Manel López Torrents
Manel López Torrents

El principal asunto de los Presupuestos, oculto una vez más por el esperpento politocrático

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Empezaba a escribir estas líneas, resignado ante el espectáculo carente de credibilidad que constituye hace años el debate de presupuestos y aun no había tenido lugar la cafrería de los ataques de Carla Toscano a Irene Montero. Por si no quería arroz, ahí iba una bandeja de tazas. Siempre he tenido claro que hay dos momentos que constituyen la cima del esperpento politocrático que rige nuestros destinos: el debate sobre el estado de la nación y el de presupuestos. Son momentos en los que la ineptocracia que sufrimos se muestra de manera descarnada y no lo digo ahora por la esperpéntica batalla Toscano-Montero, sino por la total falta de visión de país por todas partes. Son muchos años ya decepcionando a la sociedad civil. La casta política sólo se preocupa de lo inmediato: el Gobierno, de sacar adelante unas cuentas sea como sea (187 votos, ¡hurra! ¡Llegamos sin problemas a las Generales!) y la oposición de echar en cara lo que sea y como sea.

Sinceramente, ya es que me la chuflan las concesiones que se hayan tenido que hacer para lograr unos meses más en la poltrona. Guardia Civil y otras genialidades incluidas. Al final, todos los del hemiciclo están en lo mismo: en seguir disfrutando de unos cargos de 4.000-5.000€ netos al mes, que para los tiempos que corren es una pasta. El frío que hace fuera sólo lo sabe la ciudadanía.

El problema real presupuestario, que todo ciudadano debería tener en su mente como una foto fija es el siguiente: España tiene un déficit estructural como mínimo del 3%. Unos 50.000 millones de euros anuales y eso no lo quita nadie. Hay algunos cenizos, como el Fondo Monetario Internacional (FMI), que lo elevan, pero vamos a dar por válidos esos 50.000.

Un dineral, que llega en momentos de máximos históricos de recaudación. Y que va a sumar a la deuda pública, que no es otra cosa que un enorme conjunto de déficits no enjugados. ¿Cómo se financia ese desastre? Emitiendo más deuda, que nos está comprando el Banco Central Europeo (BCE) desde mitad de la pasada década. Toda. El 100% del total de nuestra deuda, el 25% la tiene el BCE, si no, habríamos suspendido pagos. O, dicho de otro modo: quien ha pagado estos años las pensiones y la sanidad, que no son gratis ni muchísimo menos, es el BCE. Fabricando dinero, que se ha transformado en inflación.

Es importante que la gente tenga esa foto país a la que me refería: el PIB de España es aproximadamente de 1,3 billones de euros. La deuda, según datos del Banco de España en septiembre, de 1,504 billones. Ronda el 120%. En 2007, en los tiempos previos a Lehman Brothers, era de 384.000 millones. Se ha multiplicado por más de cuatro veces. En 2005-2006, el bono español era un activo escaso en los mercados. Hoy, empapela los tabiques del BCE en Frankfurt.  

Es cierto que la inflación viene a redecorar la ratio deuda/PIB, pero eso es por un ajuste nominal del PIB, que rebaja el porcentaje. El bolsillo del ciudadano, del autónomo o la empresa no lo nota en absoluto.

En cambio, el gráfico del PIB español invita al lloro: en 2006 se superó la cota del billón. En 2008 era de 1,1, para caer estrepitosamente a partir de ahí. En 2014, seis años después, seguía por debajo: 1,08 billones. Que seis años después el PIB no haya recuperado ese desplome es un dato terrible. La sociedad no es consciente del daño que ha causado eso, en términos de destrucción de riqueza. Nos ha afectado a todos.  

Mientras la anécdota de la zafiedad de este debate es elevada a categoría en las portadas de los medios, seguimos sin proyecto país. Ni por asomo. No hay manera de ver un pacto de Estado entre las formaciones, para alcanzar un plan energético y otro fiscal, para estimular el crecimiento.

A partir de ahí, llegó la recuperación, hasta 1,245 billones en 2019, para caer drásticamente por el covid, y en esas estamos, merodeando niveles pre covid. Pero no hay que ser muy avispado para saber por dónde ha llegado ese crecimiento. Se ha enunciado antes: gasto público. Genial, aplaudirán los podemitas, pero eso es lo que trae consigo ese aumento de la deuda, hasta niveles que, seamos honestos, son impagables.

También con ZP (es decir, el ex pressidente José Luis Rodíguez Zapatero) se consiguieron repuntes de PIB puntuales, gracias al celebérrimo Plan E. Lo malo es que disparar así la deuda provocó que el país estuviera a punto de quebrar, que el BCE nos amenazara con intervención y que forzó al estadista icono del talante a bajar el sueldo a los funcionarios, anular cheques bebés y otra serie de recortes, antes de convocar elecciones a toda prisa. Elecciones, por cierto, que dieron mayoría absoluta a su principal contrincante, Mariano Rajoy, otro líder político para los anales.

Hoy, mientras la anécdota de la zafiedad de este debate es elevada a categoría en las portadas de los medios, seguimos sin proyecto país. Ni por asomo. No hay manera de ver un pacto de estado entre las formaciones, para alcanzar un plan energético y otro fiscal, para estimular el crecimiento. Un proyecto basado en el ciudadano. Que no estrangule la economía a impuestos. Que siente las bases de la prosperidad. Todo son dentelladas y barrigazos, para salvar escollos.

Cuando los políticos dicen que quieren asegurar los derechos públicos, lo que están pidiendo es mantener o aumentar sus cuotas de poder, a costa de más deuda y menos sociedad civil. Lo saben de sobra.

Les garantizo que en Vox están avergonzados a título personal por hablarle de ese modo barriobajero a Irene Montero, aunque hayan tenido que salir a aplaudir de manera borreguil a su ad látere, de la misma manera que en Podemos & Friends, los que se levantaban y aplaudían, lo hacían por gregarismo, aunque en el fondo saben que esa relación que denunciaba Vox haya sido políticamente impropia, especialmente para quienes atacaron sin piedad a Ana Botella o incluso a Marta Ortega por ser hija de su padre. Pero el show y la poltrona deben continuar.

Manuel Lopez Torrents

Periodista económico. Empresas, mercados, inversiones, medios... Un día dije que bajarían el sueldo a los funcionarios o que vendría una amnistía fiscal y me llamaron loco. Quizá por eso siempre admiraré al que me dijo que la banca de inversión americana iba a quebrar mucho antes de que lo hiciera. No era un adivino, sólo miraba sus balances. Me gustan la prosperidad, y la clase media. Escribí tres libros de economía