Educada para ser una lesbiana sin culpa

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Lo reconozco. Si me comparo con otras mujeres que aparentemente se encuentran en la misma situación que yo: negra, inmigrante del tercer mundo, lesbiana, feminista y cantautora, ha sido relativamente fácil ser feliz en cualquier lugar siendo lo que soy. No obstante matizo las palabras.

Decir que ha sido más o menos sencillo no significa que no me haya encontrado con obstáculos, personas machistas, racistas, xenófobas, e incluso quienes, en nombre de Dios, han tenido actos que premiaría el mismísimo Satanás.  ¡Claro que me las he encontrado a lo largo de mi vida! ¡Pero de ellas no voy a hablar porque a decir verdad carecen de toda importancia, incluso para ellas mismas! De lo contrario emplearían su tiempo en ser felices y no en intentar amargarle la vida a otra persona.

Voy a hablar de lo importante que es el entorno en el que se desenvuelve nuestra infancia para afrontar el día a día. Y es que no es lo mismo crecer como lo hice yo trepando por los árboles, colgada en los aros de gimnasia que había en el parque que estaba frente a la casa donde vivíamos y además no ser la única a la que le gustaba subir, trepar, saltar, jugar al futbol. Las otras chicas del barrio también lo hacían, a tal punto que formábamos equipo para competir con los chicos, que en la mayoría de los casos eran hermanos o primos de alguna de nosotras. En el mío se trataba de mi hermano mayor.

Mi infancia transcurrió sin que nadie jamás me hiciera sentir que ser mujer era jugar con muñecas, llevar falda, o vestirme de rosa, algo que sí le han inculcado a muchas otras niñas. Para nada es lo mismo tener una abuela negra con estudios y cultura que te diga desde pequeña que el color de la piel es “como un buen chocolate” y que “mientras más oscuro es tiene mejor calidad”, que no tenerla. También me decía: “hija la gente racista con su odio quiere negar la crueldad histórica aún vigente, ya que por todo lo que nos hicieron los blancos, deberíamos odiarlos, pero como me pone mal cuerpo no lo hago, ya que sería como comer a sabiendas algo en mal estado”.

Ella también me repetía que el odio es para quien no tiene “ni olfato, ni gusto, ni tacto” y luego se reía.  Creo que mi abuela sabía inconscientemente que la raza humana tiene su origen en África. Por eso le ponía mal cuerpo odiar. Sin embargo, a cuántas niñas le gritaron negra y no sabían la triste verdad que aquello escondía y han retrocedido, como decía Victoria Santa Cruz en su poema: “me gritaron negra, cuantas han odiado sus cabellos y sus labios gruesos como ellos querían”.

No se puede asimilar de la misma forma ser inmigrante cuando jamás has salido de tu entorno, que haber vivido la experiencia de que tu padre sea funcionario del Estado, como era el mío. Por eso toda la familia nos trasladábamos con él cuando le daban un nuevo destino -por suerte mi madre era autónoma y tenía tal capacidad de adaptación que en cada lugar encontraba una oportunidad y creaba una pequeña idea de negocio- que mi padre apoyaba sin dudarlo, ya que sabía que mi madre necesitaba tener sus propios ingresos y era bueno para la familia.

Crecí creyendo que migrar era una oportunidad para aprender, desprenderse de lo que ya no necesitamos y crear nuevos lazos, ya que en cada traslado nos desprendíamos de algunas cosas y adquiríamos otras, aprendíamos algo nuevo y encontrábamos nuevas amistades.

Existe también una diferencia entre crecer en un entorno machista, que hace que las mujeres no podamos expresar todo nuestro potencial, que hacerlo en una familia como la de mi madre, donde los hombres eran maravillosos compañeros y magníficos padres y las mujeres algo poco común en su época, tenían educación, cultura e independencia económica, aprendí con el ejemplo.

Mi abuela, mi madre y mis tías, también me enseñaron la sororidad, a no rendirme, a reinventarme las veces que hiciera falta, a compartir lo que se tiene y no lo que sobra, que los cambios son parte de la vida y que es mejor hacerlos en compañía, todo lo que enseña el feminismo. Esto lo supe años después cuando tuve la suerte de conocer a las mujeres de Flora Tristán y Manuela Ramos. Por eso, cuando llegué a España, lo primero que hice fue ponerme en contacto con las mujeres feministas. Con ellas me sentí arropada.

Es también muy complicado aceptarse como lesbiana, cuando el entorno cultural es hostil. Lo sé porque cuando vivía en Perú siendo militante de GALF (Grupo de Autoconciencia de Lesbianas Feministas), conocí a muchas chicas jóvenes (algunas que no querían ser esclavas como sus madres) y otras querían ser hombres porque además de ser aceptadas, tendrían sus mismos derechos.

Lo cierto es que ser lesbiana les parecería lo más natural si hubiesen tenido un padre como el mío, que los días que su horario se lo permitía nos preparaba y servía la comida para que mi madre descansara un poco y lo hacía porque para él eso era ser un verdadero hombre. Si hubiesen tenido una madre como la mía que cuando se dio cuenta que yo era lesbiana, me preguntó directamente si me gustaban las mujeres y no supe que responder porque aún no lo sabía, pero así con todo ella me dijo que no me preocupara que podía ser parte del despertar sexual y que se me podía pasar o no, pero que no le diera más importancia, porque eso era algo normal, que Dios nunca se equivoca.

Por último no es lo mismo a nivel social ganarse la vida como artista, que ser cuidadora, ya que la que se dedica a los cuidados aunque cobre por ello, sigue haciendo lo que se espera de una mujer: cuidar sin ser escuchada ocupando espacios poco o nada visibles como un hogar o una residencia, mientras que una cantautora feminista, que es lo que soy, tiene visibilidad y más posibilidad de ser escuchada, de invitar a la reflexión de trasmitir en cada canción que el amor que le tengo a la música nace de las fiestas que se hacían en la casa de mi abuela, la que conjuntamente con sus hijas e hijos, interpretaban canciones, mientras las y los peques observábamos con la boca abierta, sobre todo a mi abuela, ya que ella tenía la capacidad de aquietarnos. La suerte se educa. ¡Ojalá más lesbianas como yo!

Arita Mitteenn

Arita Mitteenn, cantautora y compositora