Fotografía de las calles de Jartum
Conflicto Sudán, calles de Jartum. Foto cedida a Crónica Libre
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Conflicto en Sudán: “Si tienes recursos para salir de Jartum bien, si no, vas a morir en tu casa”

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Ounaysa y Rehan son dos mujeres sudanesas víctimas de una sociedad monopolizada por Al-Burhan y Hemeti, en la que se usa la violencia y la tortura por sistema. Una dinámica de poder que sólo en 14 días ha acumulado más de 450 muertos, 4.000 heridos y miles de desplazados, contabilizados.

El sonido de las bombas y los disparos en la casa de la socióloga y politóloga Ounaysa es constante. “Llevo catorce días despertándome con los aviones que vienen a bombardearnos, es terrible”, denuncia, “asesinan a la gente en sus propias casas, en sus propios coches”. Tiene apenas 25 años y, al contrario que los miles de sudaneses que sí han podido escapar de la capital, ella no puede.

Está atrapada en medio de los enfrentamientos entre el General de las Fuerzas Armadas de Sudán (SAF), Abdelfatah al Burhan, y el que fuera su aliado hasta hace dos semanas el líder de las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF), Mohamed Hamdan Dagalo, mejor conocido como Hemeti. “Están consumiendo nuestra capacidad mental y emocional, y nuestra energía física”, unas palabras que sólo en una ocasión muy extrema podrían salir de una mujer como Ounaysa que, aunque siempre dice lo que piensa, lo hace con calma y firmeza. Menos ahora. Ahora sólo piensa en sobrevivir. Es por eso por lo que tanto ella, como el resto de fuentes de este reportaje, prefieren no dar a conocer su identidad.

No puede marcharse con su familia

Para que se hagan una idea de su situación, Ounaysa vive en Kafuri, un vecindario del norte de Jartum donde la milicia, las RSF, tiene una unidad de operaciones, y donde la presencia militar es permanente, “hay muchos soldados” y no puede marcharse con su familia, “no, no puedo, no es seguro”. Y es que, aunque las facciones beligerantes hayan aceptado comenzar las negociaciones de paz y el alto el fuego se haya ampliado hasta la medianoche del domingo, las tensiones continúan provocando conflictos en las calles de Jartum.

Por eso mismo, la socióloga sigue encerrada en su casa, sin apenas recursos para subsistir. No tienen agua, ni electricidad y se le está acabando la comida. Además, los precios han subido tanto por la inflación que su única opción es el mercado negro. “Tenemos hambre”, y mientras tanto los soldados, dice Ounaysa, “saquean las casas, a los civiles, y se llevan todo lo que está al alcance de su mano: dinero, productos electrónicos, teléfonos móviles…”.

Conflicto en Jartum

Rehab, abogada de Emergency Lawyers

Una mecánica que conoce perfectamente Rehab, abogada de Emergency Lawyers, una organización que lucha contra la violación de los derechos humanos en Sudán. Ahora está a salvo, pero el pasado domingo, cuando tomó la decisión de abandonar su casa e irse a la de unos familiares, temió por su vida. Y es que, como señala Ounaysa, nadie se lo esperaba. “Nadie pensó que podría pasar esto durante el final del Ramadán”, se lamenta, “para nosotros es como la Navidad en occidente, no nos podíamos ni imaginar que no íbamos a poder celebrarlo”.


Así que póngase en la tesitura de Rehab, madre de un niño de 10 años y de una niña de 8, cuando, de un momento para el otro, empezó a escuchar ruidos de bombas y disparos de lejos, pero no de tan lejos. Y cuando, en cuestión de minutos, pudo ver como estos enfrentamientos se fueron extendiendo por toda la ciudad. En menos de dos horas los cuerpos de decenas de civiles estaban tirados en la calle, los soldados habían quemado la mayoría de los establecimientos comerciales y los hospitales estaban cerrados. Ya no funcionaba el transporte. Y Rehab lo estaba viendo en su cuenta de Facebook, “muchas personas pedían ayuda en redes”, recuerda mientras parafrasea lo que decían, “estamos en nuestras casas, no nos podemos mover y no tenemos agua”.


Lo que la hacía imaginarse que antes que después su marido, sus hijos y ella misma se verían en una situación parecida. “Cuando los militares y los paramilitares terminaron con las calles principales, entraron en las más pequeñas, y”, cuenta la abogada, “una de ellas era la mía”. Eran las ocho y media de la noche del primer día del Eid al-Fitr cuando el fuego cruzado entre las facciones de Al-Burham y Hemeti irrumpió en su vecindario y las balas impactaron en su casa. Dos veces en una hora. ”Mis hijos estaban llorando, estábamos asustados”, sobre todo después de que se diera cuenta que tenía que tomar una decisión acelerada, “querían matarnos, así que tuvimos que irnos en el coche muy muy rápido a otra zona más segura”. La mayoría de los civiles se están yendo a la capital del estado de Al-Dschazira, Wad Madani, y a otros países como Sudán del Sur, Etiopía y Egipto.


