El debate a tres entre Pedro Sánchez, Yolanda Díaz y Santiago Abascal me ha recordado una reunión de vecinos a la que han asistido tres de los propietarios más importantes del inmueble. El dueño del ático dúplex que tiene un índice de propiedad más elevado, y al que le toca abonar más en cada mejora, se ha escaqueado del encuentro porque prefiere hablar uno a uno con el resto de los inquilinos. Con los otros propietarios se pone nervioso, echa mano de números falsos y al final se hace tal lío que le hace perder autoridad entre los demás. Hoy toca saber qué obras van a ser las prioritarias y qué derramas hará falta adelantar.
Así que tenemos a los dos vecinos enrollados, aquellos que ya han estado de acuerdo en casi todas las obras anteriores que se han llevado a cabo, y que incluso tienen una cierta intimidad cómplice. Lo que uno dice lo completa el otro y las discrepancias son minucias, aunque claro, cada uno de ellos defiende el presupuesto que ha aportado y las propuestas a acometer en un futuro próximo, e intenta convencer al otro de que el suyo es mejor por unos céntimos de diferencia.
Nada que ver con el vecino huraño, aquel que se opone a todas las mejoras por principio, y al que le gustaría que volviera a contratarse un portero (o mejor, una portera) como los de antes, que controlara la entrada y salida de los visitantes; que recogiera la basura, barriera y fregara la escalera y no dejara entrar a individuos sospechosos, y todo a cambio de que ocupara una especie de chabola que hay en la azotea.
El vecino gruñón no cree en la energía solar
El vecino gruñón no ha pedido ningún presupuesto propio, pero sobre el tema de poner placas solares para aprovechar la energía del sol dice que nanay, que eso es un cuento chino y que él ya dispone de calefacción en invierno y refrigeración en verano, y si los demás vecinos pasan frío en invierno que pongan la estufa de butano, y si pasan calor que usen el ventilador.
Un tema que le ha llamado la atención al vecino carca es un nuevo inquilino que se ha encontrado en el ascensor, con barba y bigote, pero que sin embargo le ha dicho que se llama María Isabel. Ha preguntado a los otros si saben si es hombre o mujer, y que teme por la seguridad de sus hijas, no vaya a ser que este individuo las acose en el ascensor.
Los demás han escurrido el bulto y rápidamente han sacado a colación el colectivo abecedario, que si cree que son enfermos crónicos, porque si es así igual está incurriendo en delito de odio. Como el vecino carca ha oído campanas, pero no sabe dónde, tampoco ha insistido mucho más, ya que rápidamente han sacado a relucir los gritos que proceden de uno de los pisos superiores.
La vecina enrollada y el puticlub del bajo
La vecina enrollada ha afirmado que el marido pega a la mujer, pero el vecino carca ha dicho que él no ha oído nada, que no cree que él la maltrate y que, en todo caso, es una cuestión intrafamiliar. Ante el reproche de la vecina enrollada, afeándole su indolencia, ha intervenido el vecino enrollado y ha dicho que ya han llamado varias veces a la policía, que más no pueden hacer, y han pasado rápidamente a otros temas.
Sobre el puticlub que hay instalado en el bajo no han dicho ni mu. El carca porque cree que mientras paguen el alquiler y no molesten a los vecinos, no es su problema, y los dos vecinos enrollados se han asegurado, dicen, de que las chicas de alterne están en el local por propia voluntad, y así se lo han preguntado a algunas cuando las han visto salir de madrugada.
El vecino enrollado refunfuña y dice que le gustaría que el local se cerrase y lo sustituyera un comercio menos polémico, un chino o un restaurant, pero que bueno, si las chicas consienten que ahora no es el momento de abordar el tema, ya se verá. Ella ha añadido, además, que ejercen un trabajo como otro cualquiera.
El vecino carca apuesta por las camas calientes
Sobre el uso que le van a dar a una especie de trastero vacío comunitario la vecina propone que se dedique a cuarto de la plancha, que a ella le relaja mucho levantarse de madrugada a planchar, mientras el vecino dice que no urge, que ya lo pensarán. El vecino carca dice que si no fuera porque son ilegales se podría alquilar, por turnos, a algún grupo de marroquíes que se pirran por un sitio para dormir. Pero rectifica de inmediato, no, inmigrantes no, que con la cantidad de primos que tienen se les llenaría el edificio de indeseables en un plisplás.
Otro tema que no ha salido a colación es que unos inquilinos que no tenían descendencia se han presentado con un bebé diciendo que es su hijo, pero a ninguno de los tres le ha llamado la atención de dónde ha salido la criatura ni si ha sido por compra o por adopción, no quieren invadir la privacidad de esa pareja de hombres que pagan de alquiler un dineral.
En fin, la reunión se acaba con la impresión de que el vecino carca no ha sido sino el holograma del propietario del dúplex, y que los vecinos enrollados eluden a conciencia temas que si los abordasen igual perderían las simpatías que creen despertar entre los inquilinos, que no suelen asistir a este tipo de reunión.