La vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Diaz en el primer aniversario de la aprobación de la Reforma Laboral. Foto Eduardo Parra / Europa Press
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El nuevo modelo de trabajo ya está aquí

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Por suerte o por desgracia (yo diría que esto último) cada vez son más los empleados que trabajan por cuenta ajena, con contrato y, además, son autónomos. Es la nueva modalidad de pluriempleo, que está proliferando, sobre todo en profesionales de cierto nivel, como ejecutivos de marketing, diseñadores, informáticos o, por supuesto, periodistas.

El motivo es muy claro: cada vez se paga menos por cuenta ajena. La deflación salarial es algo de lo que se habla sorprendentemente poco. España es un país que pierde la memoria histórica (por mucho que se alardee justo de lo contrario), pero es importante recordar que cuando se entró en el euro, nuestra economía producía dos de cada tres empleos en la Eurozona. Que cuando aconteció el 11-M no había prima de riesgo o incluso era favorable con Alemania. Que crecíamos de manera desaforada (“el milagro español”, decía la prensa internacional) y gozábamos; ojo al dato, de superávit presupuestario, lo cual nos dio para crear una Hucha de las pensiones con excedentes de la Seguridad Social, algo con lo que no daban crédito en el extranjero. Sobre todo, en Latinoamérica. Sé de lo que hablo, porque cuando he explicado esto en México o Argentina, me contestaban “esto acá no sería posible”. Por muchos motivos.

Burbuja inmobiliaria

¿Por qué es importante esta sucesión de hechos tan edulcorados? Porque hubo muchas consecuencias. Una, se generó la burbuja inmobiliaria que, además, fomentó la ‘economía en B’. (Luego, nos sorprende que no se crezca hoy en términos reales, con el control férreo de los estados). Y otra, los salarios se dispararon.

Recordemos cómo fue la primera década de este siglo para los profesionales de alta calificación, es decir, la retahíla citada antes: abogados, economistas, consultores, diseñadores, informáticos, y, por supuesto, periodistas. En 2002, 2003… se empezaron a calentar los salarios. Todas las empresas tenían proyectos, perspectivas de crecimiento y necesitaban talento.

Intentar captar a un profesional contrastado de la competencia por menos de tres dígitos era complicado. Sí, estoy diciendo 100.000 euros brutos anuales. Suena a ciencia ficción, pero eso estuvo ahí. No era tanto dinero hace unos años. En el sector financiero o tecnológico, directamente, las cifras fueron de escándalo. Quien más, quien menos, rozó con la yema de sus dedos El Dorado. Ese que siempre deseó, pero nunca llegó a creerse que fuera realmente tangible. Pues a mitad de la primera década lo fue.

Chalets adosados, dúplex, audis, bonus, viajes, ocio de calidad… fue muchísima gente la que estuvo en esta pomada. No sólo íbamos a vivir mejor que nuestros padres, lo íbamos a hacer como ni nos imaginábamos.

La crisis de Lehman Brothers lo cambió todo

Estuvo a punto de colapsar la vida como la conocemos. Y si poco antes estuvo El Dorado, ahora, de repente, estaba el arroyo. La gente temió perder su trabajo, perder además su casa, perder también sus ahorros; porque la banca estaba de repente quebrada y, además, con la imposibilidad de ser socorrido por un estado al que se le disparaba la prima de riesgo y los mercados no le compraban la deuda. Un amigo mío, gestor de hedge funds, me dijo no hace mucho: “esa vez ha sido la única en la historia de la humanidad en que tuvieron el mismo miedo los ricos y los pobres”. El arroyo. La indigencia. ¿Cómo se podía pasar de la opulencia al riesgo real de quedarse tirado?

Se hizo lo que se debía: una actuación concertada de bancos centrales que evitó la quiebra en cadena del sistema financiero y, además, financiar a los estados para que superaran la insolvencia sangrante. Pero en la vida ‘real’, todo el mundo se miró a los ojos y vio una enorme bolsa de deuda. En las Ibex, en las empresas de tamaño medio… Nadie se creyó que fuera reembolsable. Era inasumible. La fiesta había terminado con mucho dolor. Tocaban los famosos ‘recortes’.

Recortes que no llegaron a lo público

Recortes que, contrariamente a lo que se pregona, no llegaron a lo público. A las enormes ratios Deuda/PIB me remito. El ajuste se lo comió el sector privado (me gusta más llamarlo ‘civil’). Las empresas se pusieron a despedir a gente como locas, pero, además, llegó una bajada de salarios tremenda, responsable real de esa mejoría de productividad de la que se alardea. “Productividad mala”, como argumentaba de manera descarnada el añorado profesor Ontiveros. ¿Es exagerada la frase “todos ganamos menos que en 2006, en términos relativos y también absolutos”? Me temo que no.

El paradigma del empleo ha cambiado de manera estructural. Las grandes corporaciones no quieren enormes plantillas. Las redes comerciales son activos que se compran y se venden a discreción. Por su lado, los enormes colosos tipo Amazon, Meta, Google… tienen claro que necesitan una enorme masa de clientela, hasta el punto de ser operador único en su sector, con costes y márgenes bajos y por supuesto, mucha menos plantilla de la que cabría suponer. Los despidos estos días en Facebook o Twitter han sido… en fin, me callo el calificativo.

Pero las facturas nos siguen llegando a todos y cada uno. Nos aferramos a nuestro nivel de vida como podemos, a pesar de que la clase media de cierto nivel es la gran perdedora de la crisis post Lehman que seguimos sufriendo. Se ataca a los ricos, que buscan cobijo en países amables y se protege a las clases bajas y funcionarios. A la clase media, que es el gran avance social del Siglo XX y la que marca la calidad de un país, que le den.

Así, cada vez hay más gente que, además de su trabajo de 8 horas, donde cobra menos que hace 10 años a pesar de tener más experiencia, se ha buscado unas clases, una consultoría, unas colaboraciones, una asesoría… lo que sea, que complemente sus ingresos.

Porque lo cierto es que sí proliferan proyectos concretos, acciones acotadas, presupuestos cerrados para planes definidiso… ahí se está aferrando muchísima gente para complementar sus ingresos de antaño, aunque sea a costa de echar más horas, que antes de destinaban al ocio, el sueño, o al menos, la formación.

Dos personas en la puerta de la oficina del Servicio Público de Empleo Estatal (SEPE). Foto Jesús Hellín / Europa Press

Darse de alta como autónomo

Eso sí, como se le ocurra superar el salario mínimo, debe darse de alta como autónomo, por lo que experimenta el dolor del IRPF + SS en su contrato fijo, junto al IRPF + IVA + cuota de autónomos a título individual, aparte de estar atento a su Renta, ya que por doble pagador le bajan los mínimos exentos.

Eso es lo que hay, desde la Ley de Emprendedores de 2013. Una delicia. Cualquiera diría que el estado lo que quiere es tenernos controladitos, con un salario tasado y listos. Por cierto, la solución a esto no es más estado. Es más sociedad civil. O sea: crecimiento. Otro gran ausente del debate.

Manuel Lopez Torrents

Periodista económico. Empresas, mercados, inversiones, medios... Un día dije que bajarían el sueldo a los funcionarios o que vendría una amnistía fiscal y me llamaron loco. Quizá por eso siempre admiraré al que me dijo que la banca de inversión americana iba a quebrar mucho antes de que lo hiciera. No era un adivino, sólo miraba sus balances. Me gustan la prosperidad, y la clase media. Escribí tres libros de economía