Cualquiera que conozca dos pinceladas sobre la construcción de la masculinidad tradicional sabe que entre los hombres de cualquier orientación sexual o tendencia política se establecen jerarquías en base al número de parejas sexuales que tienen o, al menos, a las que son capaces de exhibir (o inventarse) como trofeos de caza. Más, es más.
Por Guille Magán
Soy gay. Muy gay y mucho gay. Hombre homosexual. Es decir, hombre atraído sexo-afectivamente exclusivamente hacia personas de su mismo sexo –hay que especificar hoy en día–, y agradezco que Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la OMS, alertara hace semanas de que el actual brote de viruela del mono en Occidente se está dando abrumadoramente y de forma mayoritaria entre hombres gays y bisexuales.
A Nahum Cabrera, coordinador de VIH de FELGTB, las palabras de Ghebreyesus –en las que además de alertarnos a la población más vulnerable, según las estadísticas, nos recomendaba reducir el número de parejas sexuales– le parecieron “desafortunadas y fuera de lugar”.
De hecho, reclama en un escrito que publicaba hace poco la propia FELGTB al director de la OMS que evite ese tipo de afirmaciones estigmatizadoras para el colectivo LGTBIQ+. Disculpen si me dejo alguna letra del alfabeto de la diversidad fetish.
Tenemos que ser capaces de entender que, efectivamente, unas declaraciones así, para aquellos homófobos que ya nos consideran “viciosos o enfermos”, puedan ser jugosas. Los de la vieja homofobia católica, apostólica y romana que entienden la homosexualidad en sí misma como una enfermedad contagiosa no necesitan demasiado queroseno para encender las hogueras.
A la vez, esa permanente piel extrafina de unas entidades LGTB intocables me produce cierto recelo. Por ejemplo, las comparaciones que éstas han hecho con el escenario de estigma de hace cuarenta años cuando explotó el VIH/SIDA son injustas para los gays y bisexuales que se enfrentaron a todo aquello en el contexto sociocultural y científico de los ochenta y noventa.
No, no estamos en los ochenta; la aceptación de la homosexualidad es otra. Y no, la viruela del mono no es el VIH.
Aconsejar a gays y bisexuales que reduzcan su número de parejas sexuales hasta que se sepa más sobre el brote actual de viruela del mono no es estigmatizar ni inocular miedo: es alertar y poner en aviso a ese colectivo vulnerable y más propenso a contraer el virus (según los datos disponibles).
No, la viruela del mono no es una enfermedad de transmisión sexual, pero el Centro Europeo para la Prevención y el Control de las Enfermedades (ECDC) considera que la transmisión fuera del contexto de las relaciones sexuales es “baja”. El contagio tiene lugar tras un contacto físico estrecho. Pero los datos objetivos son contundentes. Según el New England Journal of Medicine, el 95% de las infecciones confirmadas en Reino Unido en las primeras fases del brote fueron transmitidas a través de prácticas sexuales entre hombres gays y bisexuales. En este caso ocurre por el contacto con las lesiones, como es el caso del herpes o la sífilis.
En este momento, España ya roza los 6000 casos, estando a la cabeza de infecciones en Europa y con dos fallecidos.
Días después de que FELGT solicitase a la OMS que “evitase ese tipo de recomendaciones estigmatizadoras”, la misma entidad lanzó un vídeo en el que aparece el inmunólogo Alfredo Corell explicando cuáles son los criterios sanitarios para la vacunación: “hombres que toman la profilaxis prexposición para el VIH (PREP), los que tengan múltiples parejas, los que participen en sesiones de chemsex o chills, los que frecuenten cuartos oscuros y saunas y los que hayan tenido una enfermedad de transmisión sexual en el último año.”
El mismo inmunólogo dejaba caer en prensa que no estaría mal, como medida preventiva, el cierre temporal de ciertos locales. ¿Se refería a saunas y cuartos oscuros?
