VOX no tiene proyecto para España ni candidato a la Presidencia del Gobierno y esa es una muy buena noticia. La fallida moción de censura presentada por Vox, y protagonizada por un agotado profesor Tamames, viene a poner un gran foco sobre la verdad de una extrema derecha que tiene muy poco que decirle a la sociedad española de 2023.
La performance parlamentaria a la que asistimos ayer, en el Congreso de los Diputados, quedará para los anales de la pequeña historia del Congreso como una anécdota muy poco edificante, más cerca de una pantomima que de un debate político. El instrumento de control al ejecutivo que significa una moción de censura requiere de algunos elementos que, esta vez, han brillado por su ausencia; el más clamoroso es la presentación de un programa de gobierno alternativo y un candidato a presidirlo que pretende conseguir la confianza de la Cámara. Nada de ello ha existido en la moción de Vox: Tamames no era un candidato verosímil y ni él ni el proponente, Santiago Abascal, se preocuparon lo más mínimo por esbozar algo parecido a un proyecto político. Demuestran así, un absoluto desprecio por la Cámara de representación de la ciudadanía y un enorme desconocimiento de los mecanismos constitucionales que, en este caso, exigen un uso constructivo de la moción de censura.
La primera exigencia para los diputados y los grupos parlamentario es el respeto por los escaños que ocupan, que no son de su propiedad; se los han prestado los ciudadanos, grandes ausentes por cierto, en las palabras de los “censores”.
Los discursos de Abascal y de Tamames no aportaron ni un gramo de ideas para mejorar la vida de los españoles, no abordaron soluciones para ninguno de los problemas a los que se enfrenta la sociedad del siglo XXI. No escuchamos, del líder de Vox ni del candidato, una sola mención sobre el contexto geopolítico al que nos enfrentamos tanto la Unión Europea como España, ni sobre el desafío tecnológico o climático, tampoco hubo soluciones para los desajustes del mercado laboral o la productividad de nuestras empresas o la deuda de la Seguridad Social, ni una idea para combatir la inflación que asfixia las economías familiares ni sobre la desigualdad. La sesión parlamentaria de ayer sirvió para que Abascal lanzara sus habituales insultos al gobierno y al sistema democrático. Al candidato, que buscaba unos minutos de gloria al final de su vida, las horas le sobraron y su presencia en el Congreso nos dejó la peor versión del profesor Tamames.
Vox no tenía ni un objetivo definido ni un candidato plausible ni, desde luego, una idea para gobernar España. Por no tener, no tenía ni ganas de soportar un debate con el resto de fuerzas políticas. Su actuación se ha acercado más al gamberrismo político que a la iniciativa parlamentaria de un partido de oposición.
Las mociones de censura se convierten en un boomerang cuando están mal pensadas y peor ejecutadas. Es indiscutible que el gobierno, al que Vox pretendía censurar, sale fortalecido tras estos dos días de sesión y que la opinión casi unánime en los medios de comunicación es que el partido de Abascal se ha pegado un tiro en los dos pies.
El Presidente Sánchez ha aprovechado el guante tendido por Vox para un doble objetivo: situar a la extrema derecha fuera de cualquier camino de entendimiento razonable con el PP de Feijoo y reforzar la cohesión de su coalición de gobierno, gravemente cuestionada por la opinión pública tras los últimos enfrentamientos entre la parte socialista y las representantes de Podemos. Abascal y Tamames no sólo no le han hecho el más leve rasguño al gobierno sino, al contrario, le han ayudado a remendar los rotos de la coalición y a proyectar su renovada alianza con una izquierda que ya sí tiene una candidata indiscutible, Yolanda Díaz.
La Vicepresidenta Segunda adelantó el anuncio que estaba previsto para 2 de abril sobre el inmediato futuro de la plataforma Sumar e hizo una excelente presentación de su liderazgo en la tribuna del Congreso. Nos queda por saber el nivel de resaca que su protagonismo ha causado en las dirigentes de Podemos que ayer no parecían muy satisfechas.
Lo cierto es que tanto Yolanda Díaz como Ione Belarra e Irene Montero se saben obligadas a entenderse si no quieren desaparecer en la ya histórica división de la izquierda. Puede que la moción de censura de Vox haya servido también a esa causa. Reforzar al gobierno, unir a la coalición, resolver el liderazgo a la izquierda del PSOE y, lo más importante, demostrar que la ultraderecha española es perfectamente inútil para los intereses del país. Ese es el balance que Vox se lleva a casa. La verdad es que no está nada mal.
Elena Valenciano
Exvicesecretaria General del PSOE y Presidenta de la Fundación Mujeres