La fascinación que ejerció sobre mí esta banda de chavales pijos malos de los ochenta cuando me topé con ellos en la investigación para mi libro “Macarras interseculares”. De hecho, el arquetipo del pijo malo ya me fascinaba antes de oír hablar de ellos por primera vez. Fue a causa de ese interés que di con la legendaria banda.
Lo cierto es que pude escribir este libro tras hacerme muy amigo de Loic Veillard, el Francés, que es todo un personaje. Él fue uno de los Mocos más famosos y sigue en activo. Está metido en todo tipo de asuntos turbios y se relaciona con multitud de maleantes, abogados corruptos, clanes gitanos, etc.
Esos años representan un tiempo de cambio, como es natural. Los pijos entonces se encuentran un poco desubicados, puesto que temen perder los numerosos privilegios de los que gozaban con el franquismo. Es por ello que muchos de ellos se preparan para combatir en las calles contra los macarras y sujetos de barrios obreros; gente que ellos toman como enemigos. La Panda del Moco serán, pues, unos pijos gamberros diestros en full contact que sabrán hacerse respetar, y que, incluso, aterrorizarán a muchos.
Eran pegones y corajudos. Como cualquier pandilla o banda famosa de la ciudad, eran un grupo all star de malos: varios excelentes y atrevidos luchadores callejeros que reafirmaban su identidad a través de la violencia. De ahí, que diesen tanto miedo a muchos.
Hay una constelación de razones. La primera es que muchos son ovejas negras, chivos expiatorios en el seno de sus propias familias, que, a pesar de ser adineradas, están desestructuradas y son muy problemáticas. Luego está la necesidad de escapar a un destino ya establecido con antelación, cosa que no ocurre a personas con menos recursos. En estratos menores cada cual elige lo que quiere o puede hacer en la vida. En el caso de la persona muy pija, esta ha de cumplir con una cierta tradición familiar, dar continuidad a un negocio, etc. Del resto de razones hablo en el texto.
Robaban, delinquían, iban a los barrios pobres a pegarse con los “macarras”. Fueron algunos de los primeros pijos en defenderse de las agresiones y robos de personas más desfavorecidas. A diferencia de otros pijos, trataban a macarras y gitanos, de tú a tú. Digamos que esa fue su gran “innovación”.
Salían muy bien parados de sus peleas con punkis, quinquis, heavies o rockers. Los rockers, por ejemplo, eran muy temidos en aquellos años, pero la Panda del Moco dio buenas palizas a más de uno de sus rockers y pandillas famosas.
Robaban coches y los tiraban por barrancos o los quemaban, robaban en casas, salían todos desnudos por la ciudad montados en sus motos… Se dice que algunos de ellos también daban palizas por encargo o hacían cobros. Otros se metieron en el trapicheo, la extorsión de menores y acabaron muy mal, drogodependientes, convictos, muertos, etc.
Hay muchas. Una de las más famosas tuvo lugar en la puerta del Pachá, cuando plantaron cara a unos macarras del Caravelle, discoteca de clase obrera que años después se convirtió en la Sala But.
Los más conocidos eran el Judío, el Francés, el Italiano, Pablo Full, etc. Eran los más valientes y mejores luchadores. El Judío, que no provenía del mundo pijo, era considerado por muchos el líder de la banda (o de ese grupo de jóvenes conocidos como la Panda o Banda del Moco).
Muchos de ellos se redimieron. De hecho, muchos de ellos lo tenían más fácil, puesto que podían recurrir a su familia, recursos económicos, enchufes, etc. Pero otros o murieron o siguieron delinquiendo. Algunos parecen ser adictos a la adrenalina y han seguido metidos en el mundo de lo ilegal, el Francés siendo uno de ellos. El Judío parece, también haber seguido ese camino.
Siempre ha habido y habrá pijos malos. Hoy hay pocas tribus, pero los pijos malos siguen haciendo de las suyas.
Dejamos a Iñaki Domínguez preparando próximas aventuras editoriales “macarras”. Si queréis pasarlo bien, y sentir lo que es estar dentro de un grupo de poderosos pijos malos, todos corriendo a las librerías a por La verdadera historia de la Panda del Moco. Diversión y hostias como panes a partes iguales.
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