En mi columna Soy feminista y soy liberal, publicada en Crónica Libre el pasado febrero, les hablaba del feminismo como la lucha universal por la igualdad ante la ley de hombres y mujeres. Algo que estos días estoy viendo, entre entristecida, indignada y asombrada, que no es una realidad en España.
Verán, el pasado 7 de octubre terroristas de Hamás violaron, torturaron y asesinaron a decenas de mujeres de todas las edades, algunas niñas, en Israel. El cuerpo maltratado y vejado de Shani Louk, una joven alemana-israelí de 22 años de edad, fue mostrado a las hordas como si de un trofeo se tratase. Las imágenes de Noa Argamani, 25 años de edad, siendo llevada a Gaza sobre una motocicleta mientras suplicaba por su vida, dieron la vuelta al mundo.
Sin embargo, ellas, como las demás mujeres israelíes, parece que no importan. No solo salieron miles de personas a las calles a celebrar la matanza, lo que dice ya bastante del mundo en el que vivimos, sino que otras se dedican a retirar de calles occidentales las imágenes de las secuestradas. Silencio sobre las violaciones, cuando no negacionismo de la realidad. ¿Es que las mujeres judías no son mujeres? Tenemos un grave problema moral.
No puede ser que las mujeres solo sean consideradas tales cuando cumplan con los estereotipos ideológicos y colectivizantes de determinados sectores sociales. Eso no es feminismo. Eso es exclusión, machismo y, en algunos casos como los que estamos viendo hoy en día, cosificación y totalitarismo. Una realidad que ya vimos en la Europa asolada por los nacionalismos y colectivismos del siglo XX, que hoy resurgen con fuerza. Una Europa en donde se cosificaba al judío, que era enviado a las cámaras de gas como si no fuera humano. ¡Qué tristeza y repugnancia siento!
Machismo en Palestina
Si ya es grave de por sí el silenciamiento del machismo y la discriminación en todos los ámbitos de la vida de las mujeres palestinas, que se visualiza en la baja participación en cargos de representación política, empresarial o social o los altos índices de violencia de género existentes, callar ante semejante atrocidad deslegitima a todas aquellas personas que se dicen feministas y miran hacia otro lado.
Istabarak Baraka tenía 17 años cuando en junio de 2021 su marido la mató de una paliza, estando embarazada de tres meses, en el sur de la Franja de Gaza. Le destrozó el cerebro y la caja torácica a golpes. Noha Khaziq, 31 años, fue asesinada por su marido de una paliza. Llevaba ya demasiadas, pero no quería quedarse sin sus hijos.
Según los datos ofrecidos en 2019 por la Oficina Palestina de Estadísticas, el 38% de las esposas sufren violencia. Y solo se refiere a las que denuncian, que, como se imaginan, son pocas. Cuando una mujer se divorcia pierde la custodia de sus hijos. No se divorcian. ¿Han oído a alguna ministra del gobierno de Sánchez denunciar esta realidad? Les importa un colín. Lecciones de feminismo de esta gente, ni una.
Sirva esta columna para reivindicar los derechos, la memoria y la solidaridad con Shani, Noa, Istabarak y Noha. Con todas ellas. También con las mujeres rehenes del terrorismo de Hamás. Con las asesinadas. Con las violentadas. Con las torturadas. Con todas sus víctimas, sean palestinas o israelíes. Porque yo sí soy feminista.