Joe Biden sacó pecho el pasado 2 de junio, en una alocución en la que presumió de haber evitado un colapso financiero global. Han sido semanas intensas de negociaciones in extremis y al más altísimo nivel entre Demócratas y Republicanos. Una pantomima que me trae a la memoria una imagen genial de la película Los Energéticos, de Esteso y Pajares, donde piden ver al alcalde, que encarna Ricardo Merino. No puede atenderles, porque está reunido con sus concejales. La resolución de la reunión es hilarante. Merino me recuerda mucho a Biden y sus concejales, a los representantes del bipartidismo en EE UU, anunciando un acuerdo de gran mérito. Les recomiendo ver la escena aquí.
Los americanos tienen que eliminar el límite de deuda, fijado hasta ahora en 31,38 billones de dólares (españoles, no billions, una cifra que supone una auténtica animalada, más de 20 veces el PIB de España), porque sólo entre deudas la Seguridad Social y Medicare, tiene que afrontar 36.000 millones de dólares.
Evidentemente, la solución es poco menos que un chiste y no hay quien se lo crea. Tenemos sobre la mesa una suspensión de pagos de facto, que sólo arreglan mediante compras de deuda de la Reserva Federal y dando una patada a seguir a todo. Hasta que los mercados se cuestionen todo y llegue la crisis.
En 2008, la quiebra de Lehman puso en jaque al mundo, como casi nadie fue consciente. Aquello era una caída total del sistema de pagos y transferencias. Un corralito al mundo. La Reserva Federal y el Tesoro lo arreglaron, con una actuación muy killer, mediante rescates bancarios con dinero público, toma de participaciones y bazukas de liquidez.
Era lo que había que hacer y se hizo bien. Se reestructuró el sistema bancario en dos patadas. Se arregló todo más o menos y el país salió adelante, poque tienen una cosa de la que adolece casi todas las demás economías mundiales: empresas tecnológicas punteras, que lograron tirar del carro. Ahí están las famosas FAANG (o como sean ahora las siglas): Apple, Microsoft, Google, Meta, Amazon… y ahora se acaba de subir al carro Nvidia, con el nuevo driver del mercado: la Inteligencia Artificial.
En Europa, en aquellos años (2008-2011) nos dormimos en los laureles y cuando comenzaron a caer Grecia e Irlanda los especuladores se lanzaron a destrozar la Eurozona. En esos tiempos, primero Jean-Claude Trichet y después Mario Draghi, ambos a la cabeza del Banco Central Europeo (BCE) y al dictado de Alemania, se negaron a socorrer a la banca europea, impasibles ante el riesgo de crisis sistémicas en los países periféricos, a los que tildaron de vagos o de PIGS.
Los inversores olieron la sangre y fueron a destrozar el euro, como suena, con España como uno de los principales objetivos de deflagraciones, que no en vano, el sistema bancario ya hacía aguas como el Titanic. Tuvo que salir Draghi, finalmente, a amenazar a los mercados (“haré lo que sea necesario para salvar al euro y créanme, será suficiente”) y comenzar a regar de dinero a los estados miembros. Y ahí tenemos la inflación, hoy. Para arreglarla, nos están endilgando subidas de tipos por vía rectal (con perdón), que van a dejar antes de que llegue el verano el precio del dinero en un 4% de consecuencias incalculables.
Porque (y ahí queríamos llegar), la Eurozona languidece con unos pesos enormes de la deuda y déficits estructurales. En España, el pago de intereses ya es el tercer coste del estado, después de pensiones y sanidad. Tarde o temprano, la mora hipotecaria, el decrecimiento o la recesión, van a poner de nuevo en jaque a la Eurozona y ¿la solución será, una vez más, imprimir dinero? El BCE jura y perjura que no lo hará más, pero en EE UU, donde decían eso, ya se la han envainado. Tras una reunión por todo lo alto de politicastros, eso sí. Han evitado un nuevo colapso. Viva Biden.
Mientras, se ignora la gran cuestión: el crecimiento. Ningún país aboga por algo tan simple como comenzar a aportar rigor presupuestario, que no hace falta que sea de golpe, sino poco a poco. Lo mismo con la fiscalidad: si se bajan impuestos y se incentivan cuestiones que generen actividad económica, habremos ganado mucho. Por ejemplo, es absolutamente lamentable ver cómo nuestros mercados de capitales son incapaces de atraer empresas que salgan a Bolsa o emitan deuda. Se van fuera. Lo de Ferrovial ha sido muy explícito. En 2015, se negociaban 900.000 millones de euros en total en la Bolsa. En 2022, 300.000. Este año será peor. Un desastre. Con rigor y una mejor fiscalidad, se volverá a lograr que regrese el gran ausente: el crecimiento. Sólo con él se podrán abordar esos montantes de deuda tan enormes. Si no, nos llevarán por delante. El riesgo lo tenemos ahí. Que sigan nuestros políticos diciendo que la economía va bien. No se lo creen ni ellos.
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