Comprendo perfectamente la resistencia al cambio que se palpa en la sociedad, entre otras cosas porque es innegable que en nuestras élites hay un mix de corrupción e ineptitud. Pero el Siglo XXI todavía no ha encontrado un modelo hacia el que tender. Uno de los grandes asuntos es el de la previsión social. Entre otras cosas, porque la esperanza de vida se va por encima de los 100 años. No estaría mal introducir algunas ideas que se adapten a lo que nos viene por delante.
Por ejemplo, la jubilación activa. Ya sé que no es fácil y menos soltarlo en frío. Francia está que arde, porque se ha elevado la edad de jubilación hasta los 64 años. Evidentemente, a la gente no le hace gracia, porque la anterior era de 62. Un chollete. Pero la realidad es que la esperanza de vida de aquellos nacidos después de 1960 superará los 100 años. Llegará incluso a los 120.
Cuando se habla de esto, casi siempre hay incredulidad de entrada. Pero sólo hay que mirar alrededor. Un hombre de 70 años está estupendo. Una mujer de la misma edad no es que esté bien de salud, es que puede ser bastante guapa. Algunas van con vaqueros, calzado deportivo, melenas cuidadas… El retraso en el envejecimiento es palpable. ¿Cuántos hemos visto una foto de nuestro abuelo con nuestros años y hemos pensado que ya parecía un anciano?
Esto no garantiza que todo el mundo va a vivir 120 años, sino que cuando se extinga la generación de los nacidos en 1970, por ejemplo, la edad media de esa generación rondará los 120 años. Quizá me quede corto.
Pirámide poblacional
Eso implica cambios económicos, pero también sociológicos y psicológicos. Lo económico no necesita mucha explicación. La pirámide poblacional se ha estrechado por la base. Antes había tres cotizantes por persona. Ahora hay dos y bajando. Y habría que no hacerse trampas al solitario y restar los casi cuatro millones de empleados públicos de esa ecuación. Pero bueno, no lo hagamos.
Una persona cotiza a la Segurudad Social algo menos de un tercio de su sueldo. Antaño, ese individuo trabajaba desde los 25 a los 65 y vivía 10 más como mucho. Un tercio de 45 años es 15, es decir, había cotizado para recibir su sueldo unos 15 años más. Las cifras se cumplían porque, además, había un sistema piramidal de 3 cotizantes a 1. Es una similitud grosera, pero no difiere mucho.
Ahora, una persona de 65 (perdón: 67, que ya se ha elevado la edad de jubilación) vive alrededor de 20 años más, eso si no se ha jubilado antes porque ha gozado de alguna posibilidad. Percibe mucho más tiempo que antes y la proporción es 2 a 1. Hablando en plata: recibe más que aporta.
Hay que encontrar soluciones económicas y no quiero entrar demasiado ahí. Doctores tiene la Iglesia, aunque me temo que sus soluciones ex cátedra tienen un tufo electoral peor que el incienso.
Y, desde luego, sólo hay que ver la que se está liando en Francia a raíz de la citada elevación a los 67 años. Un país en pie de guerra, que ha forzado que el mismísimo Carlos de Inglaterra haya tenido que suspender su viaje al país vecino. Los sindicatos le han dicho que vuelva más tarde.
La otra cuestión es la sociológica-psicológica: si al jubilarse, todavía quedan por delante 50 o 60 años, ¿qué hacemos con nuestra vida? Es una cuestión muy interesante, porque si tenemos 45 millones de españoles, seguramente hay 45 millones de opiniones o deseos.
«No me quiero jubilar»
En el mundo laboral, me encuentro mucha gente que ronda la edad de jubilación y me dice: “Estoy bien, no me quiero jubilar”, “no me voy a retirar nunca” o “voy a jubilarme, pero lo haré pasados los 70, porque sigo estando muy bien”. No falta incluso quienes me dicen “pretendo no hacerlo nunca, porque me da miedo que el día que pare, muera al rato”.
