En las zonas afectadas, había alrededor de 356.000 mujeres embarazadas, y muchas siguen sufriendo la falta de baños o espacios privados adecuados para su estado. Otro segmento, las mujeres sin hombres, son invisibles a los ojos patriarcales-pro-familia de la burocracia del partido islamista de la Justicia y el Desarrollo (AKP). A pesar de los palos que el régimen ha puesto en la rueda de las ONGs para ayudar a los damnificados, las agrupaciones feministas se han volcado con las mujeres repartiendo carpas y cortinas para que tuvieran algo de intimidad en aquel desolador escenario dominado por los hombres.
Ya antes de esta catástrofe nada natural, buena parte de las mujeres turcas y kurdas, incluso las conservadoras, mostraban su resentimiento hacia las políticas del Sultán Erdogan por la galopante inflación, pobreza, corrupción, nepotismo y también por el desamparo ante la violencia machista que ha hecho disparar las cifras -sin rostros-, del feminicidio de niñas y mujeres a manos de los hombres de la familia. Según registros oficiales, 413 mujeres perdieron la vida por este tipo de crímenes en 2020.
Las mujeres de Turquía y su veterano movimiento feminista, seguirán siendo determinantes en el diseño de un futuro que ya ha cerrado la era del islam político.
Tras las Repúblicas Socialistas Soviéticas de Asia Central (1923),Turquía es el primer Estado del área musulmana que adopta un Código Civil secular, tres años después. El impacto de la Revolución bolchevique forzó hasta a las dictaduras capitalistas más rancias incluir algunos derechos de los ciudadanos (obreros y mujeres, sobre todo) en sus legislaciones.
Las medidas tomadas por el nacionalismo autoritario del general Ataturk, para encaminar a Turquía en la vía del desarrollo capitalista, incluían la liberación controlada y superficial de la mujer, mediante una cierta desislamización de las leyes y costumbres sociales, paralelo al contener el avance del movimiento feminista, siempre de izquierda:
– Prohibió el velo, no en todo el espacio público (como hizo su homólogo iraní, Reza Pahalaví en 1935), sino sólo en la Administración Pública y los centros educativos.
– Concedió el derecho al voto a las mujeres en 1930 (¡en Francia lo lograron en 1945!) y poder postularse para cargos políticos.
– Ilegalizó los matrimonios religiosos y la poliginia, aunque no los persiguió.
Pronto hubo 18 mujeres en el parlamento turco, más que EEUU y Reino Unido juntos. Pero, Ataturk no tenía ninguna intención de agrietar la estructura del poder en la familia patriarcal, el pilar del sistema capitalista fundada sobre la propiedad privada y la superioridad masculina: Se mantuvo buena parte de las leyes de la Sharia en el contrato matrimonial. ¿Sabían que se anuló el requisito de permiso del “tutor varón” para el trabajo de la mujer fuera del hogar solo en 1990?
Para ello, impidió el desarrollo de un movimiento feminista independiente desde abajo, prohibiendo la poderosa organización feminista Unión de Mujeres de Turquía. Y limitó su modernización a las zonas urbanas como fachada, condenando a la mayoría de la población que vivían en los pueblos, especialmente las mujeres y los hombres kurdos, al subdesarrollo, como estrategia del control.
Las siguientes dictaduras semiclásicas panturquistas (antikurdas) propiciaron la aparición de partidos de extremaderecha, entre ellos AKP que ocupó el poder en 2002.
La década de 2000, Turquía tiene los ojos puestos en la adhesión a la Unión Europea (UE), y poder beneficiarse de las ventajas que le ofrece este espacio para salir del subdesarrollo económico. Bajo el gobierno del socialdemócrata Bülent Ecevit (1999-2002), este país ocupa el puesto 81 entre 175 países en el índice de la Brecha de Género, por detrás de Arabia Saudita (68) o El Líbano (70): a pesar de la ilegalidad de la poliginia, una de cada diez mujeres era la segunda esposa de algún hombre turco o kurdo, y cientos de miles de ellas además eran menores.
Este mismo mandatario, aprobó una ley para sometía a las estudiantes de enfermería a pruebas de virginidad antes de ser admitidas, y eso a pesar de firmar la Convención sobre la Eliminación de todas las formas de Discriminación contra la Mujer.
Con la presidencia de Tayyeb Erdogan, su mandato se distingue con dos etapas claramente separadas en cuento a los derechos de la mujer:
Tras darse cuenta de que la UE no tiene ninguna intención de integrarle en el club privilegiado, un Erdogan resentido, deshace los planes de la modernización para convertir al islam en su bandera, atacando los derechos de las mujeres.
De forma sutil, empieza a desmantelar el Estado laico. Cuando no consigue la identidad europea, se aleja del liberalismo político, y la necesidad de contar con una bandera ideológica, le lleva a intensificar la dimensión religiosa de su discurso reaccionario. Reemplaza los principios universales de la igualdad de género con las leyes tribales de hace veinte siglos, que le eran familiares. El nacionalismo turco tiene un problema: al no contar con una identidad propia preislámica (como la tiene Irán, por ejemplo), se ve obligado a recurrir a las ideologías europeas o los valores islámico-árabes de su era otomana.
Muy ingenuos debían haber sido los mandatarios turcos para creer que “haciendo los deberes”, el único jardín de un mundo bárbaro (en palabras del comisario europeos, el señor Josep Borrell) iba a convertir a Turquía en uno de sus miembros. Y no sólo porque este Estado fuese demasiado grande, algo pobre y muy musulmán, sino porque es el principal Estado Tapón que separa el “jardín” de los países dictatoriales y en guerra o conflicto (en gran parte, gracias a las políticas de la UE y EEUU), como Irak, Afganistán, Irán o Siria.
Por lo que, si el partido islamista había instrumentalizado a la mujer para acercarse a la UE, ahora vuelve a hacerlo pero para atraer a los sectores ultraconservadores con la promesa de devolverles su poder en la familia y en la sociedad.
Pero hay más motivos: La crisis económica capitalista, que se intensifica por las políticas neoliberales. Paralelo a destruir puestos de trabajo, Erdogan lanza la campaña en favor de “Mujeres, al hogar” en el nombre del islam, declarando que la igualdad de género es “contra natura”. El anuncio del “Nuevo siglo de la República de Turquía» llega con las siguientes medidas:
En 2022, solo hubo una mujer en el gabinete, relegada al Ministerio de asuntos familiares y sociales. No es un chiste cuando dicen que “la diversidad en el gabinete de Erdogan está entre los hombres con bigote y los sin bigote«. En el índice de brecha de género del 2021, Turquía ocupó el puesto 133 entre 156 países detrás de Túnez, Argelia y Kuwait.
Las jóvenes musulmanas de Turquía que llevan el velo lo hacen por tradición, no porque quieran parecerse a las mujeres de la era de Jesús y Mahoma. Con o sin el velo, las ciudadanas de Turquía están unidas contra un régimen que ha llevado el país al borde del desastre.
La situación de Turquía (y la rebelion de mujeres iraníes contra el velo y la teocracia totalitaria) es una manifestación del fracaso absoluto de la resucitación de la religión como doctrina política y social.
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