Reclusas de la cárcel de Saturraran con algunas de las monjas que las custodiaban
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 Christine Martínez-Médale, hermana de un bebé robado en Saturraran: «Es la última oportunidad de recuperar a Tonin”

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Christine Martínez-Médale cuenta en el libro ‘La maleta de mi madre’ el calvario vivido por su progenitora en la peor cárcel de mujeres de la Guerra Civil, Saturraran. Una prisión en la que le arrebataron de las manos a su segundo hijo, de tan solo 16 meses.  Según la versión oficial, el niño murió en la enfermería. A sus 72 años, ella no se lo cree y lo cuenta en Crónica Libre.

En un día frío de 2004, Christine Martínez- Médale (Casablanca, 1947) tuvo que acudir al entierro de su hermano mayor en Madrid para destapar el tabú del pasado de su madre. Descubrió “el terrible secreto familiar” cuando la demencia estaba a punto de emborronar definitivamente la memoria de su madre.  Concepción Illera había empezado a caminar por el oscuro camino del olvido y en un último intento contra la desmemoria incipiente de la progenitora, la hija consiguió que la anciana sacase a la luz “una historia que me escondió durante cincuenta largos años” con un simple gesto. 

La mujer alzó su dedo huesudo y señaló una maleta. ‘El horror’. Era un maletín que contenía cartas y notas manuscritas sobre la vida en prisión y que le hicieron comprender que ´Conchi`, más que una madre, para ella  había sido una auténtica guerrera. “Supe que mi madre tenía un hijo del que nunca nos había hablado para ahorrarnos el sufrimiento”, confiesa para rematar que “seguramente prefería llevarse el dolor con ella a la tumba”.

A las presas de Santurraran las obligaban a sonreir en las fotos para la propaganda franquista

Los papeles almacenados durante años expresaban toda una amalgama de sentimientos: «Dolor indecible, pérdida inmensa, resignación, paciencia, tiempo, estoicismo, consuelo, emoción, sensación de vivir una dura prueba, esperanza, irremediable, fatalidad…». Esos documentos le ayudarían a recomponer la memoria familiar que le había sido negada.                                                                                                      

Los miles de hijos e hijas de mujeres vejadas y torturadas que habían guardado silencio por miedo a las represalias de sus verdugos franquistas no tendrían la misma suerte. Nunca sabrían que las monjas les arrebataron los bebés a muchas mujeres.

Lo hacían bajo el pretexto de que estaban muertos                                                           

Tonin bien podría  ser uno de esos niños ‘desaparecidos’. Christine Martinez-Médale, hija de exiliados de la Guerra Civil, tiene un pálpito de que su hermano mayor aún sigue vivo. Con el deseo expreso de encontrarlo y de dar fe de lo ocurrido, ha escrito una misiva que ha publicado en el libro ´La maleta de mi madre` de la editorial El Mono Libre. Así, quiere poner fin al calvario familiar que ha supuesto el silencio sobre su posible existencia durante 64 años. 

Portada del libro de Christine Martinez-Médale

Christine no ha abandonado la esperanza de recuperarlo jamás, pero “ahora es su turno”, dice, “confiando que me lea, para que haga memoria y pueda conocer su verdadero origen y el de su madre”. “Le toca a él venir a por mí”, manifiesta tajante.

Un padre ausente

Cuando Christine supo de la existencia de otra vida bajo el cómplice silencio de su familia, inició una investigación en la que lleva sumergida diecinueve años. En todo este tiempo ha recuperado un cuaderno en el que su madre había escrito notas y líneas en el envés de fotografías. Siguiendo el rastro de letras de su madre, en paralelo se toparía con el destino de su padre, José Martínez de Velasco, quién, sin poder exiliarse a México, terminaría en los campos de trabajo de Colomb-Béchar de Orán, en el norte del Sahara, en África. Tras este doloroso hallazgo, Christine quedó devastada. Sintió “mucha impotencia” porque sus padres no le habían hecho partícipe del pasado que le pertenecía. 

Embarazada de Antonio, su segundo hijo, Concepción fue detenida y llevada a la prisión de Ventas, donde daría a luz poco después. Desde ahí, posteriormente fue trasladada a la Prisión Central de Saturraran, en Mutriku (Gipuzkoa), donde se truncaría su vida y la de su hijo. Allí, el azar le tenía reservado el peor de los destinos.

Acta de nacimiento de Tonin

En busca de Antoñito, Tonin

Tonin acababa de celebrar su primer año en prisión cuando “se esfumó de la faz de la tierra” sin dejar rastro. Era el 6 de septiembre de 1940. A pesar de todo, el bebé había crecido feliz en esa ‘casa especial de barrotes’ y hoy en día, de estar vivo, tendría 82 años.

La suya no fue la vida de un niño criado en condiciones normales, pues según escritos de su propia madre “le había sido prohibido correr con total libertad al aire libre y retozar entre las olas del océano, tan próximo”. Tampoco tenía la posibilidad de ser empujado en un columpio o de compartir sus juegos inocentes con un perrillo ni acariciar a un gatito. Crecería sin un hombre a su lado, “con excepción de los militares armados que vigilaban a las presas, sin su papá, lo que sería legítimo”. Pero la abnegada madre decidió no hacerse más daño con esos pensamientos. “Tenía que ser fuerte para sobrevivir, para volver a encontrar la libertad. Entonces llegaría el momento de materializar mis sueños”.

