Inauguramos la sección de Opinión con una columna sobre la sanidad pública de Gloria Elizo, abogada, política de Podemos y vicepresidenta tercera del Congreso de los Diputados.

No eran votantes quienes este domingo se manifestaron a favor de la sanidad pública. Eran madres, trabajadores precarios, abuelas, estudiantes, médicos, deportistas… No eran solo votantes ni se manifestaban solo contra la presidenta Ayuso quienes clamaban este domingo en las calles de Madrid para defender lo público, esa garantía última del derecho a llevar como personas una vida digna en general.


No, no son solo votantes los que se movilizan para defender la sanidad pública frente al constante empuje de los dueños del mundo, un proceso global implacable que también amenaza nuestra educación y nuestras pensiones, poniendo en riesgo todo lo que la democracia ha ido conquistando, todo lo que puede convertirse en un jugoso negocio por el procedimiento de amputarle la solidaridad.
Y es verdad que la este domingo la ciudadanía interpelaba duramente a un Gobierno de la Comunidad de Madrid decidido a acabar con la subversión, el feminismo, el comunismo, la dictadura ecologista, la invasión alienígena y todos los fantasmas del habitual banderismo aspiracional que agita la prensa más madricentrista ?incluyendo el liderazgo blandengue de Feijoo?, pero al que le importa una higa acabar con las listas de espera, los cierres de los servicios de urgencia, la ausencia de médicos o el desastre de los servicios públicos, esas nimiedades que nada importan a lo profetisa de la libertad más allá de cuánto y como pueden lucrarse de ellos sus amigos y familiares.


Pero no solo. Las personas con nombre y apellido, algunos con profesión y hasta hipoteca disparada, que decidieron juntarse en Madrid para defender un futuro compartido lo hicieron fundamentalmente contra una forma de hacer política que consiste en pelearse unos contra otros de la forma más grandilocuente posible cual gallos de colores en busca del espacio electoral, el hueco en la lista y la presencia en redes mientras la plebe asiste atónita a la ignorancia olímpica de sus problemas y de su misma presencia más allá de papeleta electoral.


Si la movilización del domingo puede suponer un punto de inflexión en la construcción de una alternativa en Madrid es necesario que dejemos de pensar que el desmantelamiento de los servicios públicos y la mercantilización de nuestra vida son meros caladeros de votos para nuestras luchas partidistas y expectativas electorales.


Si caemos en la grosera tentación de considerar meros votantes a la ciudadanía que salió este domingo a la calle para encarnar la democracia en acción, esos votos se quedarán en casa o, peor, adoptarán alguna orientación inesperada en una absurda carrera por la grandilocuencia irrelevante.
La trivialidad oportunista, la grandilocuencia disecada y la absoluta futilidad que muchas veces padece la democracia como cosmética y espectáculo tienen que acabar, porque la política tiene que intentar, si de verdad se toma en serio acontecimientos con la movilización del domingo, estar a su altura.
La democracia no es la lucha de unos pocos por sencillamente ocupar una cuota electoral ni un relato para cargar al adversario la factura del enésimo fracaso en la gestión pública. La política, la democracia, los partidos, las instituciones deben recobrar una ambición diferente de la oportunista: la ambición de ser útiles, cambiar las situaciones injustas, captar los problemas para traducir ese entendimiento en soluciones, cuidar de que nuestras sociedades sigan siendo plurales, diversas y colectivas. La defensa de los derechos conquistados y de la democracia debe situarse más allá de las fidelidades partidarias y de la inmediatez electoral.


Y quizá entonces unas opciones políticas democráticas, plurales, abiertas a la participación y decididas a llevar a cabo cambios reales en la vida diaria de una sociedad que ya es consciente de la importancia de su presencia democrática, merezcan que ésta considere también la utilidad de votarlas

Redacción CL

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