Gloria Elizo cambiar Podemos
Gloria Elizo.

Gloria Elizo: Tardes para cambiar el perfil de Twitter

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Entretenidos en los últimos juegos de máscaras, casi aturdidos en medio de tantos eslóganes, marcos discursivos, relatos triunfantes y gestos culpabilizadores, apenas quedará un momento para darse cuenta de que, pase lo que acabe pasando el próximo 23 de julio, una época ha terminado en la política española, y con ella un lenguaje se ha hecho viejo, manido y romo, y una esperanza ha abandonado el espacio público, quizá por mucho tiempo.

Casi una década que empezamos, tan acompañados como nunca, una aventura vital para cambiar la forma de hacer política, para devolver esa política a la ciudadanía, para construir un proyecto que fuera de todos y de nadie, una herramienta -quién se acuerda- en manos de la democracia, donde los nombres fuéramos expresión de las ideas de cambio para esa generación sin edad, esa que lleva pidiendo democracia, honestidad y transparencia desde que este país cayó -quién se acuerda- en manos de la traición y la mentira.

Y quizá, ahora que toca por fin volver donde la gente está más cerca y las palabras suenan menos, duelen menos, y las sonrisas son de verdad y los amigos te llaman, por fin volver y hacer balance, un poco, de este tiempo, sobradamente cumplido el plazo que nos dimos -quién se acuerda- para estar en el cargo, para rendir alguna cuenta, para decir, sin hacer ruido, que hicimos quizá lo que pudimos.

Pero no pudimos hacer de esa ilusión algo político, que no fuimos capaces de hacer política de forma diferente, de acortar esa distancia que hay, que sigue habiendo, con esa gente, nuestra gente, la que nos acoge de vuelta en su papel de espectadora, hastiada un poco, como todos, de esa política absorta en representarse a sí misma, aparentando apenas programas y propuestas, esa política cuyo rostro solo se ilumina si hablamos de puestos en las listas, porcentajes de subvención o portavocías luminosas.

«Inmersos ya en el sálvese quien pueda, ese señuelo que devuelve a los políticos al lejano escenario del espectáculo de variedades»

Hoy -es así- la política sigue siendo el espacio de la resignación, en el que el mal menor sustituye al entusiasmo, la identificación excluye la participación y los miedos hacen innecesarios los programas, ese lugar donde la desafección se alimenta de una polarización que es tan solo el producto de la desesperanza, de que esa política pueda cambiar en algo nuestras vidas, nuestra sociedad, nuestro futuro, inmersos ya en el sálvese quien pueda, ese señuelo que devuelve a los políticos al lejano escenario del espectáculo de variedades.

Hoy -es así- los estudiantes siguen esquilmados por las promesas que apenas tapan el circuito de la precariedad, los trabajadores siguen abandonados al mercado de la aceptación fáctica del olvido de sus derechos, los hipotecados son arruinados en silencio por una política monetaria europea que nos empobrece a todos para proteger el patrimonio ingente de sus acreedores.

Las mujeres siguen en la brecha salarial pero enfrentadas entre sí por quienes debían impulsar el movimiento de la alegría feminista, plural e inclusiva, los pensionistas ven asentarse en silencio la complementariedad privada de una pensiones entregadas a la especulación financiera mientras los corruptos salen de la cárcel para ocupar su puesto en las viejas estructuras del poder, para escarnio y escarmiento de aquellos que levantaron la voz de su dignidad y su heroísmo para intentar dejar a sus hijos un país decente.

Y, en medio, esta guerra que, como todas, llena los bolsillos de los contratistas y de opacidad el espacio público, enterrando cualquier intento de poner los Derechos Humanos en una agenda global entregada al militarismo más hipócrita.

«Nadie puede extrañarse de ver al PP articulando la irresponsabilidad de entregar sillones a cambio de entregar al espacio de la confrontación entre enemigos la diferencia política y la discusión entre programas».

Nadie puede extrañarse, así, de ver de nuevo a nuestras instituciones blanquear a los derogacionistas de siempre, ya victoriosos en esa batalla que nunca debimos librar, esa que construye poco a poco a sus enemigos con el símbolo, el eslogan y la palabrería subvencionada, esa que nos ha arrastrado a abandonar el lenguaje de los hechos, de los derechos y de la participación ciudadana. Nadie puede extrañarse, ahora, de ver al Partido Popular articulando la irresponsabilidad cortoplacista de alcanzar sillones a cambio de entregar al espacio de la confrontación entre enemigos la diferencia política y la discusión entre programas.

Nos queda, una vez más -pero quién se acuerda- que no gane el peor. Y no es poco. Puede que hayamos perdido una esperanza, un lenguaje, una oportunidad y una década. Pero no podemos permitirnos perder el espacio público de la democracia social y de derecho que nos permitió intentarlo. Cualquier desafección, cualquier crítica, debe poner en la responsabilidad el límite de su acción política.

Escribía Walter Benjamin, camino del desastre, que hay entre las generaciones pasadas y la nuestra un misterioso punto de encuentro. Como si el futuro nos hubiera estado esperando sobre esta tierra. Como si cada generación fuera la encargada de transmitir su experiencia, su dignidad y su esperanza a los que han de venir a pedirnos cuentas.

Ese espacio, ese futuro y esa dignidad es hoy el espacio de nuestro trabajo y nuestra responsabilidad dentro o fuera de los marcos de la acción partidista. Los que hoy dejamos Podemos lo hacemos a la vez que nuestro compromiso con los cargos y la representación institucional. ¿Quién nos iba a decir que el proyecto que levantamos con tanto esfuerzo se iba a volver tan pronto un tronco privado y hueco en unas instituciones que, pese a todo, siguen intentando sortear como pueden la corriente que trata constantemente de privatizarlos?

Por mi parte seguiré por aquí. Construyendo sentidos y fabricando esperanzas. Con los míos. Con los nuestros… Porque nunca nos vamos. Porque tenemos mucho por hacer.