La mejor descripción que he visto del neoliberalismo viene de la serie de Netflix The Crown. En uno de los episodios, la Reina Isabel II confronta a la primera ministra, Margaret Thatcher, acerca de la obligación colectiva a ayudar a sus semejantes. La señora Thatcher replica que si se ha de buscar progreso que hay que abandonar ese tipo de nociones anticuadas que hay un deber colectivo. No existe algo así como bien colectivo, remarca. Hay bien individual y bien familiar, en singular. Ese debe ser el enfoque que deben impulsar las naciones. “Cada uno de los individuos pueden ser extraordinarios y especiales”, remata.
Ese enfoque ideológico es el que se ha establecido hegemónicamente, no sólo en los medios de comunicación (televisión, cine, literatura), sino inclusive en los ambientes educativos desde la década de los 80, cuando se fomenta el supremo individualismo, el egoísmo y el que todo se reduce a decisiones y posturas personales, en donde el confort y bienestar de los individuos -o en todo caso de la familia nuclear- se establece como el fin último del trabajo y que se denuncia la preocupación del bienestar colectivo, o la solidaridad gremial o de clase como un anacronismo (en el mejor de los casos) o hasta como enfermedad mental.
En esta corriente de ideas, la explotación laboral es un ideal: el trabajar horas extras, la adicción al trabajo se ve como positivo. El exigir derechos laborales o pagas justas se pinta como deslealtad. El soportar malas condiciones de trabajo se ve como una decisión personal, como si fuera una mala relación romántica que se tolerara por gusto. Las clases sociales son parte de la personalidad y todos podemos ser especiales y únicos, porque somos irrepetibles.
El posmodernismo y la falta de empatía
El impacto de este bombardeo ideológico que ya abarca más de 40 años no es mínimo. Se ha convertido en la manera de pensar popular para la mayoría de la población.
El posmodernismo, que es de donde se deriva el neoliberalismo, también ha establecido otro frente ideológico en la sociedad actual: la idea que todo punto de vista es correcto y válido, no importa si tiene sustento o no en la realidad, porque la realidad misma tiene varios significados.
Nadie está equivocado, toda opinión o punto de vista tiene el mismo valor que los datos duros o los hechos. La voz de todo individuo es igual de válida. No se puede decir que hay una realidad o hechos, sino todo son interpretaciones y afirmaciones. Por consiguiente, el tratar de establecer que hay opiniones correctas o incorrectas basándose en hechos o evidencias es “falta de empatía” o de “respeto por otras realidades”. Nada tiene un significado inherente, no hay verdades, cada percepción es correcta. Todo es subjetivo.
La atomización de las experiencias de las personas
La filósofa Karla Mantilla -en su libro Gendertrolling: How Misogyny Went Viral– concluye “La supuesta intención del posmodernismo de deconstruir las normas sociales y, al hacerlo, dar paso a cambios, provoca en realidad la atomización de las experiencias de las personas, borrar el potencial de solidaridad, silenciar el discurso articulado y franco, y dejar sin sentido las convicciones apasionadas. Nos deja incapaces de condenar nada como malo u opresivo con claridad, certeza o convicción«
Prosigue Mantilla: «El posmodernismo es una teoría que denuncia el acto de teorizar, es el discurso que silencia las voces, es la escritura que estofa y oscurece, es una posición que no defiende ninguna posición en absoluto, es una política que se niega a tomar una posición sobre cualquier cosa. […] Es una teoría, llena de sonido y furia, que no significa nada. Es una teoría de sigilo que contiene un virus que, una vez incorporado, explota toda posibilidad de una acción colectiva justa e apasionada para cambiar las condiciones de nuestras vidas.”
El actual movimiento arcoiris
Este tándem ideológico, de neoliberalismo económico y de posmodernismo, es el predominante hoy día, en la población general, y por consiguiente, en las comunidades L, G, B y T. No es de sorprenderse entonces que el actual movimiento arcoíris esté desarrollando un cisma entre las posturas izquierdistas históricas en donde el análisis de la realidad material (el materialismo) es fundamental para poder entender qué es necesario y prioritario transformar para los colectivos desde las bases económico-sociales, y los grupos posmodernos que afirman que la realidad está sujeta a interpretación o percepción personal (subjetividad y relativismos) y que las demandas deben orientarse y enfocarse a la validación y satisfacción individuales.
