Pablo Iglesias e Irene Montero en una captura de foto de Instagram de la ministra. La compra de su casa de Galapagar revolucionó la política.
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La política y el amor en tiempos de desencanto

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Tras estos días de Semana Santa, es útil traer el mito que encierra esta festividad. Un mito cristiano, y antropológicamente más extenso, que indica las transiciones en las sociedades, y la necesidad de una fecha para simbolizar la necesidad de redención que estas tienen: morir para vivir, sacrificar para vivir de nuevo. La sociedad humana está habituada a dar nombre a estos ciclos, paganizados entorno a las cosechas y fiestas paganas de la primavera, y sacralizados alrededor de las fiestas religiosas que dotaban de sentido a las deidades adoradas.

La política no escapa a estos ciclos de encantamiento y desencantamiento. Es más, es quizá el lugar dónde los sentimientos y fervores religiosos se viven con mayor pasión. Y, más allá, como indicara el antropólogo Frazer, no es la religión la que marca su sino, sino la magia o la creencia de que unas serie de prácticas y ritos nos conducen a cambios drásticos. El mito del mesías redentor es quizá la figura que mejor simboliza este puente entre magia, religión y política.

Figuras que simbolizan el cambio de ciclo, y la ruptura entre pasado, presente y futuro. Para Walter Benjamin era el Angelus de Klint, para el Agamben lo simbolizaban las cartas de San Pablo y, en tiempos recientes, la España post 15M tuvo en Pablo Iglesias su mesías redentor. Desde aquel 2014 que emergió su figura, es evidente que han pasado muchas cosas, crisis de como una pandemia, una guerra que alumbra un tiempo de incertidumbre y el derribo de todas las figuras de referencia del ciclo post15M a excepción de Pedro Sánchez. En este sentido, cabría preguntarse: ¿Vivimos un nuevo ciclo?

Siempre hay datos alumbran las características de un momento histórico como pueden ser cifras de inflación, paro, o producción. También hay otros que permiten aterrizar en lo más íntimo de nuestras vidas y ver si estamos ante un momento de cambios vivenciales. El amor es uno de ellos, como lo fue el cambio de idea del amor cortesano al amor barroco, o al amor burgués, retratado por autores franceses como Flaubert o Balzac en su fase decadente posterior a monarquía napoleónica.

En este tiempo, es significativo como proliferan libros que describen la redefinición del amor y el concepto de familia: Sara Mesa, Laura Ferrero y otras autoras muestran el cambio de paradigma. Se diría que igual que los ciclos de la vida, el amor pasa por etapas de fogosidad, racionalidad y decadencia; pero también por ciclos históricos.

Divorcios y vida sexual

Es significativo que en 2021 se vivió un repunte del 13,2% en divorcios, que rompe una tendencia a la baja de los divorcios desde 2014. Otro dato, de la encuesta del CIS de 2021, apuntaba a que un porcentaje similar, un 15,3% afirmaba que la pandemia había empeorado su vida sexual. En este grupo que veía sus relaciones empeorar destacaban los jóvenes menores de veinticuatro años, y destacaban entre ellos los votantes de PSOE y, principalmente, Podemos. También destacaba el mismo barómetro que estos presentaban menores niveles de satisfacción con las relaciones familiares y también niveles más bajos de felicidad. El desencanto con la vida sexual, familiar y afectiva quedaba pues muy vinculado a jóvenes de izquierdas.

Es un tiempo difícil para el amor, se preguntaba Pilar Gomiz en este medio. Según los estudios recientes, el amor está desconectándose de las relaciones sexo-afectivas, principalmente de las más jóvenes. Una disociación que rompe una tendencia histórica en el cual pareja, sexo y amor estaban conectados. En el último estudio del Ministerio de Igualdad, se mostraba como un alto porcentaje decía no necesitar tener sentimientos hacia la otra persona para mantener relaciones sexuales, y sólo un 14% afirmaba que las relaciones sexuales debían estar vinculadas con el amor.

