La secretaria de Estado de Igualdad, Ángela Rodríguez 'Pam'; la ministra de Igualdad, Irene Montero, y la delegada del Gobierno contra la violencia de género, Victoria Rosell en enero de 2023. Foto: Alberto Ortega / Europa Press

Los errores de la izquierda en su agenda y batalla cultural

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La izquierda se ha estrellado en las recientes elecciones. Muchas pueden haber sido las razones, y muchos los análisis e interpretaciones que se han hecho y se seguirán haciendo. Nosotros vamos a centrarnos en los errores de los marcos de debate impuestos por la izquierda y de la batalla cultural. Igualmente intentaremos mostrar cómo se ha regalado a la derecha y la ultraderecha muchos elementos que le han permitido cabalgar electoralmente.

El resultado electoral de las pasadas elecciones municipales y autonómicas depende, como es lógico, de muchos factores. Nosotros nos vamos a detener solo en uno, en qué medida los temas de la agenda mediática logran condicionar a los electores. Es decir, qué asuntos terminan siendo importantes fruto de los medios de comunicación y cuáles son los promovidos por los líderes de la izquierda como centrales de su agenda informativa.

La agenda setting

Es de sobra conocido, que si imponer desde los medios una ideología no es fácil, sí que es más viable imponer la denominada agenda setting, es decir, los asuntos que las audiencias van a considerar más o menos importantes.

Veamos un ejemplo. Cuando las encuestas preguntan qué asuntos del país preocupan más a los ciudadanos, la respuesta es diferente a cuando, a continuación, les preguntan, qué temas les preocupa a ellos personalmente. En el primer caso se dejan llevar por los problemas impuestos por la agenda setting (terrorismo, inseguridad ciudadana…) y en el segundo por los reales que les acechan todos los días (desempleo, sanidad…).

De modo que, cuando se acerca una cita electoral, todos los poderes en liza intentan imponer sus agendas: los mediáticos por un lado, y cada partido político por otro. Pueden conseguirlo o no, pero también, en el caso de los partidos, puede que se hayan equivocado a la hora de apostar por los temas de agenda estrella. Especialmente los denominados guerra cultural.

Explotar las cuestiones identitarias

Por ejemplo, en esta campaña hemos comprobado cómo la izquierda se dedicó a explotar las cuestiones identitarias, que además quedaban muy vistosas en mítines e imágenes televisivas, para poder captar votos: movimiento LGTB, racializados, discapacitados, multiculturalidad…

El momento más surrealista fue cuando, en el mitin de Valencia, la ministra Irene Montero dice que la candidata de Podemos a la alcaldía de la tercera ciudad del país es la más adecuada porque es bollera, sorda y feminista. Sin tener nada en contra de esas características, no parece un argumento de validez política.

Mientras, en Chueca, triunfaban en redes las performances de personas trans contorneándose en el escenario al tiempo que los candidatos de Más Madrid o de Unidas Podemos aplaudían el ritmo de la música. Todas las candidaturas de izquierda exponían candidatos de raza negra o mujeres con hiyab como muestra de multirracialidad y multiculturalidad.

Heterosexuales aburridos

No se trata de que nos parezca mal que todos los elementos anteriores se incorporen a la propuesta política, el problema es cuando los conviertes en tu principal patrimonio de guerra cultural y en tu agenda mediática electoral, o el único mérito para aspirar a recibir un voto.

Incluso si en tu desorientada defensa de esas minorías no se te ocurre otra cosa que decirle a una periodista “No hay nada más aburrido que una reunión de tíos heterosexuales”. Es lo que dijo Yolanda Díaz en una conversación/entrevista con Jorge Javier Vázquez.

¿Existía alguna forma más clara de dejarle a la derecha el regalo de la defensa de los heterosexuales que llamarles gratuitamente aburridos? ¿De verdad hacía falta eso para defender los derechos de los colectivos homosexuales?

Ayuso y la libertad

Mientras tanto, la derecha, como bien demostró Ayuso, apostó por la apropiación del término “libertad” que, como todos sabemos, en el capitalismo, solo consiste en hacer lo que te permita tu dinero. Ponía en la agenda las okupaciones de vivienda. Que serían mentira, pero tampoco se entiende que desde la izquierda combatieran las propuestas demagógicas de la derecha si, de verdad, no había, tanta okupación.