En Sudán, sentencia Rehab: “Todo el mundo mira por sí mismo, nadie ayuda a nadie. Si tienes recursos para salir de Jartum bien, si no vas a morir en casa. Y en muchos casos cuando alguien va a ayudar a un vecino, ya está muerto. Esto es todo”. Lo que está directamente relacionado, subraya Ounaysa, con la mentalidad del estado africano, “es muy conservadora”.

“Seguimos gobernados por una unidad social primitiva, de tribus”, donde, asegura, “se usa la violencia y la tortura por sistema, es una dinámica de poder”. Un problema de base al que la politóloga le añade el racismo, “cuando una tribu del norte, de piel más clara y más parecida a la de los europeos, se encuentra con alguien de oeste, de Darfur, lo insulta diciendo que es feo, esclavo y negro”. Por eso mismo, para Ounaysa es muy importante que comprenda que Sudán, “tiene una infraestructura débil y primitiva”, en la que la violencia está integrada en todos los niveles sociales.


También en las cárceles. “Me metieron en un cuarto oscuro, muy oscuro. La habitación estaba llena de heces y desechos, y no podía orinar porque no era capaz de encontrar un espacio limpio. Al final tuve que hacerlo sobre restos de excrementos. La celda sólo medía 3 metros”, recuerda el activista Musaab Ahmed Mohamed Khairi. Esto sucedió hace más de seis meses, pero él todavía se acuerda de las torturas a las que fue sometido por las fuerzas conjuntas de Al-Burham y Hemeti, que hasta hace dos semanas gobernaban el país, el primero como Presidente del Consejo Soberano de Sudán, y el segundo como su Vicepresidente .

Conflicto en Jartum


Una alianza que, como hacían ver a la comunidad internacional, encaminaba a Sudán a la consolidación de la democracia, o por lo menos eso parecía el pasado 5 diciembre cuando Al-Burham, Hemeti y y los líderes del grupo prodemocrático más grande de Sudán, las Fuerzas de la Liberación y el Cambio, firmaron un acuerdo-marco para la formación de un gobierno liderado por la sociedad civil en un periodo de dos años.

Con este pacto se limitaba el papel formal de los militares a un Consejo de Seguridad y de Defensa y se nombraba a un primer ministro por la vía democrática. Y, en consecuencia, se imponían controles a las empresas militares y se integraba a la milicia en el ejército, unificándose así las Fuerzas Armadas. De hecho, fueron estas negociaciones sobre la integración de 10.000 efectivos de RSF en las Fuerzas Armadas las que hicieron estallar la tensión que llevaba meses acumulándose entre las dos partes, y lo que hizo que el líder paramilitar desplegara sus tropas en Jartum. Al-Burhan quería hacerlo en dos años, Hemeti en diez. “Lo que quieren es mantenerse en el poder, ni más ni menos”, afirma Ounaysa.

Más de 450 muertos, 4.000 heridos y miles de desplazados

Hoy, catorce días, más de 450 muertos, 4.000 heridos y miles de desplazados después, la promesa de las negociaciones de paz y el inicio del diálogo entre civiles, con la Organización de Empoderamiento Comunitario para el Progreso, miembros de las Fuerzas Armadas y líderes religiosos, mantiene expectantes a los sudaneses que llevan meses reclamando la formación de un gobierno civil. “La situación es tan ambigua que no sabemos a quién creer”, destaca la politóloga que sabe por su experiencia que, a la hora de la verdad, “no podemos hacer ninguna predicción real porque no sabemos lo que va a pasar, nunca lo sabemos”.


Aunque sí tiene muy clara su opinión: “La milicia tiene que integrarse en las Fuerzas Armadas, como se suponía que iba a suceder. Creo que esta es la mejor manera de que haya estabilidad y un nivel decente de seguridad en Sudán”. Una seguridad que, cree Rehab, está muy lejos de ser una realidad, “aprovechando los enfrentamientos se han vaciado todas las cárceles sudanesas y han salido a la calle ladrones, asesinos, y hasta el ex dictador Omar Al-Bashir y sus seguidores”. Unas tropas que ya han tomado partido en el conflicto, y que se han sumado al bando de Al- Burhan. De hecho, ha sido Ahmed Haroun, líder de las facciones del derrocado mandatario, el que ha instado a los sudaneses a apoyar a las Fuerzas Armadas y a las RSF a unirse al ejército para formar, “un proyecto familiar”. “Tengo miedo de que vuelva Al-Bashir”, señala Rehab.


Una perspectiva desesperanzadora que, por muy complicada que sea, no las invita a irse de Sudán. “Estoy esperando a que este conflicto termine, mientras tanto me quedaré en el este con mis seres queridos”, insiste Rehab. Afortunadamente, ella y sus niños están bien, arropados y cuidados por su familia a kilómetros de Jartum, pero la situación de Ounaysa es cada vez más extrema. Ha pasado de ser una mujer activa, ocupada y preocupada por tener un impacto positivo en su entorno más cercano, a ser una víctima más de su propio país. Ahora mismo, dice, “sólo estoy viva”.

Alba Ariz

Periodista. Escribo reportajes sobre justicia social, pobreza, mujeres, futuro y nuevos paradigmas.