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Silvia Carrasco, Profesora titular de Antropología Social de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) y colaboradora de Crónica Libre.
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La empanada mental de la universidad

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Hace unos días publiqué el artículo 8M, el feminismo se rebela donde explicaba las razones por las que se han convocado manifestaciones separadas en Madrid, en Barcelona y en otras ciudades para celebrar el Día Internacional de la Mujer, que es lo que se celebra el 8 de marzo, y no la conmemoración de la Santa Peluca, la transubstanciación del Zapato de Tacón o el día del patrón de la Identidad Sentida. No, para esas otras causas tan legítimas hay 364 días al año en los que se podrían conmemorar.

Por eso, en esta columna no voy a hablar del 8M, sino de Silvia Carrasco y de la Universidad Autónoma de Barcelona, de la que yo misma fui profesora desde 1989 y de la que me acabo de jubilar. Hubo un tiempo en que me sentí orgullosa de formar parte de esta comunidad académica. Pero en los últimos tiempos está escribiendo unas páginas que van a quedar como las más ignominiosas de su historia. La última es el penoso comunicado que el Decanato de la Facultad de Filosofía y Letras –de la que Silvia Carrasco es profesora– ha emitido con motivo del hostigamiento, acoso y persecución a que está siendo sometida por un grupo conocido como Organización Juvenil Socialista (OJS).

Que de descerebrados surja un bochornoso video en el que se reclama que los contenidos de las disciplinas estén bajo el control del estudiantado, o que se lucha “contra la opresión de género” a la vez que se llama al boicot de la profesora, que precisamente batalla contra tal opresión, y que a la vez proclamen que “hay que organizarse contra la transfobia”, todo esto, como digo, revela la empanada mental que tienen unos y unas estudiantes que parece que han oído campanas pero no saben de qué iglesia provienen.

La universidad sufre un empacho persistente y una diarrea crónica

Si esas campanas son las que tañen en la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), también se puede afirmar que la universidad –y aquí incluyo a todas las universidades actuales, de España y del extranjero– también padece una empanada mental que ha ocasionado un empacho persistente y una diarrea crónica.  Ya empezó a tener síntomas cuando en 2022 las alumnas del Master Gènere i Comunicació, que yo misma había impulsado y dirigido, hicieron un boicot a mis clases porque las ideas que yo defendía públicamente –no en las clases, sino en mis colaboraciones en medios–  no podían debatirse porque contradecían los dogmas que ellas acataban, y como todo el mundo sabe, los dogmas no se pueden discutir. 

Pues bien, la Universidad Autónoma de Barcelona no solo no defendió mi derecho a la libertad de expresión y de cátedra, sino que me acusó “de instrumentalizar a la institución”, porque yo era parte de un incipiente y desconocido partido (Feministas al Congreso) y que eso no se podía tolerar.

El transactivismo se le ha echado a la yugular impidiéndole entrar en su propia clase

Ahora le ha tocado el turno a mi compañera, Silvia Carrasco, por las mismas razones: las ideas y conceptos que ella defiende y que ha sostenido en investigaciones recientes, rigurosas y académicas –como que el sexo es binario e inmutable, el género no es una identidad, o los bloqueadores de la pubertad o las hormonas son nocivas para la salud de los menores–, como se ve, contradicen los dogmas queers, por lo que el transactivismo se le ha echado a la yugular impidiéndole entrar en su propia clase, donde sólo habla de Antropología Social y Cultural, empezando por el siglo XIX.

¿Y qué han hecho UAB i el Observatori per la Igualtat  (que se supone está para defender sobre todo a las mujeres)?  Nada, que yo sepa. Sólo su Facultad se ha dignado a hacer un comunicado que, leído con detenimiento, revela esa indigestión estomacal crónica que padece la universidad: empiezan diciendo que la “universidad pública es un pilar básico en la promoción del conocimiento, el debate académico, el pensamiento crítico y la libre creación intelectual”. Para más adelante, hacer un alegato se supone que en defensa de la profesora: “condenamos los hechos sucedidos, así como cualquier otra acción que intente coartar o limitar la libertad de pensamiento del profesorado, alumnado y del personal del PAS”.

Y aquí viene la evidencia del empacho crónico: “En consecuencia condenamos también las acciones que puedan ser discriminatorias o que puedan promover discursos de rechazo hacia el colectivo LGTBIQ+”.

«Feminismos plurales y diversos»

Cualquier persona medianamente ilustrada – y de la Facultad de Filosofía se espera que al menos sepan lo que quiere decir  “en consecuencia” – puede deducir que la profesora ha debido incurrir en acciones o discriminación hacia el colectivo abecedario, porque si no ¿por qué hay que condenar acciones que no han ocurrido?  Para que quede clara la perspectiva, se dice que “la facultad se define por la convivencia de feminismos plurales y diversos” como si hiciera falta subrayar que en feminismo puede entrar una cosa y su contraria.

Estas son las campanas que el estudiantado de la UAB, y de todas las universidades del mundo están escuchando. Y esta es la empanada mental que están transmitiendo a las jóvenes generaciones, que lo mismo defienden que hay que luchar contra la opresión de género, como que el género es una identidad. Que hay que controlar lo que se dice en clase a la vez que reclaman libertad de expresión.

Seguramente el 8M saldrán con sus banderas y sus cánticos a defender los derechos trans, porque este día se ha convertido en todo menos en el Día Internacional de la Mujer, cuya palabra incluye ya al soldade Paco y al cabe Roberto.

Juana Gallego

Profesora universitaria