Y aunque ambas posturas son irreconciliables, de una manera ideal se podría llegar a algún tipo de diálogo o acuerdo entre estas corrientes para poder establecer -por ejemplo- que sí, el bien individual es importante, pero que no se logrará sin entender y establecer primero qué es lo que se debe alcanzar como colectivo y que no se pueden establecer como demandas directivas acciones que perjudicarán a colectivos distintos a los movimientos de Liberación sexual.
Sin embargo, la visión occidentalizada y ultracapitalista del neoliberalismo hace que las demandas consumistas representadas en la noción de microidentidades se presenten para la corriente LGB y T posmoderna tan importantes como para pasarlas por encima e imponerlas sobre las realidades materiales de las mayorías.
Sexo y género
En mi pieza anterior, El panorama del Orgullo enuncié que el movimiento trans actual, el que llamo “trasactivismo hegemónico”, enfocado en dichas microidentidades, es el movimiento neoliberal y posmoderno por excelencia. En primera, estipula que las realidades materiales (especialmente sobre el sexo) son irrelevantes o que son sujetas a interpretación, y establecen que las ideas y normativas que se desprenden de esas realidades materiales (elementos superestructurales) son más importantes que la realidad misma porque son las percepciones e interpretaciones son lo que son importantes para los individuos.
Esto se refleja en el rechazo de la idea de sexo biológico o material y sustituirlo por la idea superestructural de “género”, así como la reinterpretación del término mujer para que sea definido, no por la realidad, sino por las percepciones ideológicas de lo que tradicionalmente representa la mujer, el concepto “feminidad”. Entonces, elevan el concepto de feminidad a ser sinónimo de mujer, en donde la realidad material de tener un cuerpo sexuado y ser parte de una clase sexual es borrada y ser mujer pasa a ser únicamente una identidad a la que se puede optar enunciándose como tal basándose en autopercepción o en sentimientos.
El entendimiento de las diferencias de clase como identidades y banderas obedece entonces a esta idea neoliberal de que las clases sociales (en donde el género es una forma de clase social, como lo señalan Marx y Engels) son solamente nichos de mercado.
Las banderas
Resulta desafortunado que una parte de los colectivos arcoiris acepten esto sin que se den cuenta que se están desvirtuando estos movimientos en aras del hiperconsumismo, en donde hasta los símbolos de su “identidad” o de su “verdadero ser” -demandas neoliberales y posmodernas que nacen del subjetivismo- pueden ser comercializados y adquiridos por la ideología capitalista predominante.
Existen montones de microidentidades, cada una con colores y banderas específicas, atomizando y balcanizando los movimientos de Liberación sexual, todo por la relativización de las realidades y las experiencias y su mercantilización.
“Solamente los fascistas, pandillas o ultranacionalistas utilizan banderas y colores al grado que los movimientos queer lo hacen” señalan grupos LGB, críticos de género, y tienen razón. No podemos evitar la comparación.
Esta situación empeora en tanto que los movimientos identitarios consideran ataques directos y oposición a ellos el que se trate de quitar el enfoque en validaciones personales y deseos individuales, porque para su visión, las luchas colectivas significan la complacencia y exaltamiento de sus propias percepciones, porque cada individuo es extraordinario y especial.
Este es el cisma entre los movimientos de Liberación sexual que han querido negar desde el frente posmoderno e identitario. Esta es la situación en la que los colectivos L, G, B y T se enfrentan en este mes del Orgullo. Es una lucha entre el recuperar un movimiento de Liberación que reconozca sus propias fallas y celebre las diferencias de opinión y la visión comercialista de un movimiento que se siente mejor que cualquiera y que requiere total subordinación a ideas subjetivas.