A pesar de la lluvia, subió la participación. Y a pesar de que este síntoma siempre es una alegría para el voto de izquierda, el 28M consiguió cambiar la narrativa. Votó más gente, sí, pero votó a la derecha. Si es necesario, los del PP van a votar en canoa, me decía una amiga. No se vieron canoas, pero sí llegaron los votos. En ocasiones basta con un paraguas. En la calle, pocas palabras, en las redes, un aluvión de argumentos, y en algunos casos, un precipitado triunfalismo que finalmente se quedó ahí, en el metaverso. La realidad era otra, y donde el mapa era rojo, en pocas horas se iba a teñir de azul PP.
A nivel autonómico, el PP supera sus mejores sueños y se hace con el poder de seis comunidades: Aragón, La Rioja, Baleares, Cantabria, la Comunitat Valenciana, y la gran sorpresa, Extremadura.
A nivel municipal la debacle progresista tampoco tiene tregua. Los principales ayuntamientos españoles, salvo excepciones que se cuentan con una mano, pasan al PP.
Es cierto que en muchos casos tendrán que pactar con la extrema derecha de Vox, pero no parece que esto suponga mucho problema, ni moral, ni ideológico. Los discursos son tan parecidos que ha sido complicado diferenciarlos.
La derecha, tres son multitud
Y si no, que se lo pregunten a Ciudadanos, que estará pensando qué hacer con su antaño despampanante sede de Madrid. Y es que la derecha tiene la espalda amplia, pero tres son multitud. Y lo son en todas partes. A la izquierda del PSOE el ruido era insoportable, y las acusaciones sangrantes. Ajenos a la causa común, e incluso a sus propios logros, el ego sin coleta de Podemos jugaba al divide y vencerás sin rastro de memoria histórica. No sé si morir matando era su lema, pero en Madrid se han quedado fuera de juego, y las consecuencias de tanta irresponsabilidad no las van a pagar ellos solos.
El tablero político ha cambiado, y el escenario pinta duro para la remontada, que como aquel que dice, está a la vuelta de la esquina. Veremos si por una vez, la izquierda entiende que su única posibilidad es remar en la misma dirección, y optar por una estrategia que rentabilice sus aciertos.
Ayuso, locomotora del PP
Porque como ha quedado claro, la alternativa será el trumpismo de Ayuso, indudable locomotora del PP con menos sentido de Estado que se conoce.
Por eso, cuando la Presidenta de la Comunidad de Madrid proclamó sin atisbo de pudor que ETA estaba viva, sabía lo que hacía. O al menos lo sabía Miguel Ángel Rodríguez.
Da igual que ETA dejara de existir hace 12 años, con un gobierno socialista, un ministro socialista, y un Lehendakari socialista. No importa que las propias víctimas pidieran por favor que no se las instrumentalizara. De algo había que hablar, y si Ayuso hubiera tenido que hablar de su gestión la campaña se le hubiera hecho eterna.
Pero con ese golpe de timón, con ese bulo que soltó sin atisbo de pudor, consiguió apelar a las vísceras, centrar el debate en clave nacional, y señalar al enemigo común: Pedro Sánchez. La cosa iba de derogar al Sanchismo, y todos se subieron al carro. Ante moderación o un hueco en el balcón de Génova, Feijóo no tuvo dudas, y consiguió sonreír colgado del brazo de su enemiga íntima. Por cierto, que no vi plantas en el balcón de Génova, igual es otra de esas promesas de usar y tirar.
Jornada de reflexión
Poco importa ya que el escenario apocalíptico que llevaban meses dibujando no se haya producido, que en los últimos años España haya conseguido avanzar como nunca en derechos sociales, o que en Europa nos miren con respeto y admiración. Ni siquiera el fiasco internacional de Doñana parece tener peso. No lo tuvo.
En estos tiempos es inútil valorar los resultados políticos en clave de conquistas. La gente ha optado por tirarse al barro más espeso. Parece que cualquier argumento es válido siempre y cuando sea mentira.
Es posible que no tengamos cultura política suficiente, mucho menos cultura de pactos, pero lo que no deberíamos perder es la memoria.
Si estas elecciones son la primera vuelta de las generales, la jornada de reflexión debería comenzar hoy mismo.