Amaia Prieto ha vivido en Logroño, en Pamplona y Polonia y ha vuelto a su pueblo, Zabal, municipio de Navarra de poco más de 50 habitantes. A los 24 años ha descubierto que su sitio está ahí en el entorno rural de la España despoblada. En ese lugar es la parte creativa, financiera, gestora de redes y portavoz de su propia empresa Baku Barrikupel. El emprendimiento que defiende junto a su padre, Jesús. Hacen unas lámparas maravillosas a partir de viejos toneles de vino. Logran convertir residuos en objetos de arte y dar vida a esa España que adolece de falta de oportunidades.
Desde Baku Barrikupel, antiguos toneles o materiales de embalaje industrial se transforman en objetos que llenan de luz y ganan galardones medioambientales y creativos. Este año estuvieron nominados en los Green Product Award, certamen internacional que premia la sostenibilidad, innovación y diseño. También se alzaron con el premio del público en el Conama 2022.
Desmontan la barrica, y optimizan el material, lo deconstruyen en láminas, “lo hacemos más sofisticado”, cuentan. Una aporta los diseños, con un aire nórdico, geométrico, líneas puras. El otro logra que la madera se vuelva dúctil, ligera. “Somos un padre artesano y una hija diseñadora, coordinando la experiencia con la novedad”, resumen.
Su filosofía lo deja claro, “somos la parte más artística de los residuos” y buscan entre los desechos de artesanos que ya recuperan los toneles que han cumplido su ciclo de vida útil. En su punto de mira, no solo hallar una forma de ganarse la vida, también el hacerlo desde su lugar, con la firme creencia de que en el entorno rural hay trabajo, cultura y vida. «Por eso decidimos quedemos en un pueblecito», mantienen.
Encontrar tu sitio y tu forma de vida lejos de la ciudad
Los padres de Amaia dejaron San Sebastian y se trasladaron al valle de Yerri, en Navarra, cerca de Estella. Jesús Prieto quería tener un taller bajo su casa, quería dar rienda suelta a su artesanía. En Zabal lo consiguió, trabajó de ebanista, en construcción como carpintero… Amaia creció allí. Cuando decidió estudiar Diseño de Producto, el padre cerró su tienda de enmarcación para esperarla y montar algo juntos. “Él vio mi gen artístico desde pequeña”, cuenta Amaia.
“Cuando estaba de Erasmus en Polonia, un día me llamó y me dijo ‘mira lo que he hecho’. Llevaba diez años tratando de buscar una forma de trabajar con toneles reciclados. Y después de muchas vueltas, logró lo que quería laminándolos. Cuando me enseñó el material, yo empecé a ver el diseño, lo tuve claro”, explica Amaia.
Era marzo de 2020, justo cuando Amaia vuelve y está haciendo su trabajo fin de carrera llegó el confinamiento. “Entonces nos encerraron y aunque suene macabro decirlo, a nosotros como a otra gente, nos vino bien. En el primer confinamiento ya construimos nuestra cooperativa”, dice la joven diseñadora.
Las duelas remodeladas hasta hacer olvidar su origen
Al oír que sus creaciones salen de antiguos toneles, uno no imagina las vueltas que dan a esas maderas que han pasado toda su vida empapadas en vino. No hay nada que recuerde a esa procedencia. Pero la madera noble, envejecida a la vez que madura el vino en sus tripas, está ahí, renacida.
“Bodegueros que nos han visitado se han quedado boquiabiertos de ver en qué se han convertido los toneles. Nos dicen ‘he vivido toda mi vida entre barricas y no me imaginaba que se pudiese sacar algo así’, cuenta Amaia Prieto.
Hace unos años hasta les regalaban una botella de vino si libraban a la bodega de las antiguas barricas. Era un desecho incómodo. Ahora, tiene un precio, “entre 300 y 1.000 euros pueden llegar a costar”, dice Amaia. Se han instaurado la reutilización de los toneles e incluso la exportación a otros mercados. Así que han tenido que buscar otra alternativa.