La derecha denunciaba una subida del precio de los alimentos, que era verdad, apelaban a elementos culturales mucho más eficaces, como la identidad e integridad de España, los valores tradicionales que, en lugar de ir superándolos por la izquierda, están siendo simplemente ridiculizados y humillados.

La gran paradoja es que al final, ni siquiera esos sectores identitarios que centraron el discurso de la izquierda les han apoyado, porque se ha demostrado que para muchos de ellos su identidad sexual, su raza o su religión no era tan prioritario como creían en la izquierda. Yolanda Díaz dijo:

“No entiendo que un gay vote a la derecha”. Y Alberto Olmos le respondió con lucidez. “A diario veo camareros, conductores de autobús, camareras, conductoras de autobús, un panadero. Las cajeras del Día. Las cajeras del Ahorra Más. Y veo clientes en esos supermercados, por cientos en ocasiones. Pero ninguno hace la compra como gay».

Esto es así porque la orientación sexual hacia personas del mismo género no ocupa el cien por cien del tiempo de las personas cuya orientación sexual se dirige hacia personas de su mismo género. No llevan un cartel, un discurso, una banderita siempre.

La frase de Yolanda es verdaderamente triste. Si eres gay, no votas a la derecha: a la derecha la votas si eres de derechas, y miren por dónde hay gays de derechas.

En Chueca ganó la derecha

Y tanto que los hay, en el barrio madrileño de Chueca, icono del colectivo LGTB, ganó el PP, como está sucediendo en todas las elecciones.

Como señaló Jorge Alemán en la revista argentina Página 12, “en los tiempos actuales de fragilidad y desamparo de los sujetos, e insisto con esto, más allá de lo económico, las derechas saben que incluso los sectores más vulnerables exigen identificaciones fuertes, que se encarguen de ocultar tanto la división en antagonismos que constituye a lo social como la propia fractura inaugural del sujeto en los seres hablantes. Para esta operación la Ultraderecha es la agenda de promoción de un «yo fuerte». Un imaginario que por arcaico que sea, por anacrónico que parezca, prometa una identidad sin fisuras”.

La derecha se apropia de la identidad tradicional

Es decir, mientras la izquierda, en su intento de presentarse como moderna, multicultural y tolerante, llenaba sus escenarios y presentaba como valor electoral de sus candidatos su raza o religión foránea o su orientación sexual no tradicional, que se desplazan en bicicleta y llevan dieta vegana; la derecha se quedaba con el regalo de reivindicar la identidad tradicional, agredida, humillada y ridiculizada, según su discurso, por ser heterosexual, blanca, comer carne y viajar en un coche diesel.

Lo peligroso es que tampoco parece que se haya aprendido tras ver los resultados. El comunicado de Izquierda Unida habla de la necesidad de «desplegar sentimientos movilizadores». Como ha señalado Elisa Beni, “¿Más sentimiento, más emociones y menos gestión es lo que proponen? ¿No ven que precisamente ha sido su transformación en izquierdas identitarias, alejadas de la tradicional postura materialista que las impregnaba, lo que les ha arrastrado a la derrota?”

Logros sociales del gobierno

Es verdad que el gobierno de coalición ha logrado objetivos sociales y económicos impensables en un gobierno de derecha: aumento de las pensiones, subida del SMI, ERTES para garantizar ingresos a muchos sectores durante la pandemia, mejoras en la contratación laboral.

Pero no nos engañemos, muchas de esas medidas sociales no han sido tan exitosas como intentaron vender. Y eso los electores lo han comprobado. El Ingreso Mínimo Vital no ha funcionado, ha llegado a muchas menos personas de las que lo necesitan, se calcula que solo llega a la quinta parte de la población que vive bajo el umbral de la pobreza. No deberían existir las colas para conseguir comida si esas personas tuvieran asegurado un ingreso de 565 euros al mes.

Los ERTES tampoco ayudaron a muchos empleados de la hostelería que estaban contratados por pocas horas de jornada aunque trabajaran la jornada completa, de modo que se encontraron en la pandemia con unos ingresos menores de los que le correspondían porque no habían cotizado por jornada completa.

Regulación del precio del alquiler

La regulación del precio del alquiler no convence a nadie, entre otras cosas porque se encuentra en una ley de rango nacional que establece que esa regulación se debe aplicar en unas zonas que deben ser previamente calificadas por las administraciones autonómicas. Es decir, no es aplicable por el gobierno que la ha aprobado.