Un avance histórico que rompe un paradigma patrimonialista, donde el sexo y el amor eran patrimonio de la pareja, y principalmente del hombre. Estamos pues, ante una modernización acelerada de las relaciones sociales, que la pandemia habría acelerado, y que explicaría, en parte, que nos encontremos ante la segunda tasa de natalidad más baja de Europa.

Vivienda, trabajo estable e ingresos

No obstante, no sólo tiene que ver esto con el cambio de valores. Otras tendencias de fondo asoman por determinar la fluidez de las relaciones: una precariedad que aparece en todas las esferas y amenaza toda posibilidad de crear lo que puede ser un “hogar”: vivienda, trabajo estable, o ingresos suficientes y previsibles. Que España esté entre los países más desiguales de la Unión Europea y el de mayor desigualdad de Europa occidental indica que muchos sectores se ven afectados por ello.

Uno de los grupos sociales donde más desigualdad existe entre los que más ingresos tienen y los que menos son aquellos con estudios superiores. También aquellos comprendidos entre los 25 y 34 años. Estudios y edad serían factores agravantes de la desigualdad en España. En estos sectores de edad adulta y con estudios avanzados, la idea de un proyecto estable de pareja, estaría muy condicionado por una situación material complicada.

Una secuencia que recuerda, como ya lo hicieron algunos politólogos como Ronald Inglehart, que la economía, política y los valores están conectados. Y que la modernización ha traído un cambio de valores, principalmente en la pareja, y principalmente en los votantes de los nuevos partidos, o las nuevas generaciones de votantes. De ahí que en Occidente los partidos más nuevos hayan apuntado a este foco (nuevas relaciones afectivo-sexuales) a la hora de apuntalar su electorado.

Lo sexual es político y lo político es sexual

Ahora bien, del mismo modo que la modernización no sólo es de lo económico a lo político sino también al revés, podríamos decir que hay una relación inversa, de cómo los partidos afectan la vida más íntima, estableciendo un discurso que trate de orientar la opinión pública (la idea de representar a la mayoría). Siguiendo el eslogan que Kate Millet acuño de forma muy efectiva de “lo sexual es político”, y que podríamos dar la vuelta a lo político es sexual”.

Para explicar cómo la política afecta a nuestra idea que tenemos de relaciones sexo-afectivas, es útil ver en qué momentos se da el suelo en la izquierda a la izquierda del PSOE: Unidas Podemos alcanza su suelo en intención de voto en un momento muy singular, tras la moción de censura a Rajoy en 2018 y ascenso de Pedro Sánchez.

La compra de la casa de Galapagar de Pablo Iglesias e Irene Montero

Algo que coincide en el tiempo con un evento que fue muy polémico, pero que nunca se relacionó: la compra de la vivienda en Galapagar por parte de Pablo Iglesias e Irene Montero. Y es que es a partir de entonces cuando se produce aquello que un profesor de la Complutense denominaba “follar con la política y negociar con el sexo”, o cómo la gente percibe que la política se convierte en un instrumento de satisfacción individual, y no la canalización de demandas colectivas.

Es más, la compra de una vivienda es un ideal que la mayoría de los votantes que participaron en la consulta interna de Podemos ni se pueden ni se podían permitir. Es decir, dos mundos chocaban, y las expectativas de otra vida material y afectiva, se disuelven. A partir de entonces, sin embargo, podemos decir que se interioriza el desencanto. En tanto la oferta de la izquierda es la búsqueda del éxito individual, lo material, todas las ambiciones más colectivas se disuelven. El espíritu del 15M pierde sentido. Pablo Iglesias lo sabía, y por eso no le quedó otra cosa que apoyar a Pedro Sánchez en su investidura.