“Acudimos a los artesanos toneleros que las reciclan. Las duelas (tablas que componen el barril) que están picadas y a ellos no les sirven porque podrían tener filtraciones y perderse el vino, nos las quedamos. Nos da sus desechos y ese es el material que trabajamos”. Reciclaje del reciclaje.
Embalajes industriales, otra fuente de su arte
El contrachapado de empaquetado industriales, que a menudo se tiran después de un solo viaje son otra de su materia prima. “Para las pantallas de la lámparas, encontramos, gracias a un amigo, una solución que también viene del aprovechamiento. Son los tubos donde llegan las láminas para tintar las lunas de los vehículos. Tres talleres entre Pamplona y Logroño nos abastecen”, cuenta Amaia. Esos tubos tamizan la luz tal como ella buscaba.
En su catálogo tienen veinte modelos pero con diferentes opciones de colocación logran doscientas variaciones diferentes. Se hacen exclusivamente bajo pedido y tienen un precio que oscila entre los 120 y 450 euros.
Las ferias han sido su escaparate, además de lo digital. En Instagram y Pinterest les va bien, “Tenemos un contenido muy visual, si no lo ves no lo crees, así que las redes nos ayudan”. Lo que también les funciona es el boca a boca y entrar en red con otros emprendedores del medio rural. La España vaciada que se organiza y tiene conatos en cada esquina del país.
Hallar la propuesta de valor desde un coworking soriano
Para una pequeña empresa artesana no resulta fácil encontrar la forma de “venderse”. Baku Barrikupel (nombre que viene de la combinación de la palabra barrica en castellano y euskera) encontró lo que aportaban al cliente en una comunidad de apoyo en la España despoblada.
“Entramos en contacto con una comunidad de coworking en Soria, El hueco. Si mi pueblo, Navarra, nos parecía despoblado, allí es otro nivel. A través de tutorías nos apoyan en lo que fallamos. Para nosotros ha sido las finanzas y el marketing”.
Allí les enseñaron a ver, como explica Amaia, que su propuesta de valor partía de hacer ver que el diseño no solo está en Milán o Barcelona. “Nosotros lo hacemos desde un pueblecito y eso es lo que nos diferencia. Buscábamos una nave industrial en un polígono, pero decidimos quedarnos”. Proclaman que hay trabajo y cultura en los pueblos, “pero sobre todo hay vida y en nuestras manos está el mantenerla”. Es lo que defienden con el ejemplo.
“Yo no pintaba nada en Pamplona”
En lo profesional les va bien juntos, en lo personal, “para eso hay psicólogos”, dice en tono de broma Amaia. “Al principio fue duro porque mi padre, que es muy proactivo, muy movido. Tanto que a los 62 años estaba emprendiendo cuando otros están pensando en la jubilación. Tampoco era fácil volver a casa después de cuatro años y con la pandemia que hizo estragos mentales. Me fui a Pamplona pero vi que allí no pintaba nada. Ahora sé que es desde aquí desde donde tengo que defender mi empresa”.
Entre sus productos han sacado una línea de tablas de cortar, fuentes para alimentos, portacopas o abrebotellas. “Una línea más asequible para las ferias. Como nuestras lámparas son por encargo, la gente se quedaba frustrada de no poder llevarse nada y nosotros necesitamos cubrir gastos”, añade pragmática la joven diseñadora.
Otra idea que han incluido en su negocio son las visitas al taller. Idea que llegó, de nuevo, de esa red en la que comparten ideas y experiencia. “Un colega nos dijo que a la gente le gustaría ver cómo hacemos nuestros productos. Los fines de semana recibimos gente y está mucho teniendo éxito mostrar cómo hacemos nuestras lámparas”. Esa iniciativa atrae gente a su pueblo y dinamiza la zona, otro efecto colateral para dar vida a sitios poco transitados.