras han perdido su sentido y su carga semántica: se tacha de fascista a una persona que no está de acuerdo con una ley o piensa diferente sobre cualquier aspecto; se llama tránsfoba a alguien que simplemente cuestiona conceptos que de ninguna manera están consolidados; se llama islamófoba a personas críticas con el islam o se considera revolucionario enseñar las tetas en un escenario.

Ni una persona es fascista por defender otra política lingüística, por ejemplo, en Cataluña; ni es tránsfoba quien critica que los hombres autoidentificados como mujeres participen en competiciones femeninas, ni es islamófoba una persona que cree que el velo es una imposición que hay que combatir. Y por supuesto no es revolucionario que una mujer enseñe las tetas en un concierto ni que un individuo toque el piano con el pene, como hizo el transgénero Jordan Gray y otros antes que él (busquen en internet, los encontrarán como parte del espectáculo)

Pero vivimos en una sociedad hiperbólica donde se eleva a los extremos cualquier nimiedad, mientras se desdeña la información rigurosa y el conocimiento. ¿Por qué no es revolucionario el hecho de mostrar los pechos en un concierto? Porque forma parte de la performance del concierto igual que forma parte del espectáculo salir con ropa sexy, o bailar twerking mientras las cámaras –no se pueden olvidar las cámaras, tanto de los propios conciertos como los de la televisión – muestran primeros planos de los culos de artistas o bailarinas.

Un acto es revolucionario cuando revierte en todas las mujeres

Pero fundamentalmente el hecho de que una mujer se desnude más o menos, o utilice su cuerpo mostrándolo como le parezca no es revolucionario es que este gesto no revierte en las mujeres en general.  Las mujeres que utilizan su cuerpo y realzan los aspectos sexuales seguramente se empoderan a ellas mismas durante una época y siempre que ese cuerpo encaje con los cánones de belleza dominantes: obtienen éxito, dinero, reconocimiento, aceptación social.

Y gusta tanto a los hombres como a la mayoría de las mujeres. A los hombres –si son heterosexuales– porque se regodean con la vista del cuerpo femenino; a las mujeres porque la mayoría desearíamos tener ese hermoso cuerpo, porque nos guste o no el principal valor femenino es el atractivo corporal.

Un acto es revolucionario cuando revierte en todas las mujeres, y no en una en concreto. Cuando una mujer desafía a la policía de la moral de Irán y se quita el velo es un acto que revierte en las demás; cuando una muchacha va a la escuela contra la opinión de los talibanes, está haciendo un gesto que revierte en las demás.

¿Hay alguien que se escandalice de ver unos pechos al aire?

Un acto individual se convierte en revolucionario cuando representa un desafío al poder establecido. Porque es el primer gesto que va a ir extendiéndose hasta ser incorporado por los demás. Hace más de cuarenta años que las mujeres en España empezamos a hacer top-less en las playas, ¿Hay alguien que se escandalice de ver unos pechos al aire? Mucho hemos retrocedido si la respuesta es sí.

Hacerlo en un concierto es un acto de libertad individual, por supuesto, pero no va a revertir en una menor sexualización de las niñas, adolescentes y jóvenes, que van a seguir viendo cómo los cuerpos femeninos se utilizan como objetos de consumo sin que el sistema se vea mínimamente afectado ni ellas valoradas más por su intelecto que por su físico.

Utilizar el cuerpo como instrumento sexual empodera a su poseedora, pero no a las demás mujeres. Porque cualquier gesto –como enseñar las tetas– puede ser revolucionario si revierte en las mujeres colectivamente. Si no, solo es una manera de incrementar el peculio personal.

Juana Gallego

Profesora universitaria