Tras las elecciones de marzo de 2019 Pedro Sánchez reproduce el mismo esquema, con resultados similares.  La búsqueda de un Gobierno en solitario y el veto individual a Pablo Iglesias que dio lugar a la repetición de elecciones en diciembre de 2019 mandó un mensaje similar: son las personas y no las políticas las que determinan la política en la izquierda; es lo individual y no lo colectivo. Sólo el pacto de diciembre de 2019 entre Sánchez e iglesias pudo revertir esa creencia, algo que produjo una mejora de la intención de voto de ambos, tras la hecatombe electoral tras esa repetición.

El primer gobierno de coalición desde la Guerra Civil

La clave de esta fase de pérdida de credibilidad es que coincide con la importación plena de las demandas feministas. Hablamos de la ley sólo sí es sí, la ley trans, u otras de igualdad salarial. No obstante, tras estos sucesos previos a la formación del primer Gobierno de coalición desde la guerra civil, todas estas quedaban opacada la más evidente y demandada: una cultura política civil que eliminara la imposición, el poder, y la subordinación como forma de negociación.

Es lo que comúnmente se trasladó a la política como “guardar las formas”. Y es que, hasta ese momento, la política fue marcando una idea en la cual no era arriba donde debía aplicarse un cambio en las “formas”, sino abajo. El ideal de política no patriarcal no era la que ejemplificaban en la política la viril actitud de los principales referentes de los partidos, sino la encarnizada batalla dentro de las parejas. Por arriba se imponía la coalición de intereses individuales, mientras se demandaba abajo mayores cambios de actitudes.

Véase el contexto de aprobación de la ley sólo sí es sí, durante el cual desde la parte del PSOE se dudaba públicamente la efectividad de la misma, y desde Podemos se acusaba de querer atacar a Montero. Y en ninguno de los casos se defendía el contenido de la ley, sólo sus protagonistas.  De ahí que el mensaje “desde arriba” fuera que “cada barco se aguante su palo”: y que en política sexual significaba que no era desde lo colectivo, sino desde lo individual donde estaba la salida y, concretamente, en la pareja, la posibilidad de modernización de la vida afectiva.

«Follar con la política»

Algo que fue remarcado durante la pandemia y la hiper individualización de la respuesta, a veces puesta en cuestión con criterios universales de prevención, bajo el presupuesto de la responsabilidad individual. Es decir, era uno, y su núcleo cercano, el que debía resguardarse y protegerse frente a problemas externos. La individualización de los valores y las políticas puede ser un problema para la izquierda.

El amor, la sexualidad son construcciones sociales, y son los mensajes desde arriba los que lo construyen, en ausencia de una la cultura católica que los venía determinando hasta ahora.  Por ello, mientras desde arriba se ofrece una imagen de “follar con la política”, es decir, de satisfacción individual de aquellos que tienen el cargo, desde abajo sólo queda una negociación individual insatisfactoria, basadas en la ausencia de alternativa colectiva, de una sociedad diferente.

De ahí que desde hace unos años Díaz empezara a captar la atención por su radical diferencia en las formas de presentarse públicamente, algo que marcaba diferencias con sus pares y predecesores. Una cuestión muy presente en el acto de “otras políticas” de Valencia, en el que aparecieron Mónica Oltra, Mónica García, Fatima Hamed o Yolanda Díaz. Era un gesto muy evidente con el que, al no invitar a Irene Montero o Ione Belarra, se estaba demarcando una línea de separación con otra forma de hacer política que estas simbolizaban. Otra política era posible.

Y es que la izquierda siempre se ha caracterizado por apelar a una utopía colectiva. A falta de ella, sus representantes van a ver cómo sus políticas pasan por el prisma de la deslegitimación. Ello explica que toda política sea interpretada desde un interés individual o incluso oculto: sea la Ley Sólo Sí es Sí, la Ley Trans, o las leyes económicas del Gobierno. Y es que sus principales referentes en este ciclo han perdido la legitimidad que confiere el interés común, es decir, la hegemonía de los valores emergentes en la izquierda. Por ello, mientras todo siga igual, nos veremos avocados a un deseo y una política reprimida.

Gráfico de intención de voto (1996-2021). Centro de Investigaciones sociológicas. Banco de datos.