Poco interés merece recordarle al señor Feijoo los crímenes del supremacismo cristiano cometidos en las últimas décadas aquí o allá. Ni siquiera recordarle que aquella rebelión de militares traidores que en 1936 culminó un golpe de Estado con una guerra de exterminio fue denominada “cruzada” por los generales felones y los obispos que los secundaron. Que el general traidor que encabezó la dictadura no fue Caudillo de España por mandato de ninguna ley ni, mucho menos, por la voluntad de los españoles, sino por la fuerza de las armas convertida en Gracia de Dios.
No es necesario. El cristianismo es una religión de paz tanto como lo es el islam. Pero eso nunca ha impedido que, como bajo absolutamente toda etiqueta religiosa o política, no se hayan cometido los más atroces crímenes en su nombre. Bien lo supieron, por cierto, los sacerdotes cristianos encerrados en aquella cárcel concordataria de Zamora bajo el franquismo y tantos religiosos asesinados por las balas de ese supuesto cristianismo de “Dios, patria y familia” en España y América empeñados en defender la religión de un recién nacido emigrante sin techo, la de un condenado a muerte por levantar la voz frente al Imperio y frente a los cuatro caciques que lo obedecían para mandar en una de sus provincias.
Pero a Feijoo el pasado de nuestros bisabuelos solo le interesa si le da cuatro votos. En realidad, a Feijoo nada le interesa si no le da cuatro votos.
Esta semana Núñez Feijoo no solo ha demostrado ser solo un político de segunda buscando un puesto de primera. Que no aspira a solucionar, mejor o peor, los problemas de los españoles, como ya hacen aquí y allá gobernantes de uno u otro signo. No solo ha dejado claro que comparte con Díaz Ayuso en Madrid el interés único por la búsqueda y construcción de un enemigo con el que justificar su nulo interés por cualquier interés que no sea su interés propio.
En España viven legal y pacíficamente más de dos millones de musulmanes, la mitad de ellos tan españoles como el propio Feijoo. Hablan los mismos idiomas, votan a los mismos partidos y padecen los mismos problemas que el resto de los españoles. Y ese es el verdadero problema. No el discurso del odio ni el zafio oportunismo electoral de querer hurtarle un voto y medio al extremismo. El problema es que Núñez Feijoo esté dispuesto a renunciar, en su camino al poder, a ser el presidente de todos los españoles.
Pablo M. Fernández Alarcón
Director del Instituto Clara Campoamor para el fortalecimiento de la Democracia
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