Mel Supernova trans cis
Mel Supernova, colaborador de Crónica Libre.

Arqueólogo trans aclara las ideas sobre 98 géneros en arqueología

7 Min. lectura

Estudié la carrera de arqueología hace ya casi 30 años. Ejercí profesionalmente mi carrera 20 de esos años. Hice recorrido de superficie, excavación, análisis de material, trabajo de laboratorio, catalogación y, desde 2016, me dediqué casi exclusivamente a la divulgación arqueológica e histórica de manera independiente. Soy trans también. Aunque me he movido en la comunidad trans todo este siglo, fue en 2009 que inicié tratamiento hormonal y la transición social y legal.

Entre ser arqueólogo y trans, soy marxista, por ende, materialista. El marxismo postula que la realidad está dictada por fenómenos materiales y tangibles que son “la base material”. De ellos se derivan fenómenos abstractos como leyes, cosmovisión e ideas, etc., lo que denominamos “superestructura”.

Aunque ambas funcionan en sinergia para transformar nuestro entorno, en cuanto hay una contradicción entre ambas, lo que se derrumba, transforma y descarta es la superestructura. Por ende, como arqueólogo materialista, mi enfoque va a ser entender el contexto y la realidad material, la base material. De hecho, esa es la definición misma de arqueología: El estudio de los grupos humanos a partir de sus RESTOS MATERIALES, tecnológicos, económicos, de comportamiento.

En efecto, la tarea de un arqueólogo es intentar comprender la realidad y punto de vista de los grupos estudiados, pero, recalco, lo importante es la base material. Sólo podemos acceder directamente a sus tecnologías, su economía y su manera de organizarse y para otras cosas tenemos o las fuentes históricas o, en casos extremos, la imaginación misma, aunque siempre dependerá de una visión pragmática de entender como veían su entorno por sus necesidades básicas.

Posmodernismo

Esto nos conduce de lleno a la otra corriente principal de la arqueología actual: el posmodernismo. El posmodernismo afirma que lo importante son las ideas y diversas formas de ver el mundo y establece que depende de muchos factores poder entender esos puntos de vista porque la realidad es relativa, inasible e inaprehensible. No están de acuerdo con las ideas marxistas de base material y superestructura, aunque si lo quisiéramos explicar desde los términos marxistas, en el materialismo histórico nos importa entender la base material porque la superestructura depende de esta, mientras que para el posmodernismo superestructura es lo más importante porque para ellos la realidad se basa en percepciones.

Aparentemente el posmodernismo intenta ofrecer enfoques alternativos a partir de otros puntos de vista (“otras realidades y voces”, gustan decir), pero en última instancia afirma que no hay verdades, únicamente interpretaciones, que el significado es inherente a nada. Esto conduce a una “ciencia” coja en donde se desconfía de la noción de verdad, afirmando que la evidencia fáctica y lo material es irrelevante y lo importante son interpretaciones ancladas en la subjetividad del observador.

Neoliberalismo

Cuando entré a la carrera de Arqueología, a mediados de los años 90, todavía era notable la polarización ideológica en la Academia entre el marxismo, que exigía coherencia teórica entre sus marcos de referencia, y un enfoque crítico en los hechos; y el creciente posmodernismo que era una relajada sopa ecléctica de varias corrientes.

Sin embargo, gracias al avance del neoliberalismo económico y al continuo bombardeo ideológico por parte de la Academia estadounidense, así como los medios de comunicación masivos, bogando por un individualismo salvaje y consumista del que he hablado en otra pieza, y en la errónea idea que el marxismo “ya ha sido superado”, es, desde la segunda mitad de la primera década de este siglo, que ya hay académicos que solo conocieron la corriente posmoderna y creen que el relativizar y poner en duda conceptos solo por ponerlos en duda es hacer ciencia. Que caray, se piensan que el progreso es decir que la percepción se antepone a la verdad y que por ello no es posible definir la realidad.

Aunque hay muchos frentes de batalla entre lo que llamaremos “ciencia posmoderna” y la ciencia basada en hechos y realidades, ninguno me es más pertinente a mi persona que el intento de introducir conceptos identitarios y de género al pasado material. Como arqueólogo, como divulgador y como miembro de la comunidad trans voy a tratar de ser lo más claro al respecto.

No hay un tercer sexo

En estas épocas, se pretende (en el sentido más que “se finge”) que hay una confusión enorme en tratar de determinar sexo y género, no solamente entre las personas vivas de nuestro entorno sistémico, sino también de las poblaciones pretéritas. Pero no, eso no es verdad. El sexo es observable, definible y medible, determinable desde el mismo cuerpo, desde los huesos y nuestras células. El sexo es una realidad, la base material.

El sexo no es complejo, no depende de muchos factores, ninguna sociedad pretérita lo vio así. Para la comprensión de su realidad, se parte del sexo anatómico y observable. Por ende, nuestro análisis antropológico siempre va a observar y consignar ello. No, no se asigna sexo a NADIE, ni en las sociedades que estudiamos, ni en la actualidad, y no lo vamos a hacer científicamente, el sexo SE OBSERVA Y SE CONSIGNA. Y el sexo es dicotómico. No hay ningún tercer o cuarto sexo en los humanos.

Intersexualidad

La postura posmoderna es decir que el sexo es increíblemente complejo de determinar porque no siempre es observable, se puede confundir u oscurecer y hay demasiadas variantes genéticas o cromosómicas que es irrelevante tratar de definirlo. No. El sexo es definible anatómicamente entre los adultos desde los restos óseos en cuanto menos 19 de cada 20 individuos.

