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‘La ballena’ o cómo devolver a Brendan Fraser al lugar del que nunca debió salir

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No nos engañemos, La Ballena (The Whale) ha llegado al boca a boca de la gente gracias a su protagonista, Brendan Fraser. No llamó la atención, de primeras, ni por su argumento, ni siquiera por ser la nueva película de un director tan amado como odiado como es Darren Aronofski. La Ballena ha sido y es Brendan Fraser. Su capacidad de enfundarse en un fat suit hasta pesar 270 kilos fue el gran reclamo de este film. Una gran cinta, uno de los grandes aciertos de la temporada.

Darren Aronofski vio un día una obra de teatro sobre un hombre con un sobrepeso extremo que trabaja dando clases online sin encender nunca la cámara para no enseñar su aspecto, deprimido, que apenas se mueve del sofá, y que, encima, sabe que puede estar viviendo sus últimos días en la Tierra. Bajo esta premisa, su único empeño será reconciliarse con su hija de 17 a la que abandonó cuando tenía 8 años por descubrir su verdadera sexualidad y empezar una nueva vida con otro hombre.

En ningún momento le preocupa sanar o ir al hospital (haciendo crítica, de paso, de la sanidad estadounidense), solo quiere recuperar a su hija. Encantado con la obra, el director habló con su autor para adaptarla a cine y, más de 10 años después, nos llega el resultado. Según el mismo director, tardó tanto en producirla por compromisos previos y por no haber encontrado al actor adecuado hasta que vio a Fraser en una película menor. Supo que él tenía que ser Charlie, el protagonista.

La asfixiante vida de Charlie

Y con eso nos encontramos, con una película teatral. La vida de Charlie, basado en un personaje real, es asfixiante y eso nos quiere hacer sentir el director. La ubicación principal del 90% del film es el salón de su casa, por el que el personaje puede moverse de forma limitada, sin apenas moverse del sofá, fuera casi siempre está lloviendo y, las pocas veces que vemos el exterior sin movernos del quicio de la puerta, comprobamos  que vive en un primer piso con escaleras de un complejo de pisos aislados de la gran ciudad.

Todo agobio, estamos encerrados. El director quiere que nos sintamos igual que Charlie y lo consigue con creces. Para rematar la jugada, Aronofski opta por un rodaje de película en 4:3. Para los que no entiendan qué significa, se trata de que en vez de ver la pantalla alargada, la vemos cuadrada, con visión limitada y donde, muchas veces, apenas cabe el protagonista.

Crítica a la religión y a su superioridad moral

En este escenario, se nos plantea la relación de Charlie durante cinco días con tan solo cuatro personajes más: Su hija (que ni ella misma sabe por qué hace lo que hace, un personaje bastante detestable), su mejor amiga y enfermera (interpretada por Hong Chau de forma magistral), su exmujer (que culpa a Charlie de toda su desgracia) y un chico que va de puerta en puerta predicando la palabra de Dios y de su iglesia (sintiéndose capaz de juzgar cuando tiene mucho que callar).

Con cada uno de ellos, Charlie tiene un dilema que resolver y el director nos hace reflexionar sobre la relación entre ellos. El tema de la religión está siempre presente, planteando si de verdad hay alguien arriba que juzga nuestras acciones mientras solo nos encontramos rocas en el camino.

¿Por qué eres capaz de juzgarme a mí, mis actos y mis decisiones, en nombre de Dios? ¿por qué no puedo amar a quien quiera aunque sea de mi mismo sexo? ¿Existe la bondad y la maldad pura? ¿Tenemos que confiar en la gente hagan lo que hagan o por mucho parentesco que tengamos? ¿Tenemos que ser felices sacrificando la felicidad de otras personas? La película no para de ponerte preguntas encima de la mesa para que, de un modo ordenado, no pare la reflexión.

Una película muy poco Aronofski

El director deja de lado aquí la metáfora, tanto argumental como visual, que tanto le caracteriza, y opta por, simplemente, contarnos una historia lineal que nos haga pensar, pero sin tener que preocuparnos de entender la película. Digamos que es la cinta de Aronofski menos Aronofski, muy alejada de toda la simbología de su anterior film Madre! (2017), donde también toca el tema de la religión; o de la complexión visual de la excelente Requiem por un sueño (2000).

Lo que sí se repite es la necesidad del director de coger a un personaje e irlo asfixiando cada vez más durante todo el film hasta ver resultados, ver por dónde explota, como pasó anteriormente con los y las protagonistas de sus films Pi, fe en el caos (1998), Cisne negro (2010), Requiem por un sueño (2000), Madre! (2017) Y The Wrestler (2008), entre otros. Eso no cambia, la forma de contarlo sí.

Brendan Fraser, de Oscar

Y el agobio lo tenemos en el fondo y en la forma del personaje de Brendan Fraser. Un hombre traumado por un hecho del que le marcó mucho y que le hizo engordar y que no ha superado. Un personaje lleno de traumas pasados y presentes perfectamente encarnado por un actor que está de Oscar. Él es la película. De hecho, es muchísimas veces superior a cualquier imitación (porque no deja de ser eso) de Elvis.

Aronofski es un gran director de actores (Natalie Portman se llevó un Oscar a sus órdenes y Mickey Rourke, Marisa Tomei y Ellen Burstyn tuvieron su nominación) y coloca a un descolocado en la vida Fraser donde debe de estar. Un actor que queda muy lejos de sus antiguos bolckbusters como La Momia y de sus traumas con una separación conyugal difícil, el fallecimiento de su madre y un supuesto acoso sexual que lo apartó de la industria para volver con fuerza y ganarse el cariño del público.

Es grotesco verle desnudo y a la vez enternecedor, y eso no solo se consigue con una prótesis, sino con una actuación estratosférica. En conclusión, una de las películas del año con un gran guion (que flojea en muy pocos puntos y sobre todo con el personaje de la hija y que, por ese motivo, le ha hecho perder la nominación al Oscar al mejor guion adaptado) y que te hará sonreír y llorar a partes iguales. Final hermoso y, aquí sí, muy Aronofski.

NOTA: 9

Richard Pena

Actor, guionista y comunicador. Crítico de cine y series en Crónica Libre.