Después de varias jornadas en tren y de un último trayecto en autocar, madre e hijo, llegaban a Saturrarán. Aquel día, “el cielo se veía tan azul, el sol tan reluciente, los prados tan verdes y el océano tan próximo que casi podíamos tener la ilusión de que nos íbamos de colonias”, narró la propia Concepción. Por desgracia, todo lo que aconteció desde entonces les encogió el corazón.

Concepción obtendría la libertad definitiva seis años más tarde, tras pasar 810 días encarcelada dentro de los muros de esa prisión. Del bebé no se supo nunca más. La familia, incompleta, volvería a reencontrase en Casablanca, en la ciudad más grande de Marruecos. Sería en ese exilio, donde nacería Christine, la tercera hija de Concepción Illara y José Martínez. La pequeña representaba el porvenir y el padre, la madre y el hermano mayor establecieron una especie de pacto de silencio. Puede que de ese modo y solo así, quedase sepultada la crónica negra de los años en guerra y los años de posguerra.

Frente a las continuas trabas de la administración, ya sea la pública o la religiosa, Christiane viajó a Saturrarán en 2010 para localizar el supuesto enterramiento de su hermano. Necesitaba cerrar la historia de su madre pero para eso, primero tendría que dar con el certificado de defunción de Antoñito. Christine se esmeró tanto que, al final se topó con la partida de su muerte, pero viendo que el documento presentaba inconexiones e irregularidades (la fecha del nacimiento de Toñin, por ejemplo, era un año posterior al certificado que oficializaba su muerte), inició una lucha sin cuartel para esclarecer el suceso. Eso sería solo el principio y es quea la madre de Christiane nunca le enseñaron el cuerpo del hijo fallecido ni le dijeron dónde había sido sepultado. Además, habían modificado el documento, “quizás para complementar el expediente oficial que fuese dado en adopción”.  

Acta de defunción de Tonin

Epidemia de sarampión

La Prisión Central de Saturraran acogió a más de 4.000 mujeres durante 1938 y 1944. Detenidas arbitrariamente y condenadas en juicios de dudosa credibilidad, la mayoría de las mujeres eran asturianas pero provenían de  Extremadura, Madrid y de todo el estado. Se calcula que fallecieron 116 mujeres y 56 niños y niñas durante los seis años de historia del recinto carcelero, por raquitismo u otras afecciones derivadas del trato vejatorio que recibieron. En 1940, morirían 33 niños en medio de una epidemia de sarampión y sus restos fueron enterrados en una fosa común del cementerio del vecino Mutriku, pero sin saber cuándo ni cómo, esa fosa desapareció.

 Antonio había dado su último suspiro a las seis de la mañana de la víspera de la Natividad de la Virgen María de 1940. “¡Se me ha muerto mi hijo! ¡No es posible!”, gritó entonces la madre. Esa noche Concepción había llevado a Tonin a la enfermería de la cárcel aquejado de fuertes fiebres y, al amanecer, las monjas le dijeron que «el angelito» había subido al cielo, sin que se le permitiese siquiera asistir a su entierro y acompañarlo en su último viaje. “Me niegan también ese derecho inalienable, el de una madre que tiene que meter bajo tierra el fruto de sus entrañas”, recoge ´La maleta de mi madre`. Todo estaba previsto. Habían avisado al cura de la prisión y la madre estalló de pena: “todavía siento los bracitos que se agarran a mi cuello, veo sus grandes ojos negros que se clavan en los míos, su sonrisa que ilumina su cara cuando me llama mamá”, dejó manuscrito Concepción en memoria de su hijo. En los días, las semanas, los meses que siguieron al fallecimiento de Antoñito, se  decía: «Jamás tendré otro niño. Nunca jamás sentiré crecer en mi vientre otra vida» pero se equivocó. En 1947 nacería Christine.

Carta enviada por Concepción.

La hija de José y de Concepción tiene la certeza de que el hermano de en medio no murió en Saturraran. Por esa convicción, su ADN está registrado en el fichero de LabGenetics de Madrid y tiene pensado inscribirse en otros bancos genéticos para tener más posibilidades de encontrarlo.  

La memoria habla

Las voces se van perdiendo con el paso del tiempo y ya no quedan ni las piedras del infernal edificio de Saturraran, demolido en 1987.  Lo de Christine Martinez-Médale es un compromiso con la memoria, una corazonada de su ahora maltrecho corazón, una palabra dada a sí misma y a su madre, de seguir la pista que ella le sugirió al abrirle la maleta tanto tiempo escondida a sus ojos. Únicamente de esta manera ha podido la autora, residente en Toulouse pero con la vista clavada a España, tener la experiencia de acercarse al hermano que tanto añora conocer.

Su libro es el retazo que se ha ocupado de coser tras la mirada de su madre. Es el compromiso con la memoria ya no  de su familia sino de tantas otras presas y de tantos exiliados. ‘La maleta de mi madre’  aún no ha escrito su última página. “Como nietos de aquellos que vivieron la barbarie de la guerra, tenemos el deber de hurgar en la herida, de contar y buscar la verdad, sin venganza”, sostiene Christine convencida. “Hasta que no se esclarezcan todos los casos la trama de bebés robados por el franquismo estará siempre presente”, concluye tajantemente. Reitera que aquí no acaba la historia.

La autora ha hecho llorar a Francia tras aparecer contando su estremecedorrelato en el canal France 2 y da charlas sobre este terrible episodio de la Guerra Civil a estudiantes del país galo porque “esto no aparece en los libros de historia”.

Ibon Pérez

Periodista. @ibonpereztv