Otras medidas sociales que se aireaban no han sido capaces de aplicarlas ni la sociedad veía cómo hacerlo. Es el caso de la limitación del precio de los alimentos básicos que nunca se hizo. No bastaba con denunciar que el dueño de Mercadona se está haciendo rico, había que mostrar la viabilidad de una medida de limitación de precios.

Y todos recordamos que los dos casos de topes de precios que se han aplicado, a las mascarillas y a los test de covid, se les estableció un precio limitado que terminó siendo superior al que las empresas terminaron vendiéndolo. En Portugal los supermercados vendían los test más baratos que en España sin que hubiera ninguna limitación de precio gubernamental.

Con la derecha hubiera sido peor

Por supuesto que si hubiera gobernando la derecha todo lo anterior hubiera sido peor. Pero eso no basta para conseguir que los ciudadanos te apoyen como mal menor. Hace mucho que en España no se vota a favor de alguien, sino en contra de alguien. Se vota a la contra, se vota para castigar. Recuerdo el eslogan electoral que adoptó Herri Batasuna en unas elecciones europeas y que le resultó muy exitoso: “Donde más les duele. Vota HB”. Por eso muchos electores han votado encabronados contra el gobierno sin pararse a pensar que la alternativa va a ser peor.

Contra el oligopolio de los medios de comunicación

Otro de los errores de la cosmovisión mediática de la izquierda ha sido embarcarse en una cruzada de denuncia de los medios de comunicación responsabilizándoles de todos los males que azotan a esa izquierda.

La existencia de un oligopolio mediático controlado por las grandes empresas es una realidad incontestable, el sesgo informativo generalizado a favor de los poderes establecidos es indiscutible, pero centrar en ello una campaña electoral, desplazando propuestas sociales o denuncias de otras injusticias, es dejarle un gran campo de discurso a la derecha.

Si se quiere combatir el oligopolio se deberían haber hecho propuestas de reforma durante la legislatura, no bastaba con llorar durante la campaña electoral por la desigualdad de acceso a los medios y su sesgo informativo. Eso no sirve para convencer del voto pocos días antes de las elecciones, sirve para justificar tu derrota.

Mascotismo y culpabilización ecológica

Por último, la izquierda ha abrazado muchas batallas culturales, netamente de urbanitas acomodados, que no podían ser comprendidas por amplios sectores sociales, y que le han dejado un campo abierto a la derecha y ultraderecha.

Una operación de defensa del mascotismo defendiendo que no se pueden dejar los perros atados esperando frente al supermercado o solos en el balcón, que los cazadores no pueden cruzar a sus animales de caza o que había que hacer un curso para tener una mascota, resultaba ridículo para una gran parte de la sociedad, en fechas en los que los alimentos subían un 15%, . Y, lo que es peor, suponía un caramelo para la derecha que avanzaba en el mundo rural.

O un discurso medioambiental centrado en culpabilizar a los que comen carne, tienen un coche diesel o no reciclan usando cuatro contenedores en sus cocinas de cuatro metros cuadrados.

Otro caramelo para la derecha, que hace bandera de comer carne o comprende a los habitantes rurales de clase humilde que solo disponen de su coche de diez años para desplazarse a la ciudad.

En conclusión, la izquierda ha perdido la batalla cultural y mediática. Es verdad que el panorama de los medios es adverso, siempre lo fue. El problema es que los marcos en los que la propia izquierda ha situado los debates han sido erróneos, han supuesto regalos culturales para la derecha y un sentimiento de orfandad para grandes sectores sociales de la izquierda, que no se reconocían en esa agenda.

Pascual Serrano

Pascual Serrano es periodista. Crítico con la prensa tradicional, en 1996 fundó la publicación electrónica Rebelión (www.rebelion.org). Su denuncia a los métodos de información de los grandes medios tradicionales se ha reflejado en libros como Desinformación (2009), o La prensa ha muerto: ¡viva la prensa! (2014). Otros libros publicados son Traficantes de información (2012), Medios democráticos (2016) y Paren las rotativas (2019).
Ha sido colaborador de Público, Eldiario.es y Sputnik.
En 2019 recibió el Premio de Periodismo de Derechos Humanos que anualmente concede la Asociación Pro Derechos Humanos de España (APDHE). En la actualidad dirige en Akal la colección A Fondo y colabora con varios medios, como Le Monde Diplomatique y Mundo Obrero.
Su último libro es Prohibido dudar. "Las diez semanas en que Ucrania cambió el mundo" (Akal).