Las variantes de intersexualidad son rarísimas, ocurriendo en 1 de 1000 individuos -ello siendo hiper optimistas, en tanto que son mucho, mucho más raros- y cada variante intersexual está ligada a un sexo específico. Decir que el sexo es tan complejo y variable que no se puede determinar es admitir ineptitud e incompetencia, nada más y nada menos. Lo que se quiere desde el posmodernismo es que definamos desde los casos especiales, no desde las mayorías. Pero sexo no es género. El género es una serie de ideas asociadas y ancladas arbitrariamente por razones ideológicas y sociales al sexo. Solo son nociones culturales, es la superestructura.

Sexo social

La determinación de los sexos es importante en un primer nivel de análisis en primera porque nos permite considerar el papel que el individuo pudo desempeñar en vida debido al contexto de su enterramiento: en donde fue hallado, junto a qué elementos se enterró, qué simbolismo existe en su tratamiento mortuorio, etc.

La primera división social se hace siempre entre los sexos en su papel reproductivo, y, citando a Engels, “la primera oposición de clases que aparece en la Historia coincide con el desarrollo del antagonismo entre hombre y mujer […] y la primera opresión de clase coincide con la del sexo femenino por el varón”. Esa división inicial de clase es lo que se denomina “género” o, como algunos pretenden creer que es algo diferente, “sexo social”.

El análisis permanente de esa desigualdad, el trato diferencial a las mujeres debido a su papel reproductivo es lo que nos arroja luz sobre las dinámicas sociales y nos hace entender la sinergia entre la base material y la superestructura. No, no hay 7, 12, 98 o 265 géneros: existen dos sexos y una serie de opresiones al sexo que puede parir precisamente por esa razón, la capacidad de engendrar y llevar a cabo la reproducción, aunque la forma y estructura de estas opresiones no siempre sea igual, ni geográfica ni cronológicamente porque depende de -de nuevo- esa sinergia base material-supestructura.

El género no es expresión

Lo importante es el sexo y su realidad. Punto. Al decir que el sexo no es género significa que es irresponsable por lo menos el que se mezclen un concepto de la realidad material con uno superestructural. El género tampoco puede ser identidad, ni expresión, porque este, como todas nuestras opresiones, es una jerarquización.

Nuestra identidad se forma con el sexo, la clase social, el lenguaje, la raza, el entorno natural y social, lo que son nuestras condiciones materiales de existencia, nuestra posición en el sistema productivo y las relaciones que tenemos con nuestra comunidad, nada que podamos decidir o determinar por nosotros mismos. Esos son nuestros niveles de análisis como arqueólogos, no buscar casos especiales para probar un punto presente.

En efecto, nuevos hallazgos arqueológicos nos han marcado que en algunas sociedades la opresión en base al sexo no era tan férrea como la forma en que se vio en los últimos 200 años en las sociedades occidentales, por poner un ejemplo.

Mujeres guerreras y cazadoras

Se ha determinado -tras hallar mujeres con heridas de caza- que la idea que en las sociedades primitivas las tareas de caza eran para varones y de recolección para mujeres es errónea y que la división en realidad era más bien por edades. Se ha determinado que había mujeres guerreras en las sociedades vikingas y toltecas. Sin embargo, nos queda claro por los datos arqueológicos que las sociedades no veían a estas mujeres como algo especial. Eran mujeres guerreras, cazadoras y también mujeres como cualquier otra.

Pero las corrientes posmodernas se apuran a decir que la existencia de varones chamanes, de dos espíritus, de cihuacoatl, de hijra, quienes usaban ajuares femeninos son de alguna manera prueba de disidencias de género. Nada más alejado de eso. Por lo menos en sociedades uto-aztecas (que abarcaría tanto dos espíritus como cihuacoatl) el que un varón se presente con atributos femeninos no significa que es algo diferente: es un varón que logró invadir, conquistar y arrebatar la feminidad a las mujeres.

La razón por la que el dios azteca Huitzilopochtli lleve ajuar femenino es porque se lo arrebató a su hermana tras ejecutarla. Los elementos femeninos en realidad son símbolos de su status guerrero. Claro que las corrientes posmodernas no van a analizar esto porque lo suyo es exponer lo más superficial para afirmar que todo es relativo.

Sexo biológico y anatómico

Como arqueólogo, como marxista y como persona trans me enfurece la relativización y manipulación de mi carrera para impulsar narrativas irresponsables. Me ha tocado ver que quieren volver trans a Juana de Arco o a Heliogábalo y afirmar que las personas trans hemos existido desde siempre, pero lo cierto es que la transexualidad, como la definimos, es un fenómeno del siglo XX.

En efecto, se podrían hacer estudios serios al respecto, pero en vez de ello, intentan introducir irresponsablemente conceptos anacrónicos y sin sentido como “identidades de género” en el pasado mediante selección de casos (cherrypicking) que aparentemente les dan la razón para presentarlos como evidencia de ello. Pero yo me aferro a mis posturas políticas y académicas. Como lo he dicho en varios lados: nací como varón, crecí como tal, se me educó y socializó como tal y luego hice mi transición genérica. Cambié de ajuar, de apariencia, de nombre, de documentos y de vida. Pese a todo, nada de esos cambios me hacen mujer. Lo tengo claro y me mantengo en la coherencia de reconocer mi sexo biológico y anatómico.