¿Acaso no tenía cierta razón el director general de la OMS y reducir el numero de parejas sexuales sería una excelente idea en este momento si eres un hombre gay o bisexual?
Pero, claro, eso sería “coartar la libertad sexual del colectivo” e “infundir miedo”. ¡Vaya por dios!
Un colectivo más masculinizado que el fútbol cuyo ocio está absolutamente colonizado por cartelería de varones hipersexualizados, que prometen sex parties de placer infinito, gloryholes, dark rooms con grandes pantallas con porno gay, raves plagadas de señores sin camiseta con música hortera y rondas de popper para todos.
No puedo evitar recordar esa noción de sexualidad tradicional masculina a la que la icónica activista feminista española Ángeles Álvarez se refiere como “sexualidad evacuativa”. Ella lleva décadas usando el término para referirse al uso que los puteros hacen de las mujeres en situación de prostitución. Yo hace años reciclé el término para referirme a esta sexualidad gay que muchos barnizan de “libertad sexual” para eludir el vacío autodestructivo y la herida que delata este comportamiento sexual en el marco de una cultura gay pornificada profundamente violenta.
No es de extrañar que en este contexto sociológico muchos sientan la recomendación de cuidarse y reducir el numero de parejas sexuales como un ataque a sus libertades masculinas. Esas de las que habla al inicio de este mismo artículo: La libertad de follar mucho y con cuantos más mejor. Porque de eso va la libertad sexual, ¿verdad?
La semana pasada, Víctor Gutiérrez, el recientemente nombrado secretario general LGTBI del PSOE y ferviente activista en contra de los derechos de las mujeres basados en el sexo, expresaba su malestar con las palabras gay y hombre bisexual, al considerarlas, por lo visto, reduccionistas. Tanto él como otros activistas LGTB prefieren el uso de la expresión más inclusiva “hombres que tienen sexo con hombres”, ya que también incluye a los hombres que tienen sexo con hombres solo de manera esporádica. Es decir: gays o bisexuales armarizados (pero sin mariconadas, suponemos) y por supuesto a los trabajadores del sexo.
«La manera que se tiene de nombrar la realidad te posiciona frente a dicha realidad»
Las personas que utilizan el término trabajo sexual y se excusan en ese estribillo pegadizo y machacón aluden a que lo hacen para no estigmatizar a las mujeres, o en este caso, a los hombres en situación de prostitución, pero saben que es un término que a quien sobre todo hace sentir mejor es a los puteros y proxenetas. Efectivamente, existe una minoría de hombres heterosexuales en situación de prostitución que se ven abocados que acceder a las demandas de puteros gays o bisexuales, para lo cual tienen que consumir grandes dosis de drogas como cocaína, Viagra o Cialis. Esto genera en estos hombres unos problemas de salud mental que van desde la disociación, el estrés post traumático o la adicción hasta la idealización suicida. Consecuencias no muy distintas a la de la mayoría de hombres y niños en situación de explotación sexual sea cual sea su orientación sexual.
Les aseguro que los pocos hombres heterosexuales que se ven forzados a mantener relaciones sexuales con puteros gays ante una situación sanitaria como la que estamos viviendo con la viruela del mono saben a qué nos referimos cuando hablamos de gays y bisexuales. De la misma manera que los hombres atraídos hacia su mismo sexo en el armario que solo tienen relaciones sexuales con otros hombres de manera esporádica. No son necesarias expresiones eufemísticas ni blanqueadoras de la industria de la explotación sexual. Y menos viniendo de representantes políticos que, en teoría, deberían entender que socialismo significa progreso y garantía de avance hacia una sociedad más civilizada, donde la mercantilización sexual de nuestros cuerpos sea tan impensable como el canibalismo.
Señores, calmémonos y cuidémonos. Que nos pidan cautela, atención y protección no es ningún señalamiento público. De la misma manera que un paso de cebra o un semáforo es un límite que nos da libertad: la libertad de cruzar la carretera sin que nos atropelle un coche, aun teniendo que mirar a ambos lados previamente.