En general, se trata de profesionales liberales, que no dependen tanto del horario tasado y su trabajo es reconfortante en cierta manera. Hablo de médicos, abogados, dueños de alguna empresa de servicios; periodistas, por supuesto, ejecutivos del mundo financiero por cuenta propia (en gestoras de fondos o de capital riesgo)… No lo dicen exclusivamente por dinero, porque están en una situación interesante: después de tantos años trabajando, ya no tienen obligaciones familiares ni hipotecarias. Lo dicen porque se dan cuenta de que la jubilación a los 67 no es enfilar la recta final de la vida: tal vez sea alcanzar el 50%.
Y, además de llenar su tiempo, estar en el trabajo les permite seguir en contacto con su mundo profesional, avanzar intelectual y técnicamente, mantener y mejorar la agenda. Evidentemente, surge la disyuntiva de si la jubilación es obligatoria o de si una vez jubilado, ya no se puede trabajar y cobrar.
Capacidad de aguante
Hay un hecho cierto, que es que cuando una persona lleva ya 40 años cotizados, está bastante agotada. Yo el primero. Tiene claro que no tiene mucho más recorrido si tiene que estar trabajando una jornada entera, con exigencias, presión y stress. Su capacidad de aguante está ya bajo mínimos y con razón. Quiere un descanso.
Si hay que alargar la edad de jubilación, y me temo que en el próximo lustro van a aparecer muchas novedades en este sentido, habría que intentar flexibilizar el mercado laboral para la tercera edad.
Quizá podrían estudiarse opciones como la jubilación activa, que ya están tipificadas (más o menos). Es una cuestión de mentalidad, para empezar. Y no es sencilla, porque venimos de finales del pasado siglo y principios de este, donde veíamos que en las grandes corporaciones se prejubilaba a empleados con poco más de 50 años.
Recuerdo la presentación de resultados de BBVA en la que Francisco González dijo “no quiero a nadie con más de 50 años en el banco”. Ese era el mensaje que se lanzaba hasta el mundo pre Lehamn: con 50 años estás amortizado para el mundo laboral. Con un poco de suerte, tu empresa te dará una morterada o te pagará hasta los 65 casi todo el salario y listos. A jugar al golf o a preparar maratones.
Eso era en un mundo con tasas de crecimiento del 2% – 4%, factor este último que ha desaparecido de manera increíble en el debate económico. Con crecimiento, se pueden plantear muchas cosas, sin él, llanto y rechinar de dientes. Alargamiento del trabajo y recortes.
Deuda y crecimiento
El gran problema del mundo actual es la fiscalidad, que drena recursos de la economía, se traduce en deuda y decrecimiento. Así no hay quien pague unas pensiones que, sin embargo, los políticos tratan excesivamente bien porque el colectivo de perceptores se agranda y junto al de los funcionarios, es capaz de asegurar la permanencia de un Gobierno, que es de lo que se trata en el fondo. Más de 10 millones de pensionistas más 4 millones de empleados públicos: ¿están claras las preferencias de los politicastros? Desde luego, no son los trabajadores por cuenta ajena y autónomos que pelean día a día con la dureza del mercado y son mucho más incontrolables. Esos están para ser exprimidos. “No es magia, son SUS impuestos”.
Porque, ¿a cuánta gente de su alrededor, de unos 40-50 años, ha escuchado decir “dudo mucho que vaya a cobrar una pensión”? Ese colectivo desmoralizado tiene una sensación clara de ser sólo el paganini de la fiesta.
Eso no tiene pase, porque cotizar hemos cotizado todos y no se puede cuestionar ese retorno, que es sagrado. Lo que no entenderé nunca es por qué se penalizan las pensiones privadas.
Para el futuro, debería contemplarse una segunda etapa de vida laboral, más ligera, más ligada al talento y la experiencia y con otro tipo de pagos. En este sentido, tienen que aflorar muchos nuevos modelos de remuneración. Por ejemplo, los youtubers e influencers lo han logrado. Están reconfigurando el ecosistema mediático, con todos los fallos que sean, pero lo están haciendo.
Dicho de otro modo: pasados los 67, trabajar menos, de un modo más gratificante y que permita seguir ingresando dinero, a la vez que se cobra una parte de la pensión y se sigue cotizando. Y, por supuesto, hacerlo el tiempo que uno considere. No una obligación